La idea de esta nota es simple. Considero que la mejor forma de manifestarse este este 21 de noviembre es la fiesta. Vivir la marcha desde la parranda, la farra, el carnaval, la rumba, el baile… la música.
Y sí. A primera vista puede parecer la idea de una monjita sollada, pero permítanme explico el punto:
Soy un colombiano que vive en Chile hace cuatro años; conozco su historia así como la de Colombia.
Entiendo que muchos colombianos consideren que como en Chile la violencia funcionó, también podría funcionar en Colombia.
Lo primero puede ser un poco cierto, pero lo segundo no.
Sin pretender hacer una apología al llamado vandalismo, son diversas las razones que permiten afirmar que la destrucción urbana fue efectiva en este país austral. Pues después de un mes de manifestaciones pacíficas y vandálicas ha habido reformas, cambios de gabinetes y el acuerdo para una nueva constitución.
Pero Chile no es Colombia, acá en Chile la gente se manifiesta mucho, se organizan. Los paros son frecuentes y largos, las marchas abundantes. Es un país que caracteriza porque en su historia republicana la sociedad civil no ha recurrido a la violencia para expresar sus descontentos y demandas*. Los ciudadanos han tendido a ser obedientes y respetuosos de la ley.
Es por todo esto, sumado a que fue un estallido espontáneo, que a sus fuerzas del orden les tomó por sorpresa, pues no tenían ni la preparación, ni la experiencia, ni la cantidad de efectivos suficientes para manejar la crisis que nació el mes pasado.
Pero el #21N de Colombia la cosa es distinta, no solo porque el paro está anunciado sino porque nosotros venimos de más de un siglo de guerras civiles y conflicto armado. Para nosotros el camino de la violencia es algo que se ha agotado. Las guerrillas intentaron por todos los medios violentos hacer una revolución por más de cincuenta años y ya sabemos cómo terminaron.
Un par de estragos este jueves no van a hacer nada. Hoy las conquistas políticas tienen más que ver con disputas simbólicas y de información.
Estoy convencido de que hacer de esta manifestación un gran carnaval puede ser mucho más efectivo. Ante un escenario festivo como este, el ridículo en el que quedaría el gobierno y su partido después de estigmatizar la marcha, militarizar las calles y cerrar fronteras, sería una estocada de desprestigio.
Y no, no hablo de un pacifismo light y romanticón. Hablo de una actitud festiva radical, de organizarse y prepararse para estar parados en la raya ahí bailando, gozando, usando el regocijo y el humor como herramientas de transgresión.
“Disfrute por mí”, decimos en Colombia cuando por alguna razón no podemos participar de una actividad social.
De lo que hablo es de estar firmes, bailando por los que ya no están, honrando con la danza, la música y metáforas —como en tiempos inmemoriales— a los ausentes, bailar —con rabia, alegría, tristeza o esperanza— por quienes no pueden marchar.
Recuerdo la movilización estudiantil del 2011 contra la Ley 30, que desde el momento en que empezó a usar el carnaval como lenguaje de descontento logró la simpatía y apoyo de la mayoría de la ciudadanía.
Además tiene un efecto tanto simbólico como práctico. Parrandear en una manifestación custodiada por Policía, militares y grupos civiles antidisturbios de ideología paramilitar sería hacerle una gambeta a la narrativa conspirativa que se construyó alrededor de esta manifestación, hacerle un hackeo a la lógica manifestación-represión. Hacer de este 21N un carnaval, en este caso y dado el contexto, sería sacudir el fundamento mismo de la estrategia del partido de gobierno: la construcción de la amenaza.
*A este respecto sugiero ver el documental La batalla de Chile: la lucha de un pueblo sin armas de Patricio Guzmán.
