En épocas críticas no puede toda una generación condenarse así misma a una histórica esterilidad por no haber tenido el valor de enfrentar el oprobio y la dictadura cívico militar que gobierna Colombia hace décadas.
Sin embargo, a enfrentar este régimen de oprobio y desprecio por la vida no solo los jóvenes están obligados hoy, sino que todos lo estamos desde las cómodas o incómodas condiciones de trabajo, económicas o políticas.
El momento es ahora. Es el pequeño mundo de las pequeñas grandes cosas. Que no sea como dice Pepe Mujica que en medio del avance de la tecnología olvidamos al pequeño mundo de las cosas vivas.
Ahora debe surgir en las calles y plazas de campos y ciudades una generación que no sea remisa a salir, remisa a provocar, una generación que elude provocar reacciones entre la gente que ve desde las aceras y grandes ventanales, cómo sobreviven las mayorías en medio de privaciones tan básicas como la educación y la salud.
No es una ilusión pueril pretender que los jóvenes organizados tomen el destino del país y la política real como si fuera un oficio.
Es entonces el presente y es el futuro, aunque otros prefieren hablar del ruidoso porvenir, el que debe imprimir voluntad, energía, frenesí, adrenalina y para eso a ellos, a los jóvenes, les sobra todo por montones.
No quiero decir que esta generación y anteriores no hayan estado en sus puestos. Las de ayer atemorizadas por el actuar de las motosierras, las balas y los gases lacrimógenos; la de hoy, una generación a la cual se le miente, se la manipula, se la ignora y se la atormenta desde las redes sociales y los grandes medios de comunicación.
Lo sabemos: el pueblo ni es nunca viejo ni es nunca infantil. El pueblo, mis amigos, goza de una perpetua juventud.
Hay que aprovechar el anquilosamiento de los partidos políticos y ambientar a la vez un proceso transitorio que nos permita no repetir situaciones pasadas que por desconocimiento y desinformación dejamos venir.
Ya lo dijo el pensador de Jonia, que no podíamos o no debíamos bañarnos dos veces en el mismo río, debido a la dinámica de la vida en la ferviente lucha por la justicia social y el bienestar de las mayorías.
Hay que acabar con el dicho aquel que habla de las dos Colombias al cual parece habernos acostumbrado. La una oficial y artificial que fenece al tenor de las imposiciones foráneas, obstinada en que prevalezcan sus centenares privilegios; la otra, la Colombia asesinada, despreciada, humillada, saqueada.
Esa misma Colombia que poco a poco parece doler en las conciencias juveniles de hoy, esa que paso a paso germina en el Corazón de hombres y mujeres jóvenes, quienes marchan junto a negros, campesinos, indígenas, trabajadores y estudiantes en actitud sincera, vital, patriótica, para no verla más, sometida y abyecta.
Dicho esto y pese a la dura realidad de ver la permanente y creciente presencia de hordas paramilitares en campos y ciudades en esta otra Colombia, como instrumento siniestro estatal de dominación a nombre de unas minorías ultra derechistas y neofascistas, la gente marcha, reclama, exige el cambio y protagoniza la lucha por reformas estructurales.
Son colombianos cansados de vivir bajo una genocida dictadura cívico-militar, que es menester dejar en el pasado. Y ojo, no se trata solamente de que como Toto, el perro del cuento, pida al Mago de Oz quitarle las picantes y molestas pulgas; se trata, mis amigos, de históricas reformas estructurales.