Sin entrar en razones específicas, que sin duda hay muchas que justifican el paro convocado para el 21 de noviembre, existen unas circunstancias muy evidentes que no solo lo demandan, sino que pueden convertirlo en esa oportunidad única para llenar esos profundos vacíos que el país está sintiendo. Obviamente la clave es que sea una manifestación masiva de muchos ciudadanos que representen distintos grupos de individuos con intereses específicos, y sobre todo, que se logre convertir en una expresión pacífica desde distintos rincones del país.
Es evidente que se vive un clima de preocupación en Colombia porque la realidad que se siente actualmente se aleja cada vez más de las expectativas que se habían creado. Ni la paz ha traído la bonanza económica que se supuso, ni se cerró el capítulo de asesinatos permanentes y de violencia— ahora más localizada que antes— de manera que no se ha dado ese viraje positivo que se esperaba. Frente a esta realidad el gobierno no logra generar consenso sobre temas críticos, hasta el punto de tener en este momento un muy bajo nivel de aceptación nacional y no le genera a la sociedad en su conjunto la seguridad que se espera ni en lo político ni en lo económico ni en su bienestar actual o futuro.
Claramente entonces hay dos beneficiarios de este paro nacional: los ciudadanos y el presidente Duque, así a este último le cueste aceptar esta realidad. La gran mayoría de colombianos que están insatisfechos necesitan expresar civilizadamente su malestar, su sensación de inseguridad, su convencimiento de que tienen un gobierno que no se conecta con ellos como debería. El paro debe ser una especie de catarsis que les permita volver a abrir la puerta del optimismo que han perdido en este año y medio de gobierno. Saber que el gobierno y el Estado en general no pueden ignorar sus profundas preocupaciones, su inseguridad sobre su presente y un futuro justifica plenamente esta forma de expresarse.
Pero es el presidente Duque el que no puede perder esta oportunidad de mostrar varios hechos claves: primero, que él es el presidente porque una gran mayoría de colombianos están hastiados de que el expresidente Uribe sea el que toma las decisiones cruciales cuando él ya ha perdido mucho del apoyo y reconocimiento que tuvo en su momento, entre otras, porque hoy Colombia es otro país. Segundo, de conectarse con los ciudadanos y lograrlo siendo mucho más coherente entre lo que dice y hace y asumiendo claramente el mando del gobierno. Tercero, centrarse en esas prioridades que la ciudadanía le hará saber en esta manifestación masiva. Cuarto, saliendo de todos aquellos que no le generan confianza al país o bien por sus ideas retardatarias, por su estilo no transparente, por su debilidad o por su incapacidad de hacer bien la tarea que le corresponde. Será inevitable un cambio no solo en su gabinete sino en muchos de sus asesores que no han entendido que su papel no es ser simplemente áulicos sino hacerle ver la verdad al presidente.
Damnificado el expresidente Uribe
porque el país lo quiere ver si acaso en su papel como senador
y no como el verdadero personaje que manda y ordena en el gobierno
Finalmente, habrá dos damnificados, el Centro Democrático y sus extremistas de derecha que no tienen ni el apoyo ni el respeto que creen haber logrado y sin duda, el expresidente Uribe porque el país lo quiere ver si acaso en su papel como senador y no como el verdadero personaje que manda y ordena en el gobierno. Ojalá el presidente Duque entienda este claro mensaje y actúe en consecuencia, porque si deja pasar esta oportunidad de cambiar el rumbo, será él sin duda quien perderá la poca gobernabilidad que le queda. Pero si no se entiende el verdadero mensaje del paro del 21, Colombia será el gran perdedor y por ende los millones de colombianos que tienen la esperanza de un cambio.
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