Cuando miramos las noticias de América Latina de manera rápida, podemos ver un gran caos que parece no tener forma fácil de ordenar. Ecuador, Venezuela, Argentina, Chile, Brasil, Colombia, Perú, entre otros, son solo una muestra de los países que han estado en gran conmoción en los últimos meses. La lectura más inmediata es observar una disputa local en cada país por el poder entre corrientes de derechas e izquierdas, un ciclo que parece repetirse indefinidamente; sociedades altamente desiguales abrazan gobiernos populistas tanto de derecha como de izquierda, pero cuando la masa empobrecida mejora superficialmente su condición es atraída por la orilla contraria, la cual la empobrece de nuevo. Así América Latina se la pasa de un lado a otro, con lamentables saldos de miles de muertes, injusticias sociales e impactos ambientales irreversibles.
Hilando con un poco más de detalle, podemos ver que estos movimientos del poder de derecha a izquierda no son totalmente autónomos de los países sino que son influenciados por poderes externos, ya sea por Estados Unidos directamente o por alianzas estratégicas que Estados Unidos ha pactado con países latinoamericanos como Chile, Brasil y Colombia, formando equipos que hacen movidas claves en momentos coyunturales (como por ejemplo cuando Colombia recientemente se abstuvo de votar en la ONU en contra del embargo a Cuba). El intervencionismo de los Estados Unidos es claro, está documentado y el mismo Estado norteamericano lo declara abiertamente de manera oficial como una política de Estado.
Si nos acercamos mucho más a la complejidad geopolítica de América Latina y la observamos de manera holística, podemos ver no solo la intervención colonialista de Estados Unidos sino también los intereses puntuales que tiene esta potencia en la región. Según la periodista y escritora argentina Telma Luzzani, Estados Unidos tiene más de ochenta bases militares en América Latina, de las cuales muchas están estratégicamente ubicadas en los territorios que poseen importantes recursos naturales. Es así como sale a luz que los intereses primarios de Estados Unidos no son el poder por el poder, sino más grave aún: el poder para controlar los recursos naturales de la región con la particularidad que finalmente este poder lo obtienen empresas privadas en manos de unas pocas personas en el mundo. Llaman la atención las bases militares en Perú, Chile y Argentina, con límites con Bolivia, que demarcan la zona con mayores yacimientos de litio en el mundo, un mineral indispensable para el desarrollo de las energías renovables, principalmente para la fabricación de baterías. Otras bases están cerca de yacimientos de petróleo, grandes reservas hídricas o de bosques con gran biodiversidad que finalmente son explotadas por compañías extranjeras.
Es así cómo el control de la naturaleza, la biodiversidad o el capital natural, como se le quiera denominar, por parte del poder de las empresas privadas, apoyado por los Estados Unidos, es el factor determinante que marca el ritmo en las decisiones políticas de América Latina. No son las masas enfurecidas, ni tampoco Donald Trump, las que quieren controlar los territorios de América Latina, sino las multinacionales como la petrolera Exxon Mobil o la empresa química con productos a base de litio Albemarle Corporation, entre otras poderosas.