Le gustaban las muchachas altas y largas, si eran vírgenes mejor. Por eso le pagaba a una integrante del equipo de volleyball de Antioquia para que le llevara a sus caletas, desperdigadas por todo el valle de Aburrá, a los jovencitas. A algunas les pagaba, a otras las mataba. No importaba que tan cerrado se hiciera el cerco más estrecho contra él y que su cabeza fuera una de las cosas más caras del mundo: siempre tuvo tiempo para sus orgías que, al parecer, eran muchas y frecuentes. Algunas incluso llegaban a la guarida del capo aconsejadas por sus mamás quienes soñaban que pudieran tener un hijo del entonces hombre más buscado del mundo.
Los agentes de la DEA Steve Murphy y Javier Peña se hicieron famosos gracias a Netflix. La historia de como persiguieron a Pablo Escobar fue la base que tuvo la plataforma para sacar las dos primeras –y exitosas- temporadas de Narcos. Ahora acaban de sacar un libro en Estados Unidos titulado Cazadores: como atrapamos a Pablo Escobar y en él confiesan todas las cosas que le encontraron en los escondrijos que fabricaba el jefe de la mafia. De todas las cosas lo que más ha llamado la atención fueron los juguetes sexuales de Pablo Escobar. Es que no sólo encontraron cartas de madres suplicantes, desesperadas porque Escobar se acostara con sus hijas sino toda una colección de juguetes sexuales entre los que se destacaba colecciones enteras de vibradores. Los refugios tenían comodidades como refrigeradores, televisores de última tecnología y hasta jacuzzis. Las fiestas se alargaban durante días sin importar realmente que tan cerca estuviera la policía detrás de él.
La voracidad sexual de Escobar era absoluta y también su crueldad. Hay que recordar que en una noche mató a cuarenta mujeres que frecuentaban sus orgías sólo por una venganza. Para Pablo Escobar nada era sagrado.