La caída de Evo: entre mesianismo y caudillismo

La caída de Evo: entre mesianismo y caudillismo

"La salida del poder del líder boliviano es un campanazo gigantesco que debe estremecer a la izquierda retardataria, anquilosada en la Guerra Fría"

Por: Henry Gonzalez Ortiz
noviembre 12, 2019
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La caída de Evo: entre mesianismo y caudillismo
Foto: Twitter @evoespueblo

Recientemente presenciamos la caída de Evo Morales al mejor estilo de los derrumbes de los gobiernos totalitarios de Europa del Este. A diferencia de la caída de la Cortina de Hierro, lo de Evo se veía venir. Fue un despropósito político querer eternizarse en el poder. En su Bolivia natal, como en el resto del mundo, una mayoría se preguntaba, como lo hizo la escritora mexicana Elena Poniatowska en un Twitter: “¿Por qué los presidentes de la república quieren eternizarse en el poder? ¿Por qué insiste Evo Morales en creer que no hay nadie más que él?".

Nos toca remontarnos a la historia latinoamericana y a su tradición política mesiánica y caudillista de sus largos doscientos años de independencia republicana. No es difícil ver cuantos dirigentes políticos del siglo XIX y XX se creyeron su propia historia de ser el salvador y único capaz de dirigir los destinos de nuestros pueblos. Posiciones políticas que llevaron a las repúblicas liberadas del yugo español a una seria de guerras civiles y cambios de un salvador a otro de un caudillo a otro.

Ahora, el mesianismo y el caudillismo en la izquierda latinoamericana tienen un segundo origen. En la primera mitad del siglo pasado, luego del triunfo de la revolución bolchevique en Rusia y la muerte de su líder natural, Vladimir Lenin, llega al poder soviético un oscuro y enigmático caucasiano de nombre Iósif Dzhugashvili, más conocido en la historia como Iósif Stalin, quien fue el primer líder de izquierda en atornillarse al poder y de qué manera: creó en la Unión Soviética un Estado totalitario, de partido único, de poder unipersonal y de un gran culto a la personalidad. No solo pretendía ser el Salvador y Dios del pueblo ruso, sino con la pretensión de serlo de todos los pueblos del orbe. Fundó lo que Lev Trotsky llamó el estalinismo.

Ese estilo de dirigentes se tomó desde un principio los partidos comunistas del mundo y los latinoamericanos no fueron la excepción: eran copias del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) soviético. Fungían los PC, en la práctica, de embajadas políticas soviéticas en cada país. No se movía una hoja en su organización o en su programa sin el previo estudio y aprobación del Kremlin de Moscú. Al separarse China de la URSS, también se dividieron los PC; las cosas cambiaron solo de forma no de contenido: ahora eran dos centros a los que había que pedirles autorización. Luego de la Revolución cubana se empezó a hablar en el continente de “línea Moscú”, “línea Pekín” o "castristas”.

En resumen, todos seguían una línea copiada, que con nombres diferentes apoyaban políticas iguales basadas en liderazgos mesiánicos, caudillistas, de culto a la personalidad en lo nacional e internacional: unos oraban por el líder moscovita, otros por el dignatario de Pekín y en el continente alabanzas por Fidel Castro. Todo esto en medio de una Guerra Fría que mantenía al mundo en un maniqueísmo permanente. Todo esto cercenó la capacidad de pensamiento y de toma de decisiones de la izquierda de los PC, en particular, y del resto de la izquierda, en general.

¿Y qué tiene que ver todo esto con lo que le pasó a Evo Morales? Muy sencillo: al día de hoy hay una izquierda muy activa, beligerante y con protagonismo que desafortunadamente está situada mental y emocionalmente en la segunda mitad del siglo XX. Esta izquierda todavía piensa con categorías de la Guerra Fría. No se han dado cuenta que el mundo hoy es otro. Que las dos últimas generaciones de seres humanos no vivieron la Guerra Fría y muchos ni siquiera vieron la caída del Muro de Berlín. Es una izquierda que contó con la “suerte” de haber llegado al poder en un país rico, con petrodólares, que apoyó a sus congéneres en otros países, que replicaban el mesianismo y el caudillismo. Estoy hablando de Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia, los Kirchners en Argentina y Lula en Brasil. Es una izquierda que utiliza las libertades democráticas para acceder al gobierno y luego cambian las reglas de juego para atornillarse en el poder y acabar con los “enemigos” del pueblo. La forma más burda de este proceso es la dictadura de Nicolás Maduro en el hermano país de Venezuela. En otros países las cosas se hicieron mejor, pero sus líderes cayeron en el mesianismo y en el caudillismo, como es el caso de Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. El caso argentino y el brasileño tiene otro aditamento más, la corrupción. Los líderes de esa izquierda copiando las malas costumbres que supuestamente ellos atacan. A los Ortega en Nicaragua, con los mismos vicios de los anteriores, se les suma un descarado nepotismo en la conducción del Estado: Ortega presidente, su esposa Rosario Murillo vicepresidente. El mundo para ellos tiene solo dos colores: blanco y negro. ¡No puede haber grises! Solo hay amigos y enemigos. Defensa a ultranza de los amigos, aunque estos hagan lo que hagan.

Las elecciones pasadas en Colombia, 27 de noviembre de 2019, las protestas gigantescas en Ecuador y Chile, la caída monumental de Evo Morales ha mostrado que los pueblos están hartos de polarizaciones, de los partidos, de izquierdas y derechas. La gente ha salido a la calle a luchar por sus intereses comunes y por sus derechos; intereses y derechos que no tienen color político ni dependen de ninguno de los brazos. Los derechos violados hay que defenderlos no importa quién los haya violado. Manifestaciones multitudinarias en Chile y Ecuador (gobiernos de derecha), manifestaciones multitudinarias en Bolivia y la caída de Evo Morales (gobierno de izquierda). En nuestro caso nacional, la gente votó por un cambio. Perdieron las opciones polarizantes: perdió el senador Álvaro Uribe (derecha) y el senador Gustavo Petro (izquierda). No olvidemos el significativo aumento del voto en blanco. Pareciera como si muchos se pusieron de acuerdo y gritaron: ¡No más polarización! ¡No más violencia!

La caída de Evo Morales es un campanazo gigantesco que debe estremecer a la izquierda retardataria, anquilosada en la Guerra Fría. Que no crean que al llegar al poder pueden replicar la dictadura de los Castro en Cuba o los totalitarismos de la Cortina de Hierro. No, ya estamos en tiempos de la globalización, las redes sociales, la internetización, en pocas palabras, en la Cuarta Revolución, con todo lo que ello implica en el desarrollo político, económico y social de la sociedad humana. ¡A borrar de telarañas nuestras mentes! ¡Dejemos atrás el siglo XX! ¡Vivamos en la segunda década del XXI!

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