No existen los amores correctos. No es cierto que existan. Nos han mentido. Los amores pueden ser contrariados o tímidos; inocentes o culpables; perpetuos o peregrinos; extravagantes o predecibles. Pero, por naturaleza y definición, jamás podrían calificarse como correctos (y muchos menos incorrectos). Cuando dos deciden -y coinciden- en aceptar libremente el amor -lo que de suyo implica cierta madurez- no queda más que someterse a la voluntad consciente de entregarse -y hasta consumirse- en el otro, la otra o los otros. Pareciera la única regla posible. Desafortunadamente no lo es. Con el tiempo muchas otras reglas se han venido inventando; como quien dibuja cortando el viento con un dedo. Cuentos de hadas que convirtieron la gran marea del amor en simple geometría. Piezas que encajan en su lugar apropiado; como esos juegos con los que mi sobrina aprende sobre el mundo y sus coartadas: sus fronteras invisibles.
Sin embargo, curiosamente aquellos que apelan y vociferan la existencia de los amores correctos más allá de solo tratar de manipular a los otros -lo que tristemente logran- buscan también obtener una validación personal a toda costa. De esa forma, justifican su manera de amar y de paso, legitiman la construcción de prejuicios amenazantes y afilados frente a todo aquel que ose salirse de los límites de su reino binario. De su bien y de su mal. La cláusula consuetudinaria del amor, concebido como uno solo, casi siempre esconde detrás de sí, la imperiosa necesidad de decirle al mundo que la propia es la única versión posible del amor. Amen todos pero amen como yo amo. Esa es la verdad verdadera de sus intenciones. Egoístas.
Quienes vociferan la existencia de los amores correctos,
más allá de tratar de manipular a los otros
buscan obtener una validación personal a toda costa
Hace un par de días Claudia López, la nueva alcaldesa de Bogotá, reventando de júbilo por su victoria, decidió besar a su pareja la senadora Lozano -antes de salir ante su público- con la pasión justa del momento. Un gesto recurrente entre políticos vencedores quienes siempre han hecho obvias sus muestras de afecto con sus esposas conmovidas y bien puestas. No obstante, el ferviente beso causó un revuelo absurdo que ameritó comentarios desobligantes e incluso dio paso a chistes de mal gusto sobre la vida sexual -siempre privada- de la pareja. El imperdonable pecado no fue el beso, por supuesto, fueron quienes se besaban: dos mujeres lesbianas. La coincidencia perfecta para el ataque de la hinchada de los prejuicios y los distraídos.
No obstante, todo el alboroto que creó el beso puede llevar a considerar -e incluso a explicar- cuáles son las expectativas del establecimiento moral del país respecto a las mujeres y a las lesbianas. Las primeras, deben conservar su lugar de acompañantes sonrientes y adorno decorativo y jamás atreverse a poner en tela de juicio o a participar del gobierno de los hombres. Por suerte, ya lo hicieron. En el segundo caso, la algarabía y saliva de varios, demuestra que muchos esperan que los homosexuales vivan en cuevas, se escondan y demuestren su amor bajo llave. Cualquier gesto de amor público podrá ser usado en su contra y ser considerado como un desafío e incluso una falta de respeto con aquellos que solo entienden la talla de esa palabra cuando se trata del respeto hacia ellos mismos y los suyos. El embudo moral que tanto daño le ha hecho a Colombia.
La buena noticia es que el acceso al poder de la pareja trae consigo un mensaje profundo: aquellos que por años fueron considerados incapaces, obscenos o vergonzantes, son hoy quienes nos gobiernan, estarán a cargo de tomar las decisiones más importantes y serán llamadas a enarbolar las causas más urgentes para el esquivo rumbo de Bogotá y el país. Son ellas dos las dirigentes del cambio necesario que requerimos. Ya empezaron. Basta ver su fallida pero valiosa consulta anticorrupción. Y a quienes se lamentan por los resultados de la elección y lo que ella significa, bastaría regalarles un calendario para que cuenten los días que faltan para que se cumplan los próximos cuatro años pero sobre todo para que se enteren del año en el que están viviendo.
@CamiloFidel