El próximo 9 de noviembre se cumplen 30 años de la caída del muro de Berlín, lo que precipitó la debacle del comunismo en Europa Oriental y la desaparición de la URSS. Por eso con mucha tristeza vale la pena preguntar: ¿en América Latina ya se asimiló ese acontecimiento histórico de hace tres décadas? La respuesta es un rotundo no, porque como diría el poeta Julio Flórez: “Todo nos llega tarde…. ¡hasta la muerte!”.
No es posible que la estafa comunista del marxismo-leninismo esté a la ofensiva en la región con el remoquete del socialismo del siglo XXI, del cual dijera el tirano Fidel Castro en una entrevista en el 2010 al hacerle una pregunta en ese sentido sobre la mencionada denominación, afirmó: que era el comunismo, el que el propio Marx definió como comunismo, por lo que no cabe la menor duda acerca del enemigo al que se está enfrentando la democracia en la región.
Ahora bien, el derrumbe del muro de Berlín se constituyó en un acontecimiento cimero para Europa y el mundo, pues no solo fue la debacle del comunismo totalitario en el viejo continente, sino que se rompió el mito de la invencibilidad e intocabilidad del marxismo, cuyo accionar criminal en más 150 años lo catapulta como la organización más torcida e infame que ha conocido la humanidad. Sin embargo, sus miembros guiados por el fetichismo, la superstición y la leyenda le dan a semejante doctrina abyecta el carácter de todopoderosa. De ahí fue que Hugo Chávez inducido por el dictador Fidel Castro buscó reeditar al comunismo en Latinoamérica llevando a la miseria y al hambre al pueblo venezolano.
Con eso en mente, por su retardo ideológico, América Latina no ha podido discernir y por ello ha sido víctima de las patrañas marxistas desde hace tiempo. Resaltando que Fidel Castro se declaró comunista cuando ya estaba en el poder en Cuba, porque antes tenía como coartada al movimiento “26 de julio” y al partido del pueblo cubano o partido ortodoxo, cuya ideología era nacionalista y democrática, pero ulteriormente declaró como partido único al comunista en 1965, que según la anterior constitución lo define como: “la vanguardia organizada de la nación cubana, fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.
Esa aversión constitucional de la camarilla comunista cubana es en realidad un sustituto de la religión, en donde condena al pueblo por los siglos de los siglos a vivir bajo el dominio de la desgracia marxista. Pero la cosa no se queda de ese tamaño, porque los países de la región, según la orientación del comunismo totalitario, deben seguir ese camino usando diferentes máscaras, que ya las hemos denunciado en otras oportunidades, como son: el socialismo del siglo XXI, el indigenismo, el progresismo, el bolivarianismo, el Foro de Sao Paulo y los gobiernos alternativos (para copiar a Hugo Chávez, quien de manera vulgar transportó los desechos del marxismo, repudiados en el viejo continente con la caída del muro de Berlín para implementarlos en Venezuela y en toda América Latina, convirtiendo a ese país hermano en un albollón comunista).
Por carecer de la razón los seguidores del marxismo van en contra de su conciencia y su actuación se circunscribe dentro de lo más arcaico de la política. Por ello tienen un comportamiento brutal que desecha toda lógica, al querer convertir a las masas en un rebaño, lo cual demuestra que los miembros de esa caterva saben que están equivocados y en ocasiones son vergonzantes, porque muchos de ellos no permiten que los llamen comunistas, pues eso va en contraposición de sus intenciones rastreras; por lo cual se cambian de disfraz para engañar a los pueblos que de manera ingenua se dejan envolver de su doblez.
Los comunistas también han utilizado varias argucias embaucando a las naciones en Asia. Recordando que el genocida de Kim Il Sung en Norcorea para esconder su marxismo impulsó la idea “Juche”, la cual significaba: “que propietarias únicas de la revolución y su posterior construcción son las masas”, entendiéndose eso como un revuelto entre el comunismo y la cultura tradicional coreana. De igual manera en Vietnam se ocultó el comunismo con la fundación del Partido de los Trabajadores de Vietnam en 1951, pero con la reunificación de ese país en 1976, después del triunfo del Vietcong tomó el nombre de partido comunista de Vietnam, siendo eso demostrativo de la impostura marxista que se acomoda para hacer caer a los pueblos incautos.
La ficción marxista-leninista con la cual han engañado naciones demuestra que lo dicho por Lenin no es tan alejado de la realidad, cuando afirmaba: “nosotros somos una iglesia”. De ahí precisamente se desprende que la superstición y el mito son inherentes al marxismo y por ello aprovechando la religiosidad en Latinoamérica y su cultura, crearon la Teología de la Liberación impulsada en los años 60 del siglo pasado como un producto comunista traído a Latinoamérica por la KGB, agencia secreta de la URSS; evidenciándose que el marxismo se mimetiza hasta en la religión, para lograr satisfacer sus instintos mórbidos que buscan envilecer a los demás.
El marxismo es un culto al engaño, que en América Latina especialmente se ha puesto varios antifaces para esclavizar a nuestras naciones. Se le pueden colocar otros motes como el de castrochavismo, pero el comunismo totalitario sigue siendo el mismo bebedizo que usa diferentes rótulos. Por ello hay que reconocer con vergüenza que a treinta años de la caída del muro de Berlín nuestra región no ha podido dimensionar ese acontecimiento y por eso han surgido timadores como Hugo Chávez con el socialismo del siglo XXI, degeneración diseñada por el político de la antigua Alemania Oriental, Heinz Dieterich en 1996; curiosamente este personaje es oriundo del país en donde se cayó el muro de Berlín.