Parece presentarse un consenso respecto a que las grandes perdedoras de las elecciones fueron las encuestas.
Pero el porqué sucedió esto, y lo que significa a futuro, va más allá de decir que se tienen que crear reglas más exigentes para esa actividad.
Las encuestas tampoco predecían lo qué pasó en Chile o en el Ecuador, porque no existen sondeos donde se establezca cuántas personas están a punto de colaborar en un levantamiento social; nunca se pregunta hasta dónde llevaría el encuestado su protesta; solo se averigua por qué protesta, sin investigar si adheriría a un movimiento popular para manifestarse contra las condiciones en las cuales vive.
En Colombia cualquier indicador social que se tome muestra una situación peor que allá. Es más creciente nuestra desigualdad, peor el desempleo, más inequitativo y deficiente nuestro sistema pensional, más costosos nuestros servicios públicos, más inoperante nuestra justicia, etc. En fin, tenemos muchas más razones para el inconformismo de la población que el que en esos países se presentaba.
Incluso el crecimiento, del que tanto se ufana el Gobierno, expresa más los problemas estructurales de la economía que las posibles buenas repercusiones sociales. El Minhacienda dice que no sabe el porqué del desempleo (de lejos el más alto de Suramérica) porque contradice ese crecimiento que él atribuye a las inversiones incentivadas por la Ley de Financiamiento. Pero no toma en cuenta que ese aumento en las inversiones no producirá efectos sino al mediano plazo (ni que entonces traen más desempleo, por lo menos transitoriamente; ni que el apoyo a las empresas por sí solo no eleva el consumo).
En cambio, la explicación está en el aumento de la demanda: en buena parte, el de los inmigrantes venezolanos que, sea como sea, son un millón y medio más de consumidores; y en parte por el aumento de las remesas de nuestros exilados que en pesos casi se duplicaron en estos dos años, y que llegan directo al consumo de los hogares.
El análisis alrededor de cómo le fue a los partidos (que el Verde ganó… que el Centro Democrático perdió…) no toma en cuenta que los partidos como tales no existen desde hace rato; son solo maquinarias para conseguir votos, ya hoy sin ninguna caracterización ideológica o alineación programática; el hecho de que ni siquiera se presentara una candidatura que no fuera de coalición (y eso entre las colectividades más distintas) es más que prueba de ello.
Pero sobre todo el adelantar tales análisis es no entender el significado de lo manifestado en esta votación.
Se puede hablar de que lo que hubo fue una revolución política, en la medida en que no solo todo el tablero cambió, sino que ese cambio es expresión de un rechazo a un sistema imperante sin que se sepa cómo se puede remplazar.
Porque el fracaso de las encuestas es solo el último punto donde se ve lo desconectada que se encontraba de la nueva realidad la clase dirigente o dominante (y que aún parece seguir igual).
El mayor desacierto de las encuestas no fue con relación a elegidos y ‘quemados’.
Excepto en Bogotá, ni siquiera se acercaron al peso del voto en blanco
(que creció en todas partes, en algunas en forma dramática)
El mayor desacierto de las encuestas no fue con relación a elegidos y ‘quemados’. Excepto en Bogotá no acertaron -ni siquiera se acercaron- al peso del voto en blanco (que creció en todas partes, en algunas en forma dramática). Y este fenómeno más que un complemento es tanto o más significativo que el hecho de que la mayoría de los triunfos inesperados hayan sido en cabeza de elementos ‘alternativos’ o por lo menos ajenos al sistema operante.
Y más perdedores que las encuestas podrían ser todos los analistas (desde periodistas hasta politólogos) que daban explicaciones sobre lo que significaba lo que ellas decían (y que hoy siguen concentrándose en lo que los resultados pueden predecir para las próximas presidenciales).
Ojalá entendamos que estamos ante una revolución, y, con algo de optimismo, ojalá que esto nos evite que lleguemos al punto que hemos visto en algunos de los países vecinos.