No importa cuántas elecciones hayamos visto pasar en la vida, todo pareciera indicarme que resulta imposible dejar de sentir esa especie de resaca del día después, como si se tratara de algo parecido a la sensación de vacío que sobrecoge a las mujeres después del parto.
Y tengo entendido que ese saborcito a piedralumbre que resienten las papilas desde el esófago, lo experimentan, aunque en grados de intensidad distintos, tanto los perdedores como los ganadores, y también la gente del común, al margen de si votaron o no, de si les interesa o no la política. En fin, al salir el lunes siguiente a la calle se siente como entrando a un salón de eventos, protegidos por las gafas de sol, a la media mañana del otro día de una noche de fiesta.
Y al igual que al otro día de la fiesta, vienen los recuerdos, las evaluaciones y, de pronto, las ilusiones, cuando acaso despierta alguna.
En mí, particularmente despertó una.
Que Claudia López ganó en Bogotá... que cómo le irá... que ojalá lo haga bien... que bien por Cali con lo de Jorge Iván... que quién es ese que dio el palo en Medellín... que hubiera sido muy bueno que ganara Jaime Andrés en Bucaramanga... me dicen los que me llaman.
Pero yo, pa´mis adentros, quedé con la alegría de haber visto nacer un magnífico líder.
Miguel Uribe Turbay irrumpió en la vida política nacional y a mí me encantó.
Yo ya estoy lo suficientemente curtido en estas lides como para ponerme a pararle bolas a eso de los programas de campañas, luego no voy a decir que sus propuestas eran mejores, o sencillamente buenas.
Lo que me alegró fue su talante, su madera de líder, su pasta humana.
Me gustó mucho el despliegue que hizo de su inteligencia creativa. En los debates dejaba la impresión de que lo que iba diciendo era lo que iba pensando, lo que genuinamente estaba en su cerebro y no, como ocurre tanto ahora, lo que les dicen los publicistas a los candidatos que repitan.
Me encantó que irrumpiera en la nueva generación
un líder consciente de la importancia
del sentido moral en la política
Me gustó mucho esa conjugación de juventud y valores que encarnó. Es que además del brillo que hace traslucir la juventud en los seres humanos, me encantó que irrumpiera en la nueva generación un líder consciente de la importancia del sentido moral en la política. Porque los líderes de ahora son más dados a hablar de cambios y de anticorrupción monda, lironda y urgente, que de comprender el sentido moral como pedagogía, como método y, si se quiere, como inspiración.
Y por sobre todo me gustó verlo cómo pelea.
De las cosas que la vida ha venido enseñándome con el paso de los años, es a observar en la gente, sobre todo, la forma cómo pelean, el talante con que salen al ruedo de las refriegas inevitables de la existencia.
A veces pienso que es más cierto descifrar el alma humana a través de cómo se pelea que de cómo se ama.
Por ejemplo, desconfío profundamente del que insulta a su contradictor, del que no tiene reparos en vomitarse sobre la dignidad del otro. Así como detesto también al cobarde que sale huyendo cada vez que se le planta un duelo. De alguna manera continúa despierto en mí el gen que sembraron en mi cultura el Quijote, las novelas de caballería y Carlos Pizarro.
Me encantó verlo blandir la firmeza y la nobleza. Su espada eran los argumentos y su escudo el respeto.
Yo voté por él por esto. Convencido y contento de hacerlo. Y también voté por él en gratitud a la memoria de su madre.
Aún la historia no ha honrado el aporte enorme de Diana a la paz con el M-19. Nadie sabe las veces que Diana se sentó con nosotros a darnos sus consejos, a enriquecernos con las joyas de su inteligencia experta y el derroche de su sinceridad generosa. Fueron invaluables las cosas que nos hizo ver y que desconocíamos por completo.
Es mucho lo que la paz del M-19 le debe a Diana.
¿Cómo no habría de votar por su hijo?