La evidente derrota del uribismo en todo el país es el resultado del anhelo de toda Colombia de marchar por la senda de la paz libre de populismos malsanos y extremistas nocivos. Bien lo dice el popular refrán: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Tenía que llegar el día en que los colombianos se sacudieran ese yugo atroz que por tantos años les fue enquistado por un hombre que solo sabe odiar, odiar y odiar.
Ni siquiera en su tierra natal Álvaro Uribe se salvó de una derrota humillante. Sus candidatos para la gobernación y la alcaldía fueron vencidos por unos antioqueños hastiados de su liderazgo revanchista y corrosivo. Por eso estoy seguro de que Antioquia y Medellín han quedado bien servidos.
Además, en la capital Bogotá, a Miguel Uribe no le valieron los votos uribistas, ni conservadores, ni liberales, ni cristianos, ante unos pesos pesados como Galán y Claudia. Escasamente sobrepasó los 400 mil votos, un verdadero desastre.
Por su parte, en el resto del país el Centro Democrático sintió cómo la aplanadora de sí a la paz y no a la guerra trituró sus otros candidatos.
Felicitaciones Colombia. Esta jornada ha demostrado que nuestra democracia está latente y madurando, que si tenemos fe en nuestras instituciones podremos tener un gran país, que no hay ningún colombiano por muy poderoso que sea que se arrogue el derecho de evadir o burlar la justicia.
