"Todo está alegre, menos mi alegría…"
— César Vallejo.
"Y ahora nos salen con que no podemos,
que no hay sitio en el barco,
no quieren saludarnos,
no quieren jugar con nosotros".
— Pablo Neruda
Si se ausculta a Colombia lo primero que se detectaría es una arritmia cardíaca, un latido irregular: lento en los cambios sociales, rápido en el pillaje. Se agotan las metáforas para describir la decadencia reinante en una tierra en la que solo nos une el miedo y el botín. Este país es un barco a la deriva, está hundiéndose irremediablemente en un mar de codicia, saqueo y crímenes. Las ratas se hicieron al control de la nave hace mucho tiempo y la dejarán hundida en el fondo del mar como el galeón San José pero sin tesoro alguno.
Una banda de forajidos se apoderó de la sala de máquinas y la mayoría de los pasajeros lo único que hace es sacar el agua de todas partes para sobrevivir un día más. Los botes salvavidas están en manos de una mafia que los negocia y hay motines a bordo para conseguir un cupo en ellos. Los más desesperados se han tirado desde la proa a las aguas profundas. Los cínicos banqueros de siempre en la sala de juegos divirtiéndose a costillas de la desesperación de los viajeros.
No hay timonel, hay rumores de que contrataron a uno que nunca ha conducido una nave, le tiene miedo al agua y a su jefe. Incluso este barco como en la novela de Moby Dick tiene su propio capitán Ahab, aislado en su fecundo y ancho camarote, cada día más canoso y delirante, nadie le hace caso de veras, sobre todo, desde que la ballena blanca se transformó en un manso cordero. Algunos pasajeros en la cubierta claman a voz en cuello: cuál es el rumbo y nadie tiene idea hacia dónde se dirige ese barco ebrio de sangre y dolor.
Los forajidos al control han permitido a bordo el asalto de piratas de otras latitudes que se llevan lo poco que va quedando en pie y además organizaron un ejército de ratas-sicarios para perseguir y dar de baja a los amotinados. La insolidaridad es la bandera que ondea en el mástil roto, los vientos del egoísmo fluyen de proa a popa, las hélices se trabaron y estamos a merced del lucro y la violencia, hermanas siamesas que se reproducen como las hormigas en los últimos días de Macondo.
¿Qué hacer? Como dice César Vallejo: "¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, /hay, hermanos, muchísimo que hacer". Para empezar hay que echar ese cartel de pillos y tomarse la cabina del barco. ¿Quiénes lo harían? Los pasajeros comunes y corrientes, en una democracia, la protesta pacífica y multitudinaria, ¿o habrá que importar los indígenas del Ecuador? La pena más alta de todas debe ser contra los ladrones del erario, hay que ponerlos a fregar lo pisos y descontaminar la sala de máquinas.
Tenemos que juntarnos los soñadores de un mejor destino, no es posible que esta parranda de… siga en ese festín sangriento por los siglos de los siglos. Ojalá lleguemos a ese puerto donde la voz de las mujeres, los sueños de los jóvenes y quizás la palabra del poeta sean la luz de Colombia.
Colombia, sust. Mar de sangre. Cueva de malhechores. Barco a la deriva. Escuela de sicarios. País ilusorio. Tierra de ingenuos (de leones según Darío). Botín suculento.
Motosierra, f. (colombianismo) Sierra para cortar árboles humanos.
