¿Quién salvará a Bo-Gótica?

¿Quién salvará a Bo-Gótica?

Atrás quedaron los tiempos de la Atenas de Sudamérica, hoy la ciudad es un caos. ¿Podrá alguien rescatarnos o tendremos que ser nosotros mismos la solución?

Por: Juan Manuel Montoya Tovar
octubre 22, 2019
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¿Quién salvará a Bo-Gótica?
Foto: Las2orillas

Ciudad Gótica es un lugar ficticio del mundo de las historietas donde el hampa en las calles y la corrupción al interior de las instituciones reinan.

La politiquería en Bogotá no es una historieta, es una cruda realidad vivida por millones de personas que sienten cotidianamente cómo el hampa y la corrupción campean a sus anchas.

Soy de los que creció con la imagen de Mockus como el superhéroe, a lo Bruce Wayne, de una ciudad altiplánica donde reinaba la incultura ciudadana de los guaches y las guarichas. El profesor supercívico nos salvó de los villanos, pingüinos, acertijos, guasones y demás que no cruzaban por la cebra, botaban basuras en plena vía pública y bebían en establecimientos nocturnos hasta las 6:00 a.m.

Más de 20 años después del primer profesor alcalde y Bogotá, está lejos de ser la Bogotá cívica que Mockus soñó, entre otras cosas porque no sirve el civismo entre quienes somos ciudadanos de a pie sino existe un ejemplo de limpieza en las costumbres políticas, sino existe ética por parte de quienes son los servidores públicos. De nada sirve promover el respeto por el sistema de transporte, porque aunque TransMilenio S.A. es una empresa privada, los ciudadanos tenemos que subsidiar sus pérdidas, ya cuando una vez subsidiamos sus inversiones. Es pertinente recordar que el 85% de la inversión para TM fue con dineros del distrito y la nación, aunque la mayor parte de las utilidades, el 90% específicamente, va para los operadores privados de la flota, quedando el 5% para los recaudadores y el 5% para el distrito. Como ese ejemplo abundan muchos, aún más en esta alcaldía que ya fenece, pues nos vendieron dos veces la idea de que, como una empresa, la ciudad necesitaba un gerente. Acá cabe reconocer que a pesar de sus razonamientos imbéciles y sus símiles incomprensibles, Enrique Peñalosa es el alcalde gerente para las constructoras y las mafias de la contratación pública. Tremendo timo y no es Timochenko.

No pretendo excusar a pasadas administraciones, estamos ante toda una historia de corrupción e ineficiencia administrativa desde épocas del primer alcalde empresario, el constructor Fernando Mazuera, al cual, más que al Bogotazo, le debemos la destrucción de la hermosa Bogotá neoclásica para dar paso al brutalismo de Le Corbusier.

Volviendo a la Bogotá actual, cada día más nos parecemos a Medellín, por supuesto no en su sistema de transporte, en lo que cabe reconocer es la ciudad vanguardia de Colombia, sino en las dinámicas de delincuencia y violencia. En los barrios de los sectores medios-bajos y bajos, bandas cada vez más descentralizadas copan territorio para controlar mercados del microtráfico, la extorsión y la prostitución. Se han multiplicado las ollas y cada vez más van apareciendo zonas de tolerancia sin previo aviso.

Los politiqueros provincianos en sus innumerables correrías acusan el centralismo bogotano, pero bien cómodo que si les parece para poder robarse los recursos de sus regiones, justificándose en que todo se va hacia Bogotá. Son más la miseria y la delincuencia provenientes de diferentes latitudes del país que la riqueza. Ahora agreguemosle el éxodo venezolano que ha sido estimulado por el uribismo al reconocerle al venezolano un estatus de refugiado y no de un inmigrante cualquiera, aparte de hacer promesas de nacionalización exprés, siendo el alcalde vendebuses el precursor de esa idea, y de pronta integración de las familias colombo-venezolanas a la sociedad colombiana; ello anima a la merma de los derechos de los nacionales residentes, entre los que el que más se destaca es el derecho al trabajo. Funcionarios del sector salud del distrito se quejan por las órdenes institucionales que dan prioridad a los bebés y las madres gestantes provenientes de Venezuela por encima de nuestros niños y nuestras madres.

Ahora bien, entre los politiqueros provincianos que ya hacen del Concejo Distrital su fortín se encuentra María Clara Name, del célebre clan caribeño Name, la cual paradójicamente es de Alianza Verde. También se encuentran Rolando González, de Cambio Radical, y Daniel Palacios, de Centro Democrático, sí, provenientes del Caribe guapachoso, carente de buenas infraestructuras eléctricas y de acueductos. No es un tema de regionalismo, ¿pero qué nos hace pensar que si estos politiqueros tienen sumida su región en el más horrible atraso van a contribuir al mejoramiento de Bogotá?

Bogotá es un desmadre. Aparte de la medellinización, una ciudad cada vez más sucia, hedionda, putrefacta e insegura es la que percibe. Una ciudad donde su sistema de transporte es un submundo donde reinan la delincuencia y la mendicidad. Andenes, separadores, semáforos, parques y plazoletas llenas de pedigüeños que se toman muy en serio aquel refrán bíblico de "pide, se os dará", en su mayoría personas de origen venezolano; ante la evidencia empírica no hay epítetos de discriminador, racista y xenófobo que valgan. Una ciudad donde el policía persigue al drogadicto, pero recibe soborno del jíbaro. Donde el policía es miembro cabecilla de una banda de fleteros, apartamenteros o extorsionistas.

Señores, bienvenidos a Bo-Gótica, atrás quedaron los tiempos de la Atenas de Sudamérica. Alguna vez creímos que el comportarnos bien y seguir las normas básicas del manual de urbanidad serían más que suficientes para que los males colectivos que nos aquejan fuesen superados. El supercívico Mockus nos enseñó a ser ciudadanos obedientes, pero nadie nos ha enseñado a ser ciudadanos participativos, activos y protagonistas.

Otro certamen electoral se aproxima y a Bo-Gótica no la van a salvar los delfines Uribe Turbay y Galán, cuyas maquinarias tienen un voraz apetito burocrático, ni los alternativos Claudia López y Hollman Morris. Quién la va salvar es la ciudadanía empoderada, atenta a generar todo tipo de sanción social no solo a delincuentes del más bajo lumpen, sino, y principalmente, a los delincuentes de la más hipócrita élite que se roban nuestras vías, nuestro sistema de transporte, nuestra salud, la educación de nuestros niños y jóvenes, la asistencia a nuestros ancianos, nuestros servicios públicos, etcétera, para ofrecernos tejas, cemento, tamales, algunos pesitos y puesticos en la burocracia que muchas veces resultan no más que órdenes de prestación de servicios, precisamente porque es mucha a la clientela que le tienen que cumplir, pero la clientela termina esperando siempre porque primero es familia, segundo amigos.

Esa Bogotá, la Bogotá que queremos —plagiando el eslogan de la primera alcaldía del alcalde mercachifle—, seguirá estando lejana si las bases ciudadanas no nos organizamos de cara a lo que será el escenario poselectotal. Bogotanos, de nacimiento o de corazón, es preciso es organizarnos en comités cívicos en cada una de las localidades para contrarrestar el accionar de las mafias poltiqueras que se roban nuestra calidad de vida.

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