La pedagogía encierra innumerables técnicas que construyen una metodología de enseñanza. De hecho, se define como un conjunto de herramientas que contribuyen significativamente al proceso de aprendizaje, la cual tiene efectos positivos o negativos en dicho proceso.
Por otro lado, cuando se habla de pedagogía es necesario también vincular en el proceso educativo las competencias socioemocionales para crear conciencia social y evidenciar las necesidades educativas de cada estudiante, hacer énfasis en sus habilidades más que las posibles falencias que ellos puedan presentar.
Surge entonces el interrogante sobre cuál es la concepción que los docentes tienen acerca de la práctica pedagógica y las implicaciones que esta tiene alrededor de su quehacer como educadores, porque partiendo de esa concepción se puede determinar si dichas prácticas son pertinentes o no desde la perspectiva de la diversidad que puede contener un aula de clase.
Si lo analizamos desde el enfoque conceptual de la educación frente a la diversidad, puede decirse que esta ha evolucionado; hoy en día, se entiende como “una búsqueda de mejores formas de responder a la sociedad compleja con necesidades diversas, se trata de aprender a vivir con la diferencia, de tal manera que se incentive y se fomente el aprendizaje, lo que exige una gran cantidad de cambios en el sistema y en la sociedad misma. Requiere una comprensión global de la temática desde un modelo biopsicosocial, en el que se plantea un trabajo para construir democracia dentro del marco de los derechos humanos y dentro de una sociedad abierta e inclusiva.
Idea que de cierta manera se articula con un planteamiento de Kant cuando dice que “El fin de la educación es el desarrollo de todas las facultades humanas. Llevar hasta el punto más alto que pueda ser alcanzado, realizarlas lo más completamente posibles, pero sin que llegue a dañarse entre sí. Ideal por encima del cual no puede existir ningún otro”.
En este sentido viendo las prácticas pedagógicas como un medio estructurante de posiciones y prácticas que determinan conciencia e identidad de interacción no solo en el proceso enseñanza aprendizaje sino también en el ámbito social como forma de comunicación, como discurso sin espacio semántico impenetrable, sería interesante pensar en las diferentes causas por las cuales un estudiante no obtiene los resultados esperados traducido en un rendimiento académico adecuado.
Más allá de estigmatizar al individuo y posicionarlo en un marco de “problemas de aprendizaje” es importante analizar la postura que asumen los educadores como puentes del conocimiento, y si a eso anexamos la educación por competencias donde se vincula un régimen curricular que enmarca el aprendizaje en las habilidades del estudiante versus resultados, creando límites en el conocimiento, pensando más en lo que debería ser capaz de hacer el alumno que en lo que debe saber, más en el concepto que en la forma, dando relevancia al resultado que genera el estudiante en términos de funcionalidad, podría decirse entonces que la forma que no son otra cosa que las prácticas pedagógicas pasan a un segundo plano y en el momento en que el resultado es la prioridad empezamos a pensar en problemas de enseñanza.
En coherencia con lo anterior es importante también analizar algunas características asociadas a las prácticas de una clase bien organizada como lo plantea Darwin, en la revista Educación y cultura en el artículo planificación escolar y saber didáctico, ya que elementos como: conexión de saberes, flexibilización, cohesión pedagógica y la retroalimentación pueden ser elementos que si no se tienen en cuenta en una práctica pedagógica pertinente, también puede convertirse en un problema de enseñanza, que es directamente proporcional al proceso de aprendizaje de los estudiantes; entorpeciendo así la tarea pedagógica la cual funciona como una obra teórica dirigida que advierte de los daños que puede causar la educación sin sentido, fragmentando el ser para atenderlo, pragmática e instrumentalmente.
Por tanto para concluir es importante cuando se hable de problemas de aprendizaje, no traer a la mente tan solo al estudiante como único responsable de éste. Si bien es cierto que, en cierta medida, es uno de los principales encargados de este proceso, porque no es el único. En escasas ocasiones se cuestiona el trabajo del educador. Este tipo de pensamientos es el que ha llevado a hablar de problemas de aprendizaje y no mencionar los problemas de enseñanza, lo que a priori parece un simple juego de palabras, sin embargo lleva consigo grandes cambios en la forma de pensar y por lo tanto, en la forma de actuar.
Todo buen educador, cuando se encuentra delante de su alumnado, debe ser consciente de la heterogeneidad a la que se enfrenta, no solo físicamente, culturalmente o personalmente sino que la forma en la que cada alumno aprende es diferente, por lo tanto, no podemos intentar que toda esa diversidad de alumnado se adapte al profesor, sino que sea el profesor, a través de distintas metodologías, quien se adapte a cada uno de ellos. Puede parecer utópico, pero solo probando diferentes metodologías, un docente puede darse cuenta cuál le funciona y cuál no, además de identificar si hay un alumno que no avanza. Ahí el profesor debe cuestionarse lo siguiente: ¿qué estoy haciendo mal?, ¿qué está ocurriendo?, ¿qué más factores influyen en esta situación?, ¿qué puedo hacer como docente para solventarla? Estas preguntas son una buena reflexión diaria para cada docente, sin culpabilizar únicamente al estudiante y pensar que es él quien tiene dificultades para aprender.
El aprendizaje es un proceso en el que intervienen múltiples variables e interactúan diferentes actores, por ello, no es recomendable deducir que si un alumno/a no consigue avances sea por algún “problema” de este, sino que el docente tenga en cuenta todo lo que le rodea, para realizar una autoevaluación de su labor como educador, intentado producir mejoras en el proceso de enseñanza-aprendizaje.