Cuando el protagonista del #hackergate intentó (según lo que se conoce hasta el momento), engañar a los periodistas de RCN Televisión con una supuesta fuente de información, que haría señalamientos en contra del presidente Santos, quedó en evidencia una vez más, la sofisticación de los métodos para manipular la Opinión Pública a través de los medios masivos de comunicación.
En este caso, la maniobra no se pudo completar porque la noticia nunca salió al aire, después de un proceso de verificación, que llevó a cabo el informativo. Pero, durante décadas la estrategia de falsear fuentes con intereses particulares de naciones y organizaciones políticas, ha sido utilizada en el mundo de la comunicación estratégica; hay que decir que con bastante éxito, pues, la mayoría de los casos no son detectados a tiempo.
¿Y por qué no son detectados? Aquí influyen varios factores: la actitud permisiva de un periodista que por motivaciones no altruistas apoya el engaño, la falta de tiempo y de recursos económicos por parte del medio de comunicación para tomarse el espacio de reposar la información suministrada, y la credibilidad a toda prueba que le conceden algunos medios a la institución que facilita la fuente.
Antes del desarrollo abrumador de las nuevas tecnologías, la Opinión Pública nacía de un proceso de reflexión, más influenciado por los libros y las discusiones académicas y sociales. Ahora las audiencias le entregaron ese poder, de construir la visión del mundo, a los medios tradicionales y digitales, que hacen el trabajo por ellas.
Eso tiene unas consecuencias poco halagadoras, si se tiene en cuenta que se forma una cadena de construcción de opinión que inicia en el pensamiento de los estrategas de comunicación, quienes en casos, como los vistos recientemente en Colombia, acuden a todo tipo de recursos, poco éticos, para entregar su mensaje a los medios masivos.
Así las cosas, una parte importante de los discursos divulgados por los informativos, están basados en la propaganda diseñada con eficacia por ellos. Esa propaganda puede incluir fuentes falsas, para reforzar una posición política y hacerla creíble.
Generalmente las estrategias de propaganda están inspiradas en los manuales de comunicación y sicología militar, que se utilizan en los conflictos armados, para deslegitimar al adversario, y generar una opinión en la población, de causa justificada.
Así como los testigos falsos, las fuentes de información falsas abundan, y los periodistas, pese a poner en práctica los protocolos antifraude, hemos caído muchas veces en la publicación de sus mentiras. Se falsifican desde desmovilizados, guerrilleros activos, hasta víctimas de la guerra.
Un estudio realizado en los principales periódicos de España por Javier Mayoral Sánchez, de la Universidad Complutense de Madrid (Fuentes de Información y Credibilidad Periodística, 2005) concluye: “los periodistas emplean un altísimo número de fuentes insuficientemente identificadas, que no compiten con otras fuentes ni, por tanto, con otras versiones de lo sucedido, que ofrecen información que afecta a sus intereses particulares y que, por último, consiguen que el texto periodístico recoja lo fundamental de su versión de lo acontecido. Todo ello dibuja las condiciones perfectas para un mensaje de apariencia informativa, pero de esencia persuasiva como es, con frecuencia, el de las fuentes. Las fuentes se esconden, hablan de lo que les interesa y afecta, su relato no compite con versiones alternativas y, al final, consiguen dominar el relato informativo que firma un periodista”. (Ver en confrontaropinion.com)
Las fuentes de información falsas y las fuentes mal utilizadas generan un efecto perturbador en la opinión pública. La audiencia queda desprotegida, a merced de sus intenciones.
