Tres acontecimientos ocurrieron en la celebración de los setenta años de fundación de la República Popular China, el pasado primero de octubre, que expresan a cabalidad la grandeza de su historia, su realidad actual y trascendencia humanística. En buena hora el internet permitió visualizarlos y admirarlos.
El primero fue la realización de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, acto previo que se desarrolló en el Palacio de la Asamblea Nacional en Beijing. La conferencia pasó revista y balanceó lo concerniente a la aplicación de la democracia popular por los organismos del poder —ejecutivo, legislativo y judicial—, democracia que tiene que ver no con elecciones exclusivamente tal y como sucede en la mayoría de países occidentales, sino ante todo con la consulta política, la participación en los asuntos estatales, la deliberación y toma de decisiones, actividades en las cuales el pueblo es el protagonista en todos los niveles, casi siempre de manera directa y no delegada.
Este concepto de democracia popular no es nuevo. Hunde sus raíces en la historia del pueblo chino, hecho que fue reconocido por la escritora norteamericana Pearl S. Buck, quien en su discurso de recepción del premio Nobel en 1938, ya se refería al chino como “un gran pueblo democrático”, “el más democrático de todos”, y hoy se expresa como democracia socialista que aplica los mecanismos dichos, antes y después en la toma de decisiones.
En la conferencia consultiva política del pueblo chino, el presidente Xi Jinping expresó que hay que profundizar la supervisión democrática, vincular más a los intelectuales y otros agentes y expresiones políticas, incentivar el intercambio internacional y no dejar ningún estrato social apartado de la participación democrática en todos los escenarios de la vida política. Esa democracia popular concebida y aplicada por el partido comunista de China desde la fundación de la república, deberá mantenerse, enriquecerse, y por ello se hace necesaria la supervisión democrática de la cual es expresión precisamente, la Conferencia Consultiva Política que se llevó a cabo.
El segundo hecho conmemorativo fue el imponente y extraordinario desfile militar que transcurrió por la amplísima avenida que atraviesa la plaza de Tiananmen a lo largo de unos cinco kilómetros. No hay para qué detenerse en ello pues quien lo desee puede acceder a los videos correspondientes. Mas sí vale la pena resaltar que China mostró en ese desfile su poderío, su potencia e irreductible soberanía.
El tercer acontecimiento fue la ópera que en horas de la noche del primero de octubre se presentó en su gran teatro. Se trata de una alegoría maravillosa y esplendente que recorre los setenta años de existencia de la república. Desde el protagonismo del partido comunista en su fundación, pasando por la gran marcha de Mao, los sacrificios y esfuerzos descomunales del pueblo en la construcción del país en medio de la guerra, los sucesivos cambios producidos en pro del bienestar del pueblo, hasta llegar al cabo de los setenta años a lo que es China hoy por hoy.
Hay que resaltar en la ópera unos elementos constantes como son la unidad del pueblo con sus fuerzas armadas en el trabajo, las calamidades y los éxitos alcanzados. El amor y orgullo patrióticos del pueblo chino y el protagonismo vigente del partido comunista.
El desconocimiento del idioma es suficientemente suplido por la música de la ópera tan impresionantemente adecuada a las diversas escenas, que emociona y conmueve al espectador. Agréguense a ello los coros, dúos y solistas, las canciones que estremecen el ánimo, el virtuosismo de la orquesta y de sus dos directores y la excepcional presentación del incomparable pianista Lang Lang. La puesta en escena, el vestuario, el colorido, las luces y sombras, y la actuación de los cientos de artistas hacen reflexionar en que solo la disciplina y el sentido colectivo del trabajo, característicos del pueblo chino, hacen posible semejante portento visual que inunda el espíritu. Son dos horas de arte para recrear la mente y el alma.
