A lo largo de las páginas certeras y precisas se desenvuelve la historia de Colombia, un país sudamericano falto de unidad nacional. Las pocas oportunidades que hemos aprovechado para consolidar la paz y el bienestar y las muchas en las que las hemos dejado ir nos han hecho caer en las salidas violentas producto la incapacidad de cumplir con las reglas de juego de la convivencia.
En el libro de Melo se puede ver que Colombia ha contado con una elite política dinástica que por lo general trata de jugar para sus propios fines y que ha tomado medidas escasas para evitar la desigualdad y injusticia social, generadoras de la espiral de conflictos y muerte y que ha usado la corrupción y el clientelismo como formas de hacer política. También deja ver que los cambios positivos que ha tenido Colombia provienen de la fuerza de sus habitantes y no de sus políticos, cuyos proyectos han favorecido a los de su clase, generalmente aquellos que quieren mantener su riqueza a costa de la iniquidad, la corrupción y los negocios ilícitos.
Conocer el pasado es fundamental para ver cómo han funcionado las relaciones sociales en Colombia, sin caer en los dogmatismos que muchas veces conducen a la parálisis del accionar y a mirar como espectadores desde la barrera el diario y difícil vivir en sus ciudades congestionadas, en sus campos y la periferia que, violentos, dejan su cotidiano rastro de sangre.
Pienso que La historia mínima de Jorge Orlando Melo ha cumplido con el papel que debe hacer la historia entre nosotros, pues su larga trayectoria como investigador del pasado, de la confrontación de sus fuentes y de agudo observador de nuestros conflictos y oportunidades, han hecho de su obra una herramienta imprescindible para entender y recapacitar en la encrucijada en la que estamos: tenemos un precioso instrumento que podíamos desarrollar con espíritu nacional, que son los Acuerdos de la Habana, modificados en el teatro Colón; son la oportunidad clave, herencia de la voluntad de las Farc y del gobierno de Santos que termina el 7 de agosto de 2018, para mejorar la convivencia, reducir la brecha entre el campo y las ciudades y reducir las desigualdades. Un esfuerzo muy grande que requiere de todos, de historiadores, académicos, la ciudadanía movilizada, de todo el país.
Pero, al mismo tiempo, trágicamente, tenemos una élite egoísta y corporativa, inmunizada contra nuestra historia, que alcanzó el poder en las elecciones de junio de 2018 y que quiere regresar al estado de conflicto. En una crónica en El Tiempo, elcomisionado para la paz, Sergio Jaramillo, decía que: "el interés por el poder supera en mucho el interés por la paz". Muchos esperaríamos de esa élite más generosidad con el futuro de Colombia, apartarse de la sed del dinero, y no emplear la mentira o las formas de participación ciudadana como el plebiscito de 2016, para construir sus campañas electorales, pescando incautos y hallando la cómplice resonancia en los medios afines.