Reconozco que debí perseguir a aquel espontáneo que frente a un local de paletas, en el Centro de Cartagena, gritó desesperado: “Aquí hay que poner una veda de gringos y cachacos”, y se perdió entre la multitud de turistas hacia la plaza de Santo Domingo.
Qué quiso decir con “veda de gringos y cachacos”. La frase causó algunos comentarios en la fila. Discutieron sobre la atención a los turistas, el dinero que ellos dejan a la ciudad, y la exigencia de un mejor trato de los locales.
Imaginé que el grito del quejoso tenía que ver con la cantidad de turistas que llegaron durante la Semana Santa, y la ciudad, para congraciarse con sus visitantes, convirtió cada callecita en un mercado donde se vende desde dulce de ahuyama y arroz de frijolito negro, hasta antigüedades recién envejecidas para gringos y cachacos.
La temporada de gringos y cachacos arranca en diciembre con las fiestas de Navidad. Época en que se traslada toda la élite bogotana. El expresidente Betancur en primera fila, y Alberto Casas en la retaguardia.
En enero llega el Festival Internacional de Música Clásica. La ciudad suena a Renacimiento, Barroco o Romanticismo, pero jamás a Champeta posmoderna. Se ven a las distinguidas damas bogotanas abanicarse con donaire y clase, en medio de chismes cachacos, hablan de Mozart, Chopin, Bach o Tchaikovsky, como si se tratara de un lejano pariente matrilineal que cumple años de muerto.
A comienzos de febrero es el Hay Festival. Aparece en la escena cartagenera la gringada y la cachacada literata. Puede sorprendernos que un salón donde se ofrece una conferencia en inglés, con un autor inglés, y un presentador inglés, por ejemplo, usted vea que nadie usa aparatos de traducción simultánea y la gente habla en inglés británico como si todo ocurriera en una terraza de la universidad de Oxford.
“Pa’ esa época sí llegan gringos de todas partes”, recuerda un vendedor de coco frio que tiene su puesto frente a la iglesia de Santo Toribio. Pueden escucharse frases como: “Ese gringo es de Alemania”; “Aquel gringo es de Francia” o “Ese gringo es como brasileño”. “Gringo”, como se ve, es término incluyente. Igual sucede con “cachaco”, basta con que el acento no sea caribeño, tenga piel de camarón marino, y los cachetes untados de bloqueador solar, para saber que el sujeto no es de por aquí. Este año, para la misma época, arrancó la Bienal de Arte Contemporáneo. La palabra que más se repite ante una obra es interesante. Una vez que ha dicho “interesante” debe alzar la ceja derecha, al tiempo que coloca el dedo índice en la línea que divide los labios. Sin dejar de ver la obra, por supuesto.
En marzo, Festival internacional de cine de Cartagena. Llega el Star System cachaco con sus excéntricas imitaciones hollywoodenses. La plaza de la Aduana es cerrada por dos días y un grupo de extraños convierten la ciudad en el capricho de sus diversiones. Es como si alguien que no conoces llegara de visita a tu casa a decir que durante su permanencia no se come más patacón con queso al desayuno, sino changua o waffles con mantequilla de cabra virgen.
Llega abril y la Semana Santa. El centro parece un lugar de peregrinación. Procesiones de gringos y cachacos. Se hace fila para entrar a un restaurante, para comprar una paleta, un cono, unas tapas. Las bicicletas van y vienen en contravía porque al turista hay que tratarlo bien, dicen los dueños de motos, triciclos y cualquier otro tipo de móvil con llantas. “Hay que dejar que haga lo que desee porque después no regresa”.
El espontáneo que anunció la veda de gringos y cachacos deberíamos buscarlo para que explique los alcances de su genialidad. A lo mejor estaba harto de que durante cuatro meses, con Semana Santa incluida, la Ciudad Amurallada se convirtiera en una plaza de ferias y mercados que los visitantes hacen suyos sin ningún tipo de organización por parte del “Barbita Vélez”.
Con las conductas de gringos y cachacos la idiotez se propaga y los más idiotas han sido aquellos que comienzan a comportarse como turistas. Los honorables concejales, deberían regular la veda a partir de mayo, mes de la libertad y la maternidad. Mes en que llega el calor y el visitante se aleja. Mes para recuperar el espíritu combativo, heroico y libre que, según ciertos historiadores, alguna vez tuvimos para organizar la casa y sacudirnos de esa actitud servil hacia gringos y cachachos.