Esta semana volvieron a encenderse las voces de personas que afirman sin despeinarse que la culpa de la mala educación en Colombia la tienen los “sueldos de hambre” que ganan los maestros.
He hecho el ejercicio mental de pensar qué pasaría en términos de calidad educativa si, en una jugada maestra, se triplicase el sueldo de los docentes de todo el país. Y la conclusión es sencilla: nada. Todo seguiría igual.
Nadie niega que los maestros son un gremio que recibe salarios por debajo del promedio de otras profesiones, pero también resulta muy mezquino asumir que los docentes dictamos una buena o mala clase en razón de qué tan bien la paguen.
¿Son realmente los malos salarios los culpables de la baja calidad educativa? Depende. Lo son cuando los salarios de enganche son muy bajos, pues los mejores talentos no se van a ver seducidos a iniciar una carrera docente y preferirán otros campos que les aseguren un crecimiento más rápido. Pero una vez se engancha a personas con competencias mediocres, el solo salario no se constituye en un incentivo para mejorar la calidad, a menos que se amarre a una evaluación de desempeño. Es decir: si pruebas en una evaluación que has mejorado tus competencias docentes, pues te subimos el salario o te damos una bonificación.
Sin embargo, los sindicatos de maestros se han negado sistemáticamente a una evaluaciónpensada de esta manera, pues consideran que es lesiva para sus derechos laborales. Esto es, quieren mejoras salariales no sujetas a mejorar su trabajo, sino puramente inerciales. Lo curioso es que consideren lesivo que se les pida mejorar profesionalmente, pero no que los estudiantes reciban un mal servicio.
¿Cómo mejorar entonces la calidad de los maestros más allá de la tramposa discusión de los salarios?
La jugada maestra implica tres procesos:1)la formación que traes como bachiller. 2) La formación en un programa de educación superior.3) La formación durante el servicio docente, es decir, el ejercicio guiado en el aula y el diálogo continuo entre pares.
Esto significa que para tener buenos profesores deberíamos elegir a los mejores bachilleres para esa labor. Luego asegurarles una carrera o licenciatura en la que aprendan de la mejor manera las competencias docentes y las de su área de conocimiento. Y, finalmente, un acompañamiento con tutores, mentores y otros maestros que le permitan refinar esa experiencia de encuentro que es la enseñanza.
Si falta uno solo de estos tres momentos o se realiza el proceso con falencias, es muy probable que tengamos maestros mediocres.
Tal vez el proceso más maduro en nuestro país es el de la formación docente a nivel universitario, pero por sí solo no es efectivo mientras siga atrayendo a los malos bachilleres o si no se le asegura a los maestros noveles un acompañamiento en el aula.
Y la verdad, las universidades no lo están haciendo bien. Colombia tiene maestros que, o no saben de pedagogía, o no saben sobre el área que dictan. Por eso hay que mejorar las licenciaturas y, por eso mismo, hay que permitirle a los profesionales no licenciados y especialistas en un área, formar y refinar sus competencias pedagógicas y enseñar.
Esto nos obliga a pensar soluciones concretas: si el pedagogo se puede graduar con una especialización en el área en la que quiere enseñar (por ej. biología) o con una maestría en esa área, ¿por qué no ayudarlo? Un buen modo de hacerlo es a través de programas flexibles o coterminales. Es decir, que tomen más créditos y se gradúen con dos títulos (pedagogía y biología, por ej.) o que tomen al final de su carrera créditos de posgrado (Maestría en biología, por ej.). Esto, obviamente, alargaría su tiempo de estudio un año, pero el incentivo es más que deseable para cualquier estudiante porque en cinco años hará dos carreras o adelantará un posgrado. Hoy algunas universidades tienen planes de este tipo completamente exitosos.
Esta idea, hay que decirlo, no se me ocurrió a mí, sino que hace parte de una propuesta que el Ministerio de Educación presentó esta semana en un foro sobre maestros y que me parece digna de ser discutida con seriedad.
De hecho, la política de formación docente que presentó el Ministerio tiene en cuenta los tres momentos de formación docente que he señalado e, incluso, le suma uno más: la formación avanzada en investigación. La propuesta es sistémica y, si los maestros actuales y las universidades le juegan, muy seguramente puede dar buenos resultados.
Obviamente, los resultados dependen también de la continuidad que tenga esta política y de los recursos que se le aseguren a futuro, pero creo que los maestros deberíamos tomarnos en serio —y fuera del cálculo político— su discusión.