A todos los psicólogos de mi amigo Roberto les encanta la idea de inseminar pacientes con pensamientos felices y recomiendan evitar a la gente pesimista, puesto que tal vez su “mala vibra” tienda a empeorar las cosas o a predisponer los cuerpos para la fatalidad. Mientras pienso que estos terapeutas actúan de buena fe, creo que no han leído El nacimiento de la tragedia de Nietzsche, o recientemente Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo de Barbara Ehrenreich. Al parecer, el temor hoy generalizado a desconocer ese lado oscuro muy nuestro también llamado tragedia hace que las personas prefieran la imagen de un tonto que vive buscando puestas de sol en tardes nubladas, que la del que vive descubriendo lo que está más allá de la niebla. Partamos de la idea que todo polo ofrece desequilibrio y por lo tanto es perjudicial. Pero pensemos enseguida que si una persona es capaz de ver los problemas e incluso anticiparse a sus consecuencias, antes que ser visto como un perjuicio para la sociedad o un amargado, debería verse como alguien con una notable capacidad para enfrentarse a los problemas. Entonces, ¡basta de atropellar la dosis necesaria de pesimismo que le viene bien a investigadores, auditores y artistas!
Empiezo con esto para decir que nos hemos vuelto dopaminicos, marionetas en busca de la felicidad proporcionada por las formas o estereotipos, una multitud con bajísima tolerancia a la frustración, y en ese baile dionisíaco en el que invitan a bailar a mi amigo los terapeutas, el amor y la lujuria son las fuentes inagotables de la embriaguez. Así estamos presenciando una orgía cada vez más grande de adoradores del cuerpo. "Delicioso", dirían algunos, pero, la neurociencia tiene algo que decir al respecto; lo que la dopamina ofrece a nuestros circuitos neuronales es motivación para establecer trámites de inversión y ganancia, por lo que cuando no segregamos lo suficiente de esta sustancia empezamos a ver disminuido nuestro deseo de actuar por una meta. Sin dopamina renunciaremos fácilmente a aquello que un día significó la vida entera. De modo que si algo podemos dar por hecho es que todo termina para la química de nuestra vida. No hace falta agregarle a este baile otras dos hormonas como la serotonina y la oxitocina de las cuales también se podría decir otro tanto, pero sí es importante considerar que el efecto irreflexivo de estas sustancias del placer en el baile de la felicidad representa una búsqueda insaciable que hoy por hoy es toda una obsesión, es decir, una idea loca de disfrutar de emociones positivas únicamente en desmedro de las negativas.
Por todos lados vemos la apariencia de la gente feliz por cable y por la web, en toda carta publicitaria, en el cine y en los centros comerciales. Congeniemos en que para ser feliz no se puede depender de la playa o de una planicie con trigo regado por el sol, tampoco de globos de mil colores, de un pantalón de vitrina, un anillo de oro o de un empaque de regalo. Esto como lo dije en otro escrito, nada tiene que ver con fotos que proyectan aquello que no se es, ni se tiene. Son solo formas superficiales y a menudo vacías, son apariencias que intentan perpetuar el yo en una faceta que es tan transitoria como pasajera; la verdad es que la gente no siempre está en paz, ni es feliz, la gente no siempre permanece enamorada como lo publica, ni es tan honesta como lo comparte en diversos estados. La gente se enferma, se preocupa, se afana, tiene miedos, se asombra, se desencanta, rechaza y se resiste. Pero esta obsesión que persigue los estereotipos nos regala la síntesis de permanecer sonrientes porque caemos en la compra del producto, lo que quiere decir que pensamos en ser felices como lo son los modelos de las grandes marcas o los amigos que suben videos en el mediterráneo. Esta felicidad permanente es la cruel fragmentación del ser humano en occidente.
Es por causa de repetir este discurso pseudopsicológico de la felicidad que hemos emprendido un viaje inútil en busca de la tranquilidad exterior, y para ello una de las primeras cosas que adoptamos es una actitud “positiva” como si no fuera muy peligroso eso de creer que todo va a salir bien siempre, lo digo porque la felicidad es un momento, es transitoria y viene para luego irse repentina. Entonces los optimistas sin perspectiva dejan de ser creativos a menudo porque no hay problemas que resolver, ellos viven en la negación de lo adverso mientras se disponen a comprar cosas nuevas en lo posible para gastar el pasado con tal de vivir un presente que se desea eterno, pues el miedo a envejecer, a la decepción y a que todo termine los supera; y se hacen con esto doblemente hipócritas incapaces de asumir que no vivimos en un cuento de hadas. Es esta maximización de las sensaciones positivas la que me lleva a escribirle a mi amigo Roberto, porque mientras esto hace siguiendo instrucciones de gente que se supone que sabe, evita a como dé lugar la experiencia de las emociones negativas, y sucede que, en su búsqueda, lo que logra es tomar insaciablemente lo que se da por breves momentos, y en ello desconoce que lo que realmente necesita es cultivar sus facultades para ser feliz, no buscarlas.
Hay una gran diferencia entre estar y ser feliz, porque la búsqueda de sensaciones positivas tiene sus propios peligros cuando no se tienen límites establecidos, por ejemplo, para aquella persona que no tolere sentirse solo o triste, la opción será recurrir a la dependencia de amistades no siempre sanas o incluso de substancias como el alcohol y otras drogas perjudiciales con tal de mantener la sensación que busca. Si fuésemos más allá, sabríamos que la felicidad excesiva del maníaco es una desadaptación de un sujeto al medio; por eso no espero que mi amigo sea siempre feliz, sino que sepa ser feliz de acuerdo con sus circunstancias, porque no será dichoso el que está en duelo ni el que tienen un dolor de muela, no puede ser feliz quien tiene un dolor de cabeza agudo ni el que acaba de terminar una relación con la persona amada. Así la doctrina mentirosa de la felicidad conduce de apoco a la decepción, porque la frustración siempre atormentará el alma ante el fracaso de intentar alcanzar lo que no se puede tener todo el tiempo. Y cuando se siente lo suficientemente dolido fuera del alcance de la felicidad, lo que queda es el autoengaño de ansiar la tranquilidad como meta compensatoria en la que el ego se desprende de las relaciones sagradas.
La felicidad como meta fundamental de la vida es una ilusión perjudicial y utópica, es tratar de alcanzar la luna en una noche estrellada, pero tarde que temprano llenará al hombre o a la mujer de una frustración tanto peor. En esto consiste su lado oscuro. Este es el camino de la decepción que nos hace inseguros de nosotros mismos aferrándonos a los estereotipos antes mencionados, nos hace derivar como muñecos sin propósito, ansiosos de veranos y expertos en pasar el tiempo engordando los deseos egoístas. Por otra parte, ¿porqué evitar el miedo? ¿Acaso no ayuda el miedo a moderar el comportamiento? o ¿porqué evitar la sensación de culpa? ¿Acaso no es la culpa un recordatorio de que se puede tener un mejor comportamiento hacia alguien en especial? Así mismo la decepción, el desagrado y la melancolía.
Mi amigo Roberto agradecerá que le hagan saber en medio de tanto discurso sobre la paz interior y el bienestar burbujeante de los charlatanes de las falsas promesas ocupados en sentir paz, que no es saludable andar por el mundo evitando las emociones negativas porque estas cumplen la función de generar patrones de equilibrio importantes para el bienestar; y que mientras se preocupe en demasía por la felicidad perderá la capacidad de asombrarse con las pequeñas cosas, esas que componen la melodía sensible de la vida. Antes de hacer que su vida se convierta en el reto de sentirse feliz desde voraces emprendimientos que le calcinan los huesos, debe descubrir que la vida es una oportunidad para mantener fortalecidos los lazos de amor haciendo todo cuanto le sea posible para convertirlos en vínculos que valgan la pena ¿y saben que significa eso de que una relación interpersonal valga la pena? Pues eso, hacer todo lo posible; que una relación valga la pena implica el vínculo de amor por el que es necesario soportar la pena o sufrir la pena. Esto es, amigo Roberto, lo que significa cultivar la felicidad ganando y no perdiendo el tiempo.