Shane Denson, profesor de Stanford, explicó cómo las nuevas dinámicas cotidianas que imponen los lenguajes digitales transforman las realidades humanas.
¿La lista de videos que nos ofrece YouTube en realidad corresponde a nuestros gustos? ¿Las series y películas que nos recomienda Netflix son opciones para que elijamos lo que en verdad queremos? Es más, ¿sabemos qué es lo que queremos? O ¿más bien son imposiciones arbitrarias de una corriente mainstream que quiere arrasarnos en su caudal para que pensemos, deseemos, pero sobre todo, consumamos lo que ella quiere? Eso sí, bañaditos siempre muy bien por la ilusión del libre albedrío.
Todas estas cuestiones, que parecieran responder a la premisa lacaniana que dice que el deseo es el deseo del Otro, son las que aborda el libro Discorrelated Images que se lanzará en 2020 y que, su autor, Shane Denson, experto en medios audiovisuales y profesor de la Universidad de Stanford, presentó por estos días en el Ciclo de Conferencias de las Artes en el auditorio Ángela Guzmán.
“Con las imágenes digitales y el procesamiento de las mismas, nuestra relación con ellas se encuentra atravesando por un cambio significativo en el que nuestra antigua conexión perceptual con ellas se ha visto severamente afectada, y sin embargo, hay una forma en que esa desconexión puede ser recuperada a través de nuevas formas de imágenes en movimiento”, así resumió Densen la tesis principal de su libro en una entrevista otorgada al Centro de Divulgación y Medios de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional.
Wittgenstein decía que los límites de mi lenguaje, son los límites de mi mundo, en este sentido, no es de extrañar que los migrantes digitales se sientan un poco desconcertados y desorientados al momento de interactuar con los nativos digitales y sus nuevas formas de socialización, pues ni el tiempo ni el espacio son ya los mismos.
Uno de los conceptos principales que aborda Denson es el tiempo de pantalla. Como si una especie de esquizofrenia envolviera a las sociedades contemporáneas, el teórico, enuncia que hoy en día pareciera que nos moviéramos en dos tiempos y espacios, uno el del mundo analógico y otro, el que pasamos frente a la pantalla.
Pero si la relación que existe entre lenguaje y pensamiento, es una relación de tipo diádico, en la que ni el lenguaje puede existir sin el pensamiento, ni el pensamiento sin el lenguaje, entonces puede inferirse que las alteraciones que sufra el uno serán correlativas y directamente proporcionales en el otro.
Por eso no es de extrañar que las generaciones de hoy en día ya no soporten la duración de una película completa, sino que más bien parezcan preferir formatos de más corta duración como las series y los videos, de los que saltan de uno a otro de la misma manera en que lo hacen en sus celulares moviéndose de una aplicación a otra, sin que muchas veces recuerden, siquiera, por qué o para qué tomaron el aparato en un primer momento.
Si nos referimos a pensamiento digital como a la forma en la que las redes sociales usan información de nuestro pasado para anticipar quiénes podemos ser mañana o a dónde nos gustaría ir a comer con Google Maps o lo que sea, todas estas cosas, por supuesto que cambian la manera en la que pensamos sobre el mundo, cambian la forma en la que nos relacionamos con el mundo. Esta "futuralidad" (por llamarla de algún modo) de la imagen o lo digital de los procesos de cómputo infecta nuestros pensamientos y los cambia, sin que siquiera lo notemos.
Denson explica que los procesos más fundamentales que conllevan a estos cambios, tienen que ver con formaciones diferentes del espacio y tiempo a través de los medios digitales y luego los efectos son, distracción o reorientaciones del pensamiento o incluso quizás las reorientaciones sociales y políticas que se vienen dando desde que tenemos redes sociales; nos conectan a personas con las que, tal vez, nunca pensamos estar en contacto, o nos mantienen desconectados de la gente con la que pensamos de otra manera. Pareciera así, que se afecta lo que sucede en el espacio social.
Martin Heidegger decía que no existimos como una realidad determinada, sino como posibilidades. Hoy podemos ser un profesor y padre de familia, pero en un segundo todo puede cambiar, podemos ir conduciendo con nuestra familia abordo, distraernos pasarnos una señal de ‘pare’, chocar a otro auto, matar a sus ocupantes y a los del nuestro, y entonces ya no seríamos el respetable profesor, sino el asesino convicto y, así mismo, perderíamos el estatus de padre de familia, y pasaríamos a ser el viudo sin hijos.
Algo de esto, intenta plantear Black Mirror: Bandersnatch, la película de Netflix, en la que dependiendo de las decisiones que tome el protagonista, desde el cereal que desayunará o si acepta o no un trabajo, el rumbo de la historia variará considerablemente, o al menos eso se nos hace creer.
Esta película está diseñada para que el espectador sea quien, en apariencia, tome las decisiones, brindándole una sensación de control sobre el personaje. Sin embargo, y sin incurrir en spoilers, se escojan las opciones que se escojan, el final parece estar orquestado para ser siempre el mismo que sus creadores querían desde un inicio, sin darle nada más que una ilusión de control al espectador, con afectaciones incidentales, únicamente en las consecuencias o efectos que sufre el protagonista, sin que en realidad se trate una verdadera capacidad de afectación en lo trama concreta de la cinta.
Y en este punto, se hace muy interesante la distinción ontológica que plantea el mismo Heidegger entre órganos y útiles (artefactos, herramientas, objetos). Juntos parecieran orientar su fin y esencia hacia un telos, un fin, en ese sentido su ontología estaría determinada por una teleología; el ojo es para ver, la pluma es para escribir. No obstante, la diferencia categórica que remarca el filósofo alemán es que mientra el útil, la pluma, es un ente a disposición de cualquiera para que escriba o dibuje con ella, el órgano, el ojo, no. Este último forma parte de un organismo cuyo portador es el único capaz de ver con él, nadie más puede ver con mis ojos, a diferencia de lo que ocurre con mi pluma.
En este sentido, la homogeneización de funciones en orden con el sentido (con la semántica) que pretende imponernos esta nueva etapa de las imágenes digitales con su ilusión de “interactividad”, debe, al menos, ser cuestionada en su ontología más primigenia. ¿En realidad se trata de interacción? ¿Realmente elegimos los contenidos que consumimos? ¿En serio, somos los productores de sentido de nuestras propias realidades, especialmente cuando el tiempo pantalla, parece desplazar cada vez más cualquier otro plano, tiempo o espacio en el que existamos?
Cuando le dije a Denson que era fácil, desde una postura conservadora, ver solo las grietas y amenazas que conllevan estas nuevas lógicas como lo trata Umberto Eco en su libro Apocalípticos e integrados, pero que me gustaría que me explicara, desde su perspectiva particular, cuáles serían los aspectos positivos que resaltaría de todo este panorama, me respondió: “primero que todo, debo admitir que soy un pesimista al respecto, pero sí pienso que, especialmente, las imágenes digitales tienen una dimensión compensatoria, en la que podría decirse que reivindican casi todas las cosas malas que hacen. Una gran parte de mi libro, por ejemplo, habla sobre cómo las imágenes contemporáneas en movimiento, también nos ayudan a darle sentido a esta desconección que, paradójicamente, también producen. Por ejemplo, veo películas de ciencia ficción sobre creaciones artificiales (seres artificiales) como una forma en la que intentamos darle sentido a lo que nos está pasando ahora, dónde las imágenes digitales parecen tener vida propia o algo por el estilo”.
Así mismo, otra dimensión que rescata este agradable conversador, es el horror. Y explica que las películas contemporáneas de terror, también, parecen ser otra forma en la que buscamos dotar de sentido a estos problemas; dice que cuando ve estos filmes sobre extinción y el fin del mundo que, por supuesto, no constituyen una mirada muy alentadora al respecto, piensa que, al menos, es una manera en la que se intenta generar algún tipo de consciencia (con miras a reorientar nuestras acciones) sobre los cambios ecológicos que, a su vez, derivan en su mayoría, de estos cambios tecnológicos.
En este orden de ideas, podría decirse que hablamos de una nueva clase de sentido, ya que hay una dimensión de estas imágenes que no está disponible para la conciencia o el sentido de la percepción y en esa línea, necesariamente, ha de tratarse de algo distinto.