Si usted se paraba junto al monumento, mirando hacia Cali, la casa quedaba justo detrás, encerrada en un muro de cuatro metros de alto.
En los años noventa, los alrededores el sitio se llenaban de parejas de enamorados, turistas y niños; atraídos por la vista de la ciudad. Además, era común ver al ejército de vendedores ambulantes vendiendo cholados, obleas con arequipe, empanadas y champús. Aquello se había convertido en un paraíso para el paseo de las familias del Cali viejo.
Un soleado domingo en la tarde no cabía un alma más. Simba, quizás atraído por el bullicio y el olor de las empanadas, salió de su alcoba, saltó sobre el muro y rugió sobre la multitud. De inmediato la gente huyó despavorida, las familias se refugiaron en los autos y los vendedores abandonaron sus carritos y huyeron cuesta abajo. El león miró la desbandada, desde el muro saltó al andén y metió su hocico en una bandeja abandonada con chorizos.
Cuando la patrulla llegó con sus policía, armados hasta los dientes, encontró al leoncito sentado sobre la grama saboreando la fritanga. El ruido de las sirenas, alertó a Zamira, quien de inmediato salió a la calle, tomó al león de la melena y lo arrastró hacia la casa mientras lo mechoneaba y le cantaleteaba, “vos sabés pedazo de chanda, que tenés prohibido salir solo, pues Cali se ha vuelto muy peligroso”.
Mientras tanto, Simba metía la cola entre las patas, agachaba la cabeza y muy dócil regresaba a casa. El pobre león no salía de su asombro, pues no estaba acostumbrado a estos espectáculos bochornosos en público.
Años atrás, cuando él cumplió dos meses y ni siquiera era capaz de balbucear sus primeros rugidos, había sido obsequiado a Zamira por su padre. La joven volcó todo su instinto maternal sobre la criatura, dormía con la mascota y la alimentaba con su propia mano.
Simba creció y se volvió parte fundamental de la familia y de su círculo de amistades. Por tal razón, la travesura preferida de Simba era pararse sobre sus patas traseras, colocar sus manos sobre los hombros de los niños y lamerles su cara.
Por desgracia, los vecinos se quejaron y la alcaldía de Cali le ordenó a su dueña sacar al animal del casco urbano de la ciudad. Ella trató, sin éxito, de llevar el animal a alguna de las fincas de sus amigos, pero ninguno accedió a hacerle semejante favor. Finalmente, Simba fue entregado al refugio-hospital del Dagma, una institución para salvar a animales salvajes rescatados de los circos. Esta entidad sin ánimo de lucro, quedaba por los lados del puente de Los Álamos y había sido fundada por doña Ana Julia Torres.
En YouTube existe una película que muestra las instalaciones del refugio de Dagma, donde se aprecia a Simba abrazando a su nueva ama. Era un animal imponente y a pesar de los años, aún conservaba su belleza salvaje.