Esta es la historia del brillante estudiante que estuvo a punto de morir tras diez años de indigencia. Pasó de ser el orgullo de su familia al ser estudiante de Ingeniería Química de la Universidad Nacional a dormir en el Cartucho, donde casi muere de hipotermia, y luego en un basurero de Villavicencio.
Puede decirse que la historia Elkin Zapata Valencia, director de la Casa del Alfarero de Villavicencio, es excepcional. Es un relato crudo que vale la pena ser contado, máxime hoy cuando las cifras de consumo de estupefacientes se dispararon y, lo peor, son nuestros niños quienes más sufren este flagelo. Es tan grave el asunto que según cifras oficiales el 11,7 por ciento de los escolares colombianos ha consumido marihuana alguna vez.
¿Cómo llegaste a las drogas?
Bueno, yo diría que por idiota: por haberme creído que el ser brillante académicamente me blindaría de caer en cosas como la drogadicción. Yo era un joven normal, una persona con sueños, con mucha capacidad intelectual, estudié en el colegio La Salle, en aquel entonces de lo más costoso de Villavicencio, y no porque fuera de familia acaudalada, sino porque siempre estuve becado por mis puntajes.
Luego estudié Ingeniería Química y Psicología en la Nacional, y en fin… Estaba cumpliendo mis sueños, me iba bien económicamente, pero tenía un problema que en nuestra sociedad casi no se nota, es que yo hacía lo que me daba la gana, no cumplía reglas de mi casa ni de nadie. Tomaba demasiado y ese fue mi mayor error. Un día en una fiesta de niños bien, ellos estaban fumando bazuco y a mí me gustó el olor. No creí que me haría daño y lo probé como por entrar en sintonía con mis amigos. Seis meses más tarde estaba desnudo y viviendo en la calle del Cartucho.
Allí estuve más de dos años, luego me fui a Villavicencio a buscar a mi familia porque me di cuenta de que me estaba muriendo, pero allí fue peor. El error más grande de la familia es apoyarlo a uno cuando está consumiendo, abrazarlo creyendo que el adicto necesita amor y resulta que no. Los adictos nos volvemos mentirosos, manipuladores y usamos ese amor y ese dolor de nuestra familia para nuestro propio beneficio. Por eso terminé durante años viviendo en el basurero del Maizaro.
¿Dice usted que el amor y el apoyo de la familia al adicto son un error? Explíqueme esto.
Sí, yo sé que muchos se sorprenden al oírme decir esto pero sí. Uno entiende su adicción solo hasta cuando toca fondo, cuando siente el rechazo de la familia y de la sociedad. Duele decirlo pero si bien la adicción es una enfermedad, y debe verse como tal, es también cierto que el dolor de una madre por ejemplo es aprovechado por su hijo adicto para manipularla, para robar a la misma familia, a los amigos, y si uno no se confronta a sí mismo nunca logrará salir de la adicción. Por eso hasta que mi familia tomó la correcta decisión de darme la espalda, fue cuando logré emerger del caos.
El otro gran problema es que el colombiano es muy dado a dar dinero al habitante de calle adicto, creyendo que con esto le hace un bien y mentiras. Cuando uno está en la indigencia no percibe su desgracia. Mientras haya monedas para el bazuco, uno siempre estará en fiesta, igual no falta quién nos regale comida, lo importante es suplir nuestra adicción.
¿Cómo fueron esos años de indigencia y adicción?, ¿qué lo marcó?
Hermano, tenaces. Una noche estuve a punto de morirme de hipotermia en el Cartucho en Bogotá. Luego en Villavicencio una vez me apuñalaron y perdí para siempre la movilidad en mi mano. Otra vez me apuñalaron en el pulmón y aunque yo estaba consciente no podía hablar ni abrir los ojos, me estaba desangrando en un parque. Recuerdo que escuché cuando dos policías llegaron y al verme decían entre ellos: "dejémoslo ahí, ese hijueputa no amanece vivo". Es mucho lo que el adicto sufre, pero a uno no le importa porque mientras haya bazuco uno se siente en una fiesta y no se da cuenta en lo que se convierte porque se pierde la vergüenza. Todo eso me marcó para siempre.
¿Cuándo reaccionó?, ¿cuál fue el motivo que finalmente lo sacó de las drogas?
Ocurrió una tarde cuando fui donde un ingeniero electrónico, amigo de mis tiempos de estudiante; le pedí prestado dos mil pesos dizque para comprar un jabón y bañarme. Su respuesta fue contundente: no solo no me dio plata, sino que me dijo que me fuera, que olía mal, que a él le daba pena que sus hijas me vieran en ese estado.
Ese era el milagro que yo necesitaba. Esa misma tarde volví a mi cambuche, empecé a sentir un olor fétido como a estiércol, busqué por todos lados y finalmente me di cuenta de que era yo quien olía mal, yo que me estaba muriendo entre el bazuco y la basura. Tenía tuberculosis y había perdido la movilidad de una de mis manos por una puñalada. Ese día entendí mi tragedia. Lloré no sé cuántas horas, entendí el dolor que le causé a mi mamá, a mis hermanos y a mí mismo, así estuve hasta que me quedé dormido. Al día siguiente me interné en una fundación, lo hice a conciencia y salí meses después a crear la Casa del Alfarero, esto hace ya 19 años.
¿Cómo creó una fundación sin plata en el bolsillo?
Ese fue otro milagro —risas—. Vea, hermano, ¿usted le fiaría o le prestaría plata a un gamín sin un ápice de credibilidad? Yo sé que su respuesta es no. Pues bien, sin un peso en el bolsillo me fui donde una señora del barrio Jordán y le dije que me arrendara su casa, le conté que estaba recuperado y quería montar una fundación para ayudar a otros adictos. Ella me miró a los ojos, incrédula y escéptica, quizá Dios la tocó y accedió. Allí nació la Casa del Alfarero.
Recoger habitantes de la calle adictos para alimentarlos y darles techo y tratamiento es algo costoso. ¿Cómo subsiste?, ¿de dónde sale el dinero?
Es un milagro diario, cuando no se acaba el gas es que no hay arroz, que nos cortan la luz o el internet, en fin... han sido años de lucha por redes sociales y voz a voz. Siempre solos contra el mundo. Hay un sector de la ciudadanía que nos da su apoyo, pero la crisis del país hace que a la gente aunque quiera ayudar le resulte casi imposible.
¿Y el Estado lo apoya?
¿Quiere oír la verdad? Aquí se le asignan hasta 2.000 millones de pesos a un político para supuestos programas de prevención de los que uno nunca ve resultados. Con decirle que un exgobernador, Alan Jara, al otro día de posesionarse quiso por sugerencia de Claudia Rugeles, su esposa, quitarnos el comodato del lote donde hoy funciona la Casa del Alfarero, esto porque no quisimos apoyarlo en su campaña política. De no haber sido por los medios de comunicación que pusieron el grito en el cielo, hoy la fundación no existiría. Después de 19 años de trabajo ininterrumpido en nuestra labor solo la actual administración de Wilmar Barbosa nos hizo un convenio, que nos ha servido de mucho, claro, pero que ya acabó y no es suficiente para sostener a más de 40 internos permanentes y al menos 100 que a diario pasan a bañarse, se les brinda atención médica y se les regala ropa que conseguimos de la comunidad.
Elkin también reparte su tiempo entre la fundación y visitar en cárceles y hospitales a quienes han caído en desgracia por su adicción. ¿Cuánta gente se ha recuperado en su fundación?, ¿se recupera del todo un adicto?
En estos 19 años han pasado por la fundación un promedio de 15 mil habitantes de calle adictos a las drogas y podemos asegurar que al menos 80 de ellos han culminado con éxito su proceso y hoy hacen parte activa de la sociedad. Entre ellos hay abogados, ingenieros, decenas de mujeres y hombres que dan fe de que salir del infierno de las drogas sí es posible.
Claro que sí se recupera, pero tiene que querer hacerlo. Aquí yo no recibo a nadie que lo traiga su familia, aquí el adicto debe llegar solo, por su propia voluntad y dispuesto a cumplir normas; es decir, el que llega a la Casa del Alfarero tiene que ganarse hasta el colchón en donde va a dormir.
En cuanto a su segunda pregunta, pues hermano, claro que el adicto sí se recupera, pero la familia es la que muchas veces no ayuda. Por ese amor desmedido y sentimiento de culpa que no deberían tener terminan manipulados, por creer erróneamente que abrazando y protegiendo al niño le ayudan, lo lanzan más al abismo, y así no funciona. Hay que tomar la decisión correcta, como una vez lo hizo mi familia, y es darle la espalda y dejarlo que asuma sus actos.
El fruto de su obra, una labor que no ha sido en vano
Sus campañas de sensibilización incluyen atención a los adictos con comida, peluquería, y atención médica y psicológica.
A lo largo de estos años, Elkin Zapata ha recibido innumerables reconocimientos. Hoy su trabajo es reconocido a nivel nacional e internacional: hace apenas unos días, el 27 de junio la organización canadiense Love First Movement (Amor primero) lo invitó a ese país norteamericano, donde exaltó su trabajo desde la Casa del Alfarero en pro del habitante de la calle adicto a las drogas.
Hoy Elkin Zapata le apunta a otro logro personal: quiere ser concejal de Villavicencio. Sabe que desde allí podrá hacer mucho más para tratar de frenar uno de los problemas más graves del país en materia de seguridad y salud pública. Tal vez lo logre, son muchos los que lo apoyan en este nuevo proyecto.
Más allá de todo esto, Elkin Zapata sabe que ya ha hecho mucho y lo ha ganado todo: el amor de su familia y de los muchachos de su fundación, y el reconocimientos de miles de personas que admiran y aplauden su historia de vida. Son incontables los testimonios de quienes una vez vivieron el infierno de las drogas y que hoy le dicen sí a la vida desde distintas áreas de la sociedad. Esto, como él bien lo dice, ya es un logro infinito.
Con todos los reconocimientos que pueda recibir un gran ciudadano y con la seguridad que le dan 19 años de sobriedad y trabajo incansable, sigue con el lema que lo acompaña desde el día en que dejó su adicción para dedicar su vida a ayudar a los que no lo han logrado: “lo importante no es cuánto tengo, sino cuánto sirvo.”