Proveedores de conocimiento, seres olvidados

Proveedores de conocimiento, seres olvidados

Por: Cristian Jimenez
mayo 04, 2014
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Proveedores de conocimiento, seres olvidados

El señor Carlos Valencia, hombre de pocas palabras, pero de exorbitantes conocimientos acerca de cultura general. Maestro en la solución de crucigramas y amante permanente de una taza de café en las mañanas antes de comenzar su vida laboral. Nacido en el año de 1954 en Arbedo, Tolima, donde vivió sus primeros años de interacción con el mundo; Infancia y adolescencia. Impulsado por su necesidad económica se traslado a Bogotá a la edad de 17 años, donde lo esperaría un familiar, quien lo introduciría en la venta de libros, y asimismo a la apertura intelectual que se vería reflejada años después.

Como es de costumbre la desconfianza latente en las personas dedicadas al oficio del comercio, hacen compleja la labor de plasmar sus historias perdidas en el olvido; pero aun así, es de necesidad introducirse en el espacio donde reposan con ansia sucesos trascendentes alrededor del desarrollo socio-cultural de aquellos sujetos, en éste caso, en el devenir del señor Carlos Valencia; individuo con memorias predilectas a la sucesión de instantes que más de hablar de eventos del pasado, son la mirada a un pasaje de continuos acontecimientos, escritos incesablemente por medio de una lectura o, una reflexión de lo no hecho por causa del miedo a dejar la zona de confort a la que se ve obligado a estar por su edad.

En el transcurso del tiempo este “librero” ha tenido altibajos económicos y sociales, que lo han hecho considerar dejar a un lado los libros y a sus beneficios, entre los acontecimientos que provocaron este pensamiento fue el decreto 1504 aprobado por el presidente Ernesto Samper Pizano en el año de 1998, que restringía el uso del espacio público para fines comerciales, lo que causo el desplazamiento de muchos vendedores de libros a otras zonas de la ciudad, entre esos individuos se encontraba el señor Valencia, que emigro a la plazoleta la macarena después de haberse establecido durante mucho tiempo en la Cr 76 Kennedy. Por consiguiente es entendible que nuestra población sea una las más pobres intelectualmente hablando, gracias a que en últimos años se han comenzado a establecer leyes que “extirpan” el aporte que muy pocos hacen a la crecimiento cultural del país.

Valencia, ha adaptado un puesto comercial que se dedicaba a la comercialización de suvenires para los individuos residentes del sector de Kennedy –localidad de la ciudad de Bogotá. D.C.-, ahora convertido en un espacio donde habitan cientos de libros, desde novelas policiacas hasta guías de varios campos de estudio –instrumental-, que coexisten con el polvo caído del tejado resanada en varias ocasiones por las inclemencias del clima; poner como acompañante permanente de los textos, a la mugre, sería una falta de respeto con el cuatro patas; 2 orejas; mirada de intriga paradójicamente desinteresada de su alrededor, embellecida del color frutal en su comienzo de desarrollo: la gata del señor Carlos, es ese ser que no envejece a través de los años, debido a la relación con el conocimiento no concebida por el uso inadecuado de los libros, que utiliza como lecho de sus siestas de media tarde.

En cuanto a la motivación durante estos 35 años al servicio de la comunidad, se halla el amor al conocimiento que lo ha impulsado y lo hacho vencedor de las adversidades que rodean éste cosmos pedagógico, entre las complicaciones más resonadas se encuentra la llegada de la tecnología a la población colombiana, que ha sido la causante del cierre de la gran parte de las librerías en Bogotá; así contribuyendo al quebranto de este oficio tan poco valorado entre nosotros. No sólo la causa de la pérdida del interés hacia la lectura es debido a las innovaciones con fines de facilitar la vida de las personas, sino también, de los grandes editoriales que restringen la obtención de un texto por los elevados costos dentro del comercio legal.

Así pues, el trabajo de estas personas no es tan bien remunerado como el de un jugador de fútbol o un congresista en nuestro país, curiosos en cierta parte, puesto que para muchos es más importante ver un balón rodar que un libro leer. Pero que se puede espera cuando las instituciones universitarias del estado hoy se caen a trozos mientras el ejército estrena misiles de alto alcance. En qué momento entenderemos que el desarrollo no se hace a través de los proyectiles sino de las palabras. Mientras tanto, el señor Carlos Valencia, reposa en su espacio laboral a la espera del cambio cultural, misión adquirida en el momento donde decidió dar su vida al olvido de un viejo libro.

Contacto: @Cristian_Jz
[email protected]

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