En 1992 la campaña presidencial de Bill Clinton hizo famosa la frase “The economy, stupid” al pronunciarla como el toque de clarín con que determinó el eje central de su batalla y logró, con ella, movilizar a sus huestes con un ímpetu tal, que alcanzó lo que prácticamente todos consideraban imposible: derrotar a George Bush, quien para entonces marcaba un 90 % de favorabilidad a propósito de haber capitalizado para sí los laureles de la Guerra del Golfo Pérsico y del fin de la Guerra Fría.
He acudido a la metáfora de Clinton para titular mi escrito: The strategy, stupid.
Los colombianos acabamos de recibir una gravísima declaratoria de guerra a través de Iván Márquez y nos urge acusar, muy en serio, el recibo de la misma. Es preciso superar con rapidez ese huracán de rabias y dolores, miedos e indignaciones, que estremece a toda sociedad cuando se descubre agredida, para dar el paso imprescindible de ubicarnos en la nueva realidad real, aquella que nos obliga a mirarnos de nuevo, esta vez, por la gravedad de la amenaza, despojados de los insultos banales, los apremios faranduleros y el virus de lo políticamente-correcto que vienen afectando a las dirigencias políticas.
Lo primero, se trata de descifrar la naturaleza del desafío que acaban de plantearnos a través de Iván Márquez. El peor error que podemos cometer consiste en errar las definiciones básicas del reto que nos impusieron.
La gran mayoría de las reacciones a la declaratoria de guerra han ido y venido entre quienes no pasan de decir que Márquez y su séquito son terroristas, narcotraficantes y mentirosos, y quienes tampoco pasan de decir que Márquez cometió una gran equivocación abandonando los Acuerdos de La Habana, eso sí, sin perder oportunidad para achacarles al gobierno Duque y al uribismo la responsabilidad del yerro de los evadidos.
A quienes esgrimen estos dos tipos de reacciones los subyace, en el fondo, un error común: creer, los unos, que Márquez ha perdido la brújula política y que este es el motivo que lo ha conducido a error, y los otros, que piensan que el tema radica en que Márquez nunca dejó de ser un fiel exponente de ese comunismo obsesivo, ahora degradado aún más por el narcotráfico, y que esa es la verdadera razón por la cual relanzó su “anacrónico proyecto narcoterrorista”.
En el fondo, unos y otros cometen el mismo error de considerar el desafío Márquez como un clásico desafío ideológico. Y no es así, esta vez no estamos frente a un desafío ideológico más, uno más de aquellos que hemos conocido hasta ahora, sino frente a un grave y complejo desafío estratégico, que pretende derribar los apreciables acumulados democráticos que hemos logrado edificar como nación, pese a lo accidentado y doloroso del trasegar de nuestra historia.
Esta vez no se trata de una proclama marxista-leninista más, soportada por recursos del narcotráfico y apuntalada con armas y métodos violentos. La declaratoria de guerra que nos hacen a través de Iván Márquez no surge de unos manuales ideológicos sino de un poder real, de un estado constituido, con territorio, con gobierno, con amplias relaciones y alianzas internacionales, con ejército y armas sofisticadas -más sofisticadas que las nuestras-, con el que nos unen y nos separan 2.219 km de frontera, y por sobre todo, con una dictadura decidida a aferrarse al poder a costa de la agresión sin límites éticos a todos cuantos se le opongan, para comenzar, la agresión inmoral contra su propio pueblo.
Si nos halláramos ante un desafío ideológico marxista-chavista no me embargaría la honda preocupación que me asiste. La verdad, durante los años que recorrí los montes de Colombia nunca pude encontrar a un solo campesino que se reconociera como comunista convencido, independientemente de los años de “adoctrinamientos” que les hubieran propinado las Farc. Estoy convencido de que los principios y valores de nuestra cultura nos blindan ideológicamente contra este asedio.
Lo que sí me preocupa, y todos los días más, son los resortes reales de poder, desde afuera y desde adentro de nuestro país, que soportan este atentado histórico contra el proyecto democrático que, repito, contra viento y marea hemos venido construyendo desde la gesta de Independencia.
Nos urge ir mucho más allá de advertir y controvertir el embuste comunista y la inmoralidad de las acciones violentas. Ahora debemos abrir con todo vigor el debate social en clave estratégica. Es necesario preguntarnos cómo vamos a defendernos de esta amenaza, cómo vamos a impedir que continúen invadiéndonos soterradamente sembrando controles territoriales de la ilegalidad en zonas rurales, municipios y barrios de nuestras ciudades principales, cómo vamos a solucionar heridas profundas de nuestra vida social como la desigualdad y la corrupción que abren puertas por donde se nos cuelan invasiones bárbaras, cómo vamos a hacer para que los dirigentes políticos salgan de las atrofias politiqueras que no los dejan ver más allá de la próxima elección o del próximo contrato.
En fin, nos urge construir una verdadera estrategia capaz de convocar a la sociedad, conjurar la amenaza y derrotar a los invasores.
PD/ Le agradezco a María Elvira Bonilla que me haya invitado a ser columnista de Las2Orillas.
No soy periodista, no soy analista. Dedicaré mis columnas a contribuir con el pensamiento estratégico que debemos estimular con el claro propósito de defender a nuestro país.
Título de mi próxima columna: “No es cierto que Iván Márquez sea una minoría de las Farc”.