"El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos" — Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.
Soñar en una segunda Marquetalia es como aferrarse a un viejo amor que nunca ha de volver. La Marquetalia de Marulanda es irrepetible. En su momento fue una tragedia histórica que se hubiese podido evitar. Ahora podría convertirse en una farsa sangrienta. Ante el anuncio de Márquez de volver a la guerra el gobierno responde que habrá bombardeos. ¿Adónde en las nuevas repúblicas independientes? No sé por qué, a unos y a otros en los extremos del espectro político, se les pasa por alto que el país está hastiado de la guerra.
La puesta en escena de la proclama de guerra parece un performance melancólico, unos hombres y mujeres de camuflado en los que no se nota mucha esperanza ni alegría escuchando las razones del antiguo jefe negociador de las Farc. Es increíble que a un hombre de tanta experiencia se le olvide que el establecimiento no es homogéneo, que al interior del Estado hay muchas fuerzas e intereses encontrados, que no todos en la clase dirigente le apuestan a la guerra. Márquez que pasó más de cinco años discutiendo los detalles de un complejo acuerdo de paz, sabe que las armas dejaron de ser hace mucho tiempo una vía para el cambio político y la solución de los graves problemas sociales; lo advirtió en el alba de este siglo XXI, Fidel Castro, en el sentido de que ya no existían las condiciones históricas para el triunfo de un levantamiento armado en América Latina. Lo sabemos en Colombia después de cincuenta años de conflicto, cuando este en lugar de potenciar las transformaciones sociales, se convirtió en un gran obstáculo para las mismas y en un legitimador de las políticas autoritarias del Estado.
Un examen más detallado de dicha proclama permite afirmar que aun siendo plausibles algunas de las razones expuestas como causa del nuevo alzamiento armado, el error mayúsculo del manifiesto son las conclusiones que derivan de las mismas.
Es notorio el incumplimiento del gobierno actual de los compromisos pactados por el Estado colombiano en el acuerdo de paz, más aún, y es triste comprobarlo, estamos frente a una política gubernamental que pretende destruirlos, no de otra manera se explica el nulo avance en materia de titulación de tierras, el hundimiento de las curules de las víctimas y la pretensión reiterada del verdadero jefe del gobierno (el líder de llamado Centro Democrático) de eliminar la JEP y quitarle a los acuerdos las garantías constitucionales que los hacen posibles. Hoy el principal problema político es la pretensión del gobierno Duque de destruir la incipiente institucionalidad derivada de la paz para imponer su agenda “neoliberal autoritaria” y no la delirante proclama de Márquez que carece del arraigo y la historia que tuvo la “larga marcha” de Marulanda y su gente.
El alegato de Márquez contra la oligarquía suena a una vieja retórica gaitanista y los nuevos alzados se reclaman herederos de Bolívar y Marulanda. La sombra del libertador da para todo, arropa a conservadores y revolucionarios. Su diatriba contra Santander debe encontrar mucha simpatía entre los primeros, pues en algún momento me pareció que estaba oyendo a Laureano Gómez en sus malquerencias contra el “héroe de la oligarquía” como denomina Márquez a Santander. En cuanto a Manuel Marulanda, él ante todo era un hombre pragmático y tal vez si hubiese estado vivo habría conservado las armas como garantía del cumplimiento de los acuerdos. Pero las cosas fueron de otro modo y bien se lo recordó Timochenko a Márquez, un revolucionario no debe llorar sobre la leche derramada sino asumir sus compromisos con realismo y consecuencia.
Márquez hace un recuento de las traiciones de la oligarquía a lo largo de la historia, se remonta a los comuneros y su líder José Antonio Galán desmembrado a la entrada de los pueblos para escarmiento de los que se atrevieron a rebelarse, se detiene en las bellaquerías y conspiraciones de Santander y los suyos frente a Bolívar y enumera los crímenes de Gaitán, Guadalupe Salcedo, los líderes del M-19, el magnicidio de la Unión Patriótica y el asesinato de Alfonso Cano. Lo sabemos, lo hemos sabido siempre, en la historia colombiana, el magnicidio y el genocidio han sido dos instrumentos que la clase en el poder ha utilizado para segar nuevos liderazgos y contener las fuerzas sociales del cambio.
Es ingenua, por decirlo menos, la pretensión de hacer una guerra suave a soldados y policías y una guerra muerte a la oligarquía (a la manera de la consigna del M-19), como si el Estado, que siempre ha manejado, no tuviera un aparato bélico al servicio de sus intereses. No deja de ser fantasiosa la tal “nueva modalidad operativa” que anuncian en un mundo donde los hackers rusos influyeron decisivamente en la elección de Trump.
Su propuesta política, posterior a la proclama, del Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia es más de lo mismo y cae en un craso error estratégico como el que cometieron las Farc-Ep que pretenden continuar y es creerse la vanguardia del movimiento de masas. Si uno pudiese resumir el fracaso de la lucha armada de las Farc, diría que la principal razón fue de tipo político y no militar, nunca entendieron a pesar de su experiencia guerrillera el país que pretendían liberar. Hay que recordarles a Márquez y sus muchachos que “una guerra sin el pueblo es una guerra contra el pueblo y que una paz sin el pueblo es la continuación de la guerra”.
La defensa de la paz es la tarea más importante de la hora colombiana, sobre todo, ahora que desde diversos flancos apuntan a su destrucción. Pero ello obliga a quien de buena fe lo haga a rodear el proceso de reincorporación de ese 95% que aún se mantiene dentro del espíritu de los acuerdos, no podemos aislar ni tratar como leprosos a los líderes del movimiento que están cumpliendo la palabra empeñada, la locución de Rodrigo Londoño como vocero de la réplica de la oposición me parece que es el camino indicado y demuestra que hay caminos comunes en los que la mayoría podemos coincidir.
La guerra debe ser desterrada de la tierra colombiana, si queremos que alguna forma de justicia y felicidad aterricen por estos lares macondianos.