“Creo que hay un dicho coloquial que es muy buen descriptor: en Macondo el tiempo gira en redondo, quiere decir que todo se repite. Creo que los gobiernos colombianos siguen siendo los mismos, la criminalidad sigue estando presente, los discursos hipócritas siguen estando presentes”, esboza Michael* de manera contundente.
Pasadas las 2 de la tarde al frente del búnker de la Fiscalía espero a Michael para entrevistarlo acerca de la toma y retoma del Palacio de Justicia ocurrida en el 85. Lo llamo al celular y le pregunto: "¿Es usted el que está parado, tocándose la cabeza?". Contesta: "¿Qué? Ah sí, soy yo".
Lo saludo sutilmente con nerviosismo mientras que me responde de forma cordial. Tiene el cabello corto con algunas entradas, las canas están por toda su superficie de la cabeza incluyendo el bigote y la barba. Tiene puesto un buzo de lana color gris con capota, su camisa entretenida de cuello con puntos de colores da la impresión de frescura en su personalidad, un pantalón de dril oscuro con pocas arrugas y unos zapatos de material café limpios y pulidos. Probablemente no pase del 1.70 cm. Tiene una voz clara y habla fluido, quién pensaría que era guerrillero.
Nos desplazamos unos cuantos metros cerca del búnker de la Fiscalía para sentarnos en unos troncos de madera. Sin perder tiempo, pregunto: ¿cómo se enteró que el M-19 había tomado el Palacio de Justicia?
"Cuando yo salí de clase cerca de la una de la tarde, ahí en la Nacional en Ingeniería, se comentaba que había una toma del Palacio de Justicia. Bueno, lo primero que pensé fue que tendría que haber una solución, y mi hermana que era una persona civil ajena a todo tema debería salir pronto… no pensé nada diferente a eso", dice Guarín despacio y en tono pasivo.
Agrega: "El día 6 de noviembre de 1985 las emisoras bogotanas anunciaban que el M-19 se tomaba las instalaciones del palacio de la Corte Suprema de Justicia y a las pocas horas se empezó a conocer lo que era la proclama de esta guerrilla".
Michael y sus familiares vivían hace 32 años en el barrio La Esmeralda que queda en la calle 26 con carrera 50 hacia el norte, era el primer barrio a la vista. Desde la Esmeralda se lograba ver las llamas inmensas que provenían del palacio, pero que ahora la vista se dificulta por los recientes edificios que hoy en día se llaman Rafael Núñez. "También se escuchaban los roquetazos entonces que disparaban los tanques de artillería contra el Palacio de Justicia”, menciona Michael mientras mastica chicle con tanta tranquilidad como si no tuviera algo después que hacer, mientras que sus manos me señalan dónde quedaba ubicado en ese entonces los lugares de los hechos.
El pasar de esa noche no esperó a nadie, igual que la retoma por parte del Ejército. Sin embargo, las noticias sobre la hermana de Michael eran escasas, nulas, ella no aparecía entre las personas que supuestamente salían vivas con ayuda de rescatistas. Digo supuestamente, con aires de ironía, porque las personas salieron por sus propios medios...
Al día siguiente de la toma, Michael y su padre se acercan al Palacio de Justicia, aproximadamente 4 horas después de haberse consumado el ataque para buscar a su hermana. Solo logra entrar el padre mientras que él espera afuera impaciente para enterarse de que no hay rastros de su hermana.
Michael recuerda a su hermana, tenía 27 años, llevándole 5 años mayor de diferencia de Michael. "Ella era medio gordita, acuerpada, de piel blanca, una piel bien bonita", señala.
Continúa hablando acerca de lo muy estudiosa que fue. Era licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional. Hablaba y escribía aparte del español el francés. Era una persona que cuestionaba la realidad. No había querido trabajar como docente en colegios porque decía que a los profesores le pagaban muy mal, prefería ir a hacer un posgrado en Ciencias de la Educación fuera de Colombia y devolverse para ejercer como docente universitaria para ganar algo mejor. En enero del siguiente año tenía planeado irse a la universidad Complutense de Madrid, España. Todo estaba listo y organizado, aunque el destino tenía otro rumbo para ella y su familia.
Para la época de los hechos, Michael cursaba cuarto semestre de Ingeniería de Sistemas en la Universidad Nacional, mientras que su hermana trabajaba hace 36 días en la cafetería del Palacio de Justicia como reemplazo de la cajera principal (solo unos días hasta que se fuera a España para seguir estudiando). Michael explica que desde 1956 la madre de ellos y la del dueño de la cafetería del palacio se conocieron y trabajaron en la calle 11 con carrera 6, centro de Bogotá, en la proveedora litúrgica. Después de este acontecimiento ambas mujeres buscaron sus hijos incesantemente en las calles capitalinas con la esperanza de ver sus rostros como único deseo de vida, que lamentablemente nunca se les permitió.
En aquellos meses de noviembre del 85, la encargada de caja había dado a luz a su hija, quien nació el primero de octubre y hoy tiene 32 años. Su padre es Carlos, quien hoy en día continúa desaparecido. Ambas familias que desde los 50 ya compartían festividades juntas, hoy en día siguen compartiendo, pero solo un amargo sabor nostálgico y de penurias.
"Después de los días 6 y 7 de noviembre —prosigue Michael con su narración— empieza un peregrinaje de oficina en oficina tratando de averiguar qué había pasado con mi hermana. Entonces mi papá y mamá empiezan a ir de los jueces a los presidentes, del Ministerio de Defensa al Cantón Norte y así por cualquier cantidad de entidades del Estado sin encontrar una respuesta de lo que había pasado con mi hermana".
El rumbo de la historia cambia sus matices cuando Michael dice que él fue militante del M-19. "Yo asumí el tema de la desaparición de mi hermana a mi manera, mis papás se quedaron haciendo todas sus diligencias ante entes gubernamentales, yo en ese entonces decidí vincularme a la guerrilla, fui guerrillero un tiempo, más o menos 4 años, porque consideré que el Estado colombiano me había hecho una afrenta de guerra desapareciéndome mi hermana". Optó por que sus padres continuaran de burócrata en burócrata, mientras él hacía la guerra.
En el año 86, estando en sexto semestre de Ingeniería, se vincula al M-19 en la Universidad Nacional. Militó cuatro años como guerrillero urbano, rural e internacional. Su cuerpo contenía ira, grandes cantidades de rabia contra el Estado colombiano, así que la guerra le parecía la opción más justa. Michael dice que el conflicto no se hace cantando vallenatos de Diomedes Díaz ni bailando la salsa del Gran Combo, la guerra es matando, secuestrando, poniendo bombas en puentes, asaltando bancos, robando carros (…). Estuvo preso en una cárcel, exiliado en Uruguay, impidiéndole asistir al entierro de su madre. Cuando nuevamente se incorpora a la vida civil debido al acuerdo de paz de 1990 retoma sus estudios y se gradúa como ingeniero de sistemas.
"En el año 89 decidimos acudir al CIDH (corte interamericana de derechos humanos), después en el año 2011 viajo a Washington, me entrevisto con la CIDH, hago que el caso pase a la corte CIDH, me entrevisto con el departamento de Estado de los EE. UU.". Antes de continuar se entretiene en su celular algunos segundos, al parecer olvida lo que diría, pero retoma furtivamente manifestando que en el año 2006 se reunió en compañía del sacerdote José, defensor de derechos humanos, en el Parlamento Europeo con una persona que dijo haber participado en las torturas, asesinatos y desaparición de varios crímenes de Estado.
"Esta persona me contacta vía correo electrónico 21 años después, en el 2006, cuando yo tenía 43 años. Ricardo M dice que salió en el año 89 de Colombia por amenazas de muerte", cuenta. El sacerdote, Michael y Ricardo se encuentran en Bruselas, la sede principal del Parlamento Europeo, cerca al mar del norte, lugar que exigió el señor Ricardo por una razón: si él iba a territorio colombiano lo tomarían preso. "Allá me terminan matando, diciendo que yo era muy problemático en la cárcel o que la sopa me hizo daño y me intoxicó, que le echaron un condimento pasado de la fecha y entonces me morí", dijo en su momento.
Michael se acomoda, cruza sus piernas, vuelve a tocar su cuello y dice: "Mi hermana viene a aparecer 31 años después, ya cuando mi papá se había muerto, cuando mi mamá se había muerto, cuando ya varios de mis hermanos se habían muerto. Y termina apareciendo, digamos, de manera muy rara y misteriosa en la tumba de otra persona que murió en el Palacio de Justicia: una visitante ocasional, que estaba enterrada en el cementerio Jardines de Paz, al norte de Bogotá".
De ella tan solo aparecen nueve huesos. Según el informe perital técnico, tiene cuatro impactos de fusil y uno de ellos perfora en la tercera vertebra dorsal, concluyendo con la forma en la que quedó la vértebra que ella primero fue asesinada fuera del palacio y después dejada nuevamente adentro para que la encontraran como quemada en el incendio de aquellas noches; estrategia planeada por las fuerzas armadas, por el mismo Ejército, quienes proclaman el bienestar de los civiles pero que masacran sin pesadumbre.
De lamentable manera el Estado ha sido y será juez y parte de este país. Existen gran variedad de documentos que demuestran que el Estado tenía conocimiento del acto que cometería el M-19, tanto así que el día anterior quitaron gran parte de la seguridad allí. Esperaron a que llegara la cuadrilla guerrillera para llevar a cabo su venganza por hechos como el asalto al Cantón Norte, atentados a militares en Bogotá, entre otros hechos. Indiferencia y olvido son la base de la impunidad, cada civil fallecido no tuvo valor para las noches oscuras capitalinas. El abandono del Estado fue crudo y ha sido crudo, la negligencia crece en muchos casos donde lamentablemente los familiares inhalan dudas y exhalan lamentos.
No obstante, no hay crimen perfecto, el criminal siempre deja algún rastro. Años más tarde la versión de la Fiscalía General de la Nación saca una nueva línea de investigación que consiste en desenterrar a los difuntos del palacio, hallando que las personas no fueron enterradas como se debía. Por el contrario, ubicaron cuerpos de mujeres con hombres, lo que permite inferir no solamente por parte de algunas personas que han investigado el caso sino también por la Corte Interamericana (quien expone que la escena del crimen del lugar y aquellos cuerpos mal ubicados no fueron movidos coincidencialmente) que el Estado colombiano no lo hizo por error, sino por el contrario para tapar crímenes.
"Pues es muy verraco que digamos, un pobre granuja como yo vaya y se les meta allá y les diga: muéstreme cómo fue que los mataron, digamos que tantos años después esa es como la conclusión que hay sobre mi hermana", comenta.
Michael recuerda claramente la noche del 7 de noviembre del 85, cuando Belisario Betancur, presidente de turno, sale tarde y da una locución radio televisada donde expresa que para bien o para mal él asume la responsabilidad entera de todo el suceso en el Palacio de Justicia. “¡Todo un cobarde!”, según palabras más palabras menos de Michael, que continúa refiriéndose al cinismo del entonces presidente de crear el disparate de tribunal para que investigue tales hechos, cuando él era el jefe del Estado.
Pasados más de 40 minutos, dice sin mucho esfuerzo: "Mi familia soy yo. Mi papá murió, mi mamá también, mis hermanos no se metieron en nada por miedo —con un tono más directo y esclarecedor prosigue—, y quien finalmente vivió y estudió en los mismos colegios y compartió con ella fui yo. Después yo la vi desaparecer y fui testigo del choque emocional que tuvo mi mamá y de cómo mi papá tenía todas las cosas de ella en la habitación, esperando a que llegara aunque ella no lo hacía. La habitación se fue convirtiendo como en un mito".
Sin dejar de mascar el chicle continúa: "Hoy en día han pasado muchos años y estoy más tranquilo". Se siente de cierto modo más calmado por haber recibido los pocos fragmentos óseos de su hermana. Y sigue: "No creo que se vaya a saber nunca lo que pasó con ella, pero digamos que yo ya decanté todo el tema de la venganza". Enterró a su hermana en la capilla del Colegio Mayor San Bartolomé como homenaje a la licenciada de las Ciencias sociales. Michael me comenta que él ha mejorado su lenguaje y sus actitudes respecto al mundo.
Aun hoy en día, después de 32 años, siguen en contacto aquellos familiares que siguen con vida, ya que padres o hermanos han fallecido y queda alguno que otro hijo de los desaparecidos.
Michael, naufragando en numerosas ocasiones, afirma una solución que habría frenado los ataques: la Iglesia católica. Si esta institución que tanto habla de paz se hubiera plantado en la Séptima para no dejar pasar ningún tanque de guerra todo habría sido diferente. De hecho, si no hubiera sido por los civiles que intentaron hacer algo habría más muertos. Entre tanto, descarta a los medios de comunicación, ya que en su opinión son marionetas del poder de turno con un estrecho rumbo de maniobra. Por algo, en el 85, cuando Noemí Sanín era ministra de Comunicaciones obligó a callar a emisoras y a trasmitir el partido de fútbol entre Millonarios y Unión Magdalena. "Fueron muy encubridores con lo del poder —asiente Guarín—, solo hasta hace 20 años los medios se abrieron a nosotros".
Finalizando, Michael, con varios intentos de revisar la hora y moviendo agitadamente el pie derecho, le dice a la mujer que tiene al lado: “En Macondo el tiempo gira en redondo, quiere decir que todo se repite, creo que los gobiernos colombianos siguen siendo lo mismo, la criminalidad sigue estando presente, los discursos hipócritas siguen estando presentes”. Dichoso me habla de la literatura y cierra mencionando que "no es política del Ejército ni de la Policía disparar contra civiles, pero se encuentra que en efecto se disparó contra civiles”.
Del 85 hacia acá han pasado más de quinientos Palacios de Justicia, el Estado ha sido unísono y no ha parado de entonar la misma canción de guerra. Michael, un hombre que todo el tiempo insta a que le presten atención, cree que los asesinatos de líderes sociales, de Jaime Pardo Leal, de 5000 militantes de la Unión Patriótica, de Carlos Pizarro, de campesinos masacrados y más se comparan con Macondo, lugar donde todo se repite, porque Colombia es así. Además, el Estado es genéticamente impune, fabricado para la impunidad que posiblemente se frenará hasta que una gota más de sangre rebose la copa y quizá, muy quizá, el panorama mejore.
Después de tantos años Michael ha sabido decantar el dolor, ha tenido una vida y la ha manejado de formas que nadie puede juzgar. El hombre que se ha prestado para sentarse en aquel banco incómodo a recordar su pasado me invita un café y me cuenta que ahora tiene un trabajo relacionado con lo que estudió, hijos universitarios a los cuales no les gusta para nada la política y una esposa ejemplar que conoció en un posgrado que juntos tomaron, salieron tan dos meses y sin espera ni alboroto se casaron, siguen juntos después de 20 años.
Michael es uno de los muchos ejemplos colombianos que tomaron las armas por represalias contra el Estado, contra las injusticias y contra la vida misma, pero que se dieron la oportunidad para perdonar y pasar la hoja hacia nuevas experiencias. Entonces si estas personas lo han logrado es posible seguir creyendo en una paz prometedora para Colombia, una que se construye entre todos y que queremos todos.
* Nombre cambiado.