Frente al desastre de los incendios en la Amazonia, ocasionados por la expansión de la ganadería extensiva y los monocultivos en Brasil, Colombia y Bolivia, muchos han planteado que la causa fundamental de dicha crisis estaría en los patrones de consumo de la población. Desde esta perspectiva, bastaría con que los consumidores dejaran de consumir, directa o indirectamente, carne de res, soya, aceite de palma, etc. para frenar la deforestación de la Amazonia. Como veremos más adelante, la anterior idea está basada en la noción de la “soberanía del consumidor” sugerida por el economista Von Mises en los años cuarenta. Veremos que dicho planteamiento presenta serias limitaciones para entender el funcionamiento de las economías capitalistas, su depredadora relación con los ecosistemas y termina ofreciendo un lineamiento político conservador e ineficaz frente a la crisis ecológica que vive el planeta.
La magnitud de la tragedia
En los últimos días la prensa mundial ha registrado la catástrofe ambiental de la Amazonia. Solo en Brasil se han registrado 74.000 incendios, 83 % más respecto al año pasado [1]. En su mayoría estos incendios han sido provocados por la expansión de la ganadería extensiva y los monocultivos [2]. En menor magnitud, también se han presentado incendios en el Amazonas boliviano y una progresiva deforestación en los demás países que comparten dicho ecosistema: Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador, Paraguay y las Guyanas.
De acuerdo con científicos, en las últimas décadas se ha deforestado entre el 15 % y el 17% de la selva amazónica [3]. De alcanzar el 25 % gran parte de la selva alcanzaría un punto de no retorno que la convertiría en sabana, con la consecuente extinción de muchísimas especies animales y vegetales, así como un severo impacto sobre el clima sudamericano y mundial [4].
Soberanía del consumidor y crisis ambiental
Más allá de la responsabilidad inmediata de los gobiernos de la región —especialmente el de Jair Bolsonaro en Brasil— algunos medios de comunicación han señalado la creciente demanda mundial de carne bovina y soya como una de las causas fundamentales de la deforestación del Amazonas. Se estima que el 65% de la tierra deforestada en la Amazonía brasileña pasó a ser tierra de pastoreo, mientras la soya es el principal monocultivo en las zonas deforestadas [5].
A partir de estos hechos, muchos concluyen que serían los gustos de los consumidores (por la carne de res, soya, etc.) la causa fundamental de los incendios en la Amazonia. Por tal razón, la responsabilidad de esta crisis ecológica descansaría, en última instancia, en los millones de consumidores de carne de res, soya, etc. a lo largo del mundo. Desde este punto de vista, la clave de la solución estaría en el cambio individual de los patrones de consumo: cambios en la dieta, veganismo, etc. Lo mismo aplicaría para el calentamiento global, la contaminación de los mares por el plástico, entre otras manifestaciones de la crisis ambiental global.
Aunque no parezca evidente, tras el anterior argumento subyace la noción de “soberanía del consumidor”. Esta idea, convertida en “sentido común” en el mundo de los negocios, las derechas políticas, y la teoría económica dominante, fue propuesta por el economista austriaco Ludwig Von Mises en los años cuarenta. En palabras de Mises “los jefes reales [bajo el capitalismo] son los consumidores. Ellos, con sus compras y su abstención de comprar, deciden quién debe poseer el capital y dirigir las fábricas. Ellos determinan qué debe producirse y en qué cantidad y calidad. Sus actitudes generan beneficios o pérdidas para el emprendedor” [6].
Desde esta perspectiva, la finalidad central de las economías capitalistas sería la satisfacción de las necesidades de los consumidores. La producción de las empresas se ajustaría automática y pasivamente a los patrones de consumo de la población. Si estos son ambientalmente dañinos la producción también lo será. Para alcanzar una economía sustentable bastaría solamente cambiar el consumo individual a uno “sostenible”, para que los mercados ajustaran automáticamente la producción de las empresas. Si las personas dejaran de consumir carne de res, por ejemplo, la demanda mundial de dicho producto disminuiría y de esta manera se frenaría la deforestación del Amazonas. Ningún otro cambio en el sistema económico-social sería necesario.
Crítica a la soberanía del consumidor
Aunque el planteamiento de la “soberanía del consumidor” aplicado a la crisis del Amazonas suena convincente, además de políticamente conveniente para empresarios y gobiernos, presenta varias limitaciones.
En primer lugar, se olvida que los gustos y preferencias de los consumidores son construidos socialmente. Está ampliamente documentado que las corporaciones son las que determinan el conjunto dominante de valores, imaginarios y referentes de vida que las personas toman como “naturales” o “propios” a la hora de elegir que consumir. Esto lo logra el gran capital, a través de la publicidad y el control que tienen de la industria del entretenimiento, los grandes medios de comunicación, el internet, las redes sociales y el big data. En el caso de la carne de res, es su posicionamiento como referente alimenticio por parte de la industria agroalimentaria y de comidas rápidas, el que explica su creciente elección por parte de consumidores en todo el mundo.
En segundo lugar, las decisiones de consumo de cualquier individuo están limitadas por sus ingresos. A su vez, estos dependen de la posición que ocupan las personas en la estructura de clases sociales. Como en muchos países la mayor parte de la población vive de vender su fuerza de trabajo, sus ingresos están, de hecho, subordinados a las decisiones económicas de los capitalistas. Debido a dicha subordinación, la mayoría de los asalariados sobreviven con bajos salarios por lo que su margen de elección al consumir es bastante reducido y deben elegir los alimentos más baratos que, con frecuencia, son los producidos en las condiciones menos sustentables ecológicamente (Por ejemplo, cereales y frutas modificadas genéticamente o productos avícolas que usan como insumo soya transgénica).
En tercer lugar, los precios de las mercancías no incluyen la totalidad de los costos ambientales incurridos en su producción. Esto se conoce en la literatura especializada como externalidades ambientales negativas. En el caso de la carne de res que exporta Brasil, su precio de venta no incorpora el costo que implica la deforestación de la Amazonia, su afectación sobre los suelos, la biodiversidad, el clima del planeta, etc. En la omisión deliberada de los costos ambientales de las mercancías los productores son plenamente soberanos y los consumidores no tienen ningún rol decisivo. Estos últimos se limitan a elegir las mercancías que consumen con base en los precios que pueden pagar y que encuentran en el mercado.
En consecuencia, el planteamiento de la “soberanía del consumidor” es errado porque en las economías capitalistas los consumidores no son soberanos. Como acabamos de ver, los tres elementos centrales en cualquier decisión de consumo –gustos, ingresos y precios- están dominados por las empresas y sus dueños, teniendo los consumidores individuales un rol subordinado.
El error de fondo de la noción de la “soberanía del consumidor” es considerar que la satisfacción de las necesidades de los consumidores es el objetivo último de las economías capitalistas, cuando en realidad es la búsqueda incesante de beneficios. Esa es la razón de ser de todas las actividades económicas en el capitalismo y la base del poder político, el leitmotiv de nuestra época. Es la insaciable sed de ganancias la que hace que los capitalistas moldeen los gustos de los consumidores, paguen salarios reducidos y no incluyan la totalidad de los costos ambientales en los precios de sus productos. También es la razón para que la clase capitalista, con su poder económico, controle el poder político y de esta manera el Estado sea cómplice en la destrucción ecológica.
Así mismo, la búsqueda de la mayor tasa de ganancia por parte de los capitalistas es lo que, en últimas, explica la división internacional del trabajo y la especialización de los países del tercer mundo en actividades económicas extractivas con altos impactos ambientales, pero que resultan sumamente rentables para las burguesías locales e internacionales.
Olvidar todo lo anterior y sostener que los consumidores de carne de res o soya son los responsables de la deforestación de la Amazonia, implica naturalizar y defender la búsqueda de beneficios por parte de ganaderos, madereros y empresarios del agrobusiness. Implica, en últimas, una defensa del actual orden económico-social basado en la explotación del trabajo y la destrucción de la naturaleza.
[2] Detrás de los incendios en la Amazonía, el apetito mundial por la carne y la soja de Brasil
[5]Detrás de los incendios en la Amazonía, el apetito mundial por la carne y la soja de Brasil
[6] Soberanía del consumidor: qué quería decir Mises