El maldito Acuerdo con las Farc nació de dañado y punible ayuntamiento entre ese grupo terrorista, acompañado y dirigido por sus bandidos de cabecera, Álvaro Leyva y Enrique Santiago, y dirigido desde Cuba por Raúl Castro, de una parte, y de la otra los hermanos Santos, Enrique y Juan Manuel, dirigiendo la orquesta mamerta de Colombia, valga decir, los comunistas procubanos, el ala seudointelectual y política de las mismas Farc.
El tinglado de la farsa no se cayó, como juzgan algunos, sino que quedó en evidencia. Eso fue todo.
Valga la pena una rápida memoria, a guisa de balance de lo que le hicieron a Colombia estos farsantes, los de un lado y los del otro.
Lo que llaman la paz, nunca la hubo. Basta repasar las noticias de estos años trágicos para comprobarlo. Tenemos el campeonato mundial de los desplazamientos forzados, la cara más visible y atroz de la violencia, que no paró un minuto.
Las extorsiones siguieron al orden del día. Los empresarios del campo saben que pagan o los secuestran o los matan, a veces, muchas, una cosa después de la otra.
Las ciudades, los pueblos, hasta las veredas más humildes han tenido que llorar los efectos de lo que llaman el microtráfico, que no es cosa distinta a la ola gigantesca de narcóticos que cayó sobre ellos, para destruir por las adicciones más abyectas, la niñez y la juventud de Colombia.
Castigo no hubo para ningún criminal. Al amparo de indultos oprobiosos salieron de las cárceles los presos de las Farc, se calcula que fueron más de tres mil, y no hubo un solo capturado, juzgado o extraditado por los crímenes recientes. Esa complicidad con el delito la estamos pagando con lágrimas de sangre.
Nunca hubo tanto negocio,
tanto dinero de los infiernos, tantos dólares negros,
como después de firmados y puestos en marcha los acuerdos de La Habana
Las armas no se entregaron. Una partida de sinvergüenzas comunistas de la ONU, pagados por nosotros, claro está, se dieron a la tarea de guardar fierros viejos y oxidados en contenedores que desaparecieron para siempre, para cerrar faena con la más impúdica propaganda a los acuerdos de paz más maravillosos que se firmaron nunca.
Los cultivos ilícitos, cuya desaparición era el gran aliciente de la componenda se multiplicaron y la producción, venta interna y exportación de narcóticos llegaron a niveles jamás vistos. Nunca hubo tanto negocio, tanto dinero de los infiernos, tantos dólares negros, como después de firmados y puestos en marcha los acuerdos de La Habana.
Jamás llegamos a tanta injusticia como la que desató sobre esta pobre Colombia la nunca bien maldecida JEP. Nunca se dijo tanta mentira desde el día nefando en que le entregaron el manejo de la verdad a un grupo de farsantes que tiene el encargo de fabricar la que tendrá que ser oficialmente aceptada. Está en marcha el Ministerio de la Verdad, como el Ministerio del Amor, como el gabinete entero que solo George Orwell se había atrevido a imaginar en 1984, y nunca fue más dócil e imbécil el rebaño que describió en La Rebelión en la Granja.
Se morirá de la risa el que mire el ejercicio de la política que han hecho estos bandidos, desde que se les dio dinero, impunidad, curules, olvido, perdón, a cambio de sus aportes al ejercicio pacífico de la política regional y nacional. Nadie puso un voto por ellos, pero son dueños de diez curules en el Congreso, y las seguirán detentando en el próximo período, desde el 2022 al 2026.
Gastamos dinero a raudales para cumplirle a estos desgraciados, lo que ellos no han cumplido ni por el forro. Les hemos mantenido sus “Zonas” a costos inauditos, les hemos pagado sueldos, alimentado sus barraganas, cuidado a sus amigos, todo con cargo al presupuesto oficial. Les hemos creado y mantenido, al precio de centenares de miles de millones de pesos, su Justicia propia, les hemos armado y entrenado con sus propios delincuentes sus esquemas de protección, les hemos dado emisoras, pagado publicidad, alimentado su partido con miles de millones de pesos, y se declararon frustrados por el incumplimiento de lo acordado. Creamos consultorías, asesorías, comisionados para servirles y no les fue suficiente.
Así que estratégicamente se partieron en dos alas. La pacifista, que seguirá mamando de la ubre inagotable, engañando periodistas que no necesitan mucho para dejarse engañar, recibiendo sueldos y prebendas. Y la otra, la de los que llaman los combatientes, donde están todos los bandidos de ayer, sin que falte uno solo, armándose mejor, enriqueciéndose más, atropellando sin descanso, cometiendo sus crímenes nuevos a cargo de la inagotable chequera de sus crímenes viejos y ayudando a mantener el régimen de Maduro a punta de cocaína, para que acabe de mandarnos todos los venezolanos hambrientos para que compartan pobrezas y alimenten, con las miseria propias, nuestra propia tragedia.
Ese fue el Acuerdo que el Presidente Duque no quiso hacer trizas. Porque le bastaban algunos cambios. Y ahora, después de todo, quiere comprar la tesis de que el 90 % de los miembros de las Farc están con la paz. Por que si no, ¿qué hacer con Ceballos, Archila y sus demás amigotes? ¿Qué hacer con la JEP? ¿Qué hacer con Timochenko y sus cuatro gatos? ¿Qué hacer con Roy Barreras y con Cepeda? Son problemas demasiado serios para un burócrata del BID. Perdón. Para un Presidente de la Colombia nueva.