Del Pacto Ribbentrop-Mólotov

Del Pacto Ribbentrop-Mólotov

A propósito de los ochenta años de la firma del acuerdo de no agresión germano-soviético, señalado como el principio de la Segunda Guerra Mundial

Por: Alberto Luna Avila
agosto 22, 2019
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Del Pacto Ribbentrop-Mólotov
Foto: National Archives & Records Administration

Numerosos historiadores y poderosos medios de comunicación internacional han señalado a Stalin como el causante del inicio de la Segunda Guerra Mundial, al dejarle las manos libres a Hitler para que invadiera a Europa, con la firma el 23 de agosto de 1939 del Pacto de no agresión germano-soviético, y que la verdadera finalidad de este tratado, era el reparto de Polonia y de los países Bálticos.

Hagamos un rápido recuento cronológico de los sucesos acaecidos a partir del Pacto de Múnich, para aclarar quienes fueron los verdaderos culpables de que el nazi-fascismo se decidiera a invadir al viejo continente y a dilucidar el significado real del acuerdo, firmado por los respectivos Ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética y Alemania, Vyachislav Molotov y Joachim Von Ribbentrop.

El 30 de septiembre de 1938, Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, redactaron en la ciudad alemana de Múnich, el documento que se suponía traería la paz definitiva a Europa, pasando por alto el hecho que las dos últimas naciones mencionadas, intervenían de forma descarada en la guerra civil española. La Unión Soviética no solamente no fue invitada sino que ni siquiera fue informada.

En últimas, este acuerdo para lo único que sirvió fue para sellar el despojo del territorio de los Sudetes a Checoslovaquia, región donde se encontraban las fábricas de municiones más grandes del continente. Así se premiaba a un país que había sido fiel aliado de los intereses franceses. Moscú en respaldo al primer ministro checo, Benes, le informa estar dispuesto a cumplir con las obligaciones que derivaban de su alianza con Praga, pero no contaba con el impedimento del gobierno polaco al paso de los aviones rusos sobre su territorio y a que, cualquier intento, se constituiría en una violación de su espacio aéreo, al que sus fuerzas militares responderían de forma inmediata.

Con el silencio cómplice de Londres y París, el 23 de marzo de 1939 se firma en Bucarest, un acuerdo por el cual se garantiza a la industria militar y a la maquinaria bélica del III Reich el petróleo rumano.

El siete de abril del mismo año, fuerzas italianas invaden a Albania. Así como Checoslovaquia era la base de una acción contra Polonia, Albania sería la de una agresión contra Grecia y de paso contribuiría a la neutralización de Yugoeslavia.  

Moscú ante los graves hechos que se estaban sucediendo en Europa, lanza el 16 de abril, la oferta para una triple alianza anglo-francesa-soviética, con el fin de detener las ambiciones de Hitler, ya que en esos momentos no estaba en condiciones para emprender una guerra en dos frentes. El gobierno inglés responde la nota, pero sin el sincero deseo de llegar a acuerdos, ya que en su texto se determinaba que la URSS prestaría inmediata ayuda, si la Gran Bretaña y Francia entraban en guerra en virtud de sus garantías a Polonia y Rumania, pero no se mencionaba ayuda por ninguna parte de las dos potencias a Rusia, en caso que ésta se viera envuelta en guerra a causa de sus obligaciones con cualquier estado europeo.

Hitler preparándose para la guerra, el día 28 de abril, anula el Tratado naval anglo-alemán, lo mismo que el Pacto polaco-germano de no agresión. De esta manera, Polonia, Rumania y los países Bálticos quedaban en la mira de una invasión nazi, solamente con el respaldo soviético se podría mantener la independencia de los países de la Europa Oriental de las garras del Führer.

Públicamente, Ribbentrop y Ciano, firman el 22 de mayo en Berlín, el Pacto de Acero, por el cual Hitler le da el visto bueno a que la política en el Mediterráneo sea dirigida por Italia.

Mientras Polonia, Rumania y los países Bálticos, se resistían a la débil presión inglesa para que firmaran un pacto de ayuda mutua con la URSS, Estonia y Letonia, rubricaban pactos de no agresión con Alemania.

El 23 de junio, el gobierno belga, influenciado por su rey, anuncia que se opondrá a toda conversación del Estado Mayor de sus fuerzas militares con el inglés y el francés, y que además Bélgica mantendrá su neutralidad ante cualquier conflicto, neutralidad que más tarde no la tendrían en cuenta los blindados alemanes para invadirla en su ataque a Francia.

Por fin los ingleses deciden enviar un emisario a Moscú, para lo cual, una figura de la talla de Anthony Eden se ofrece, pero el primer ministro Chamberlain prefiere a un funcionario de Asuntos Extranjeros, Strang, carente de toda significación especial, constituyéndose en otra ofensa para los rusos. Las negociaciones se empantanan inútilmente en discutir la repugnancia de los países de la Europa oriental a ser ayudados por los soviéticos.

El gobierno soviético propone continuar las discusiones sobre una base militar con representantes franco-británicos. El 10 de agosto, Londres, envía al almirante Drax, pero carente éste de toda autorización escrita para negociar. El general Doumenc encabeza la francesa. Al mismo tiempo llegaba a Moscú una misión alemana encargada de discutir un tratado comercial, paso previo hacia la normalización  de relaciones diplomáticas entre ambos países. Las dos negociaciones se desarrollan una junta la otra en el Kremlin, ésta discreta y fluida, aquélla llena de impedimentos. Uno de ellos era un obstáculo insuperable: la URSS y Alemania no tenían frontera en común, polacos y rumanos se rehusaban con obstinación a ofrecer al ejército rojo el paso por sus territorios.

Pero todo cambia repentinamente, al llegar un telegrama del Führer solicitando insistentemente a Stalin que recibiera a su ministro de Relaciones Exteriores, Von Ribbentrop, hecho que modifica totalmente la situación.

Así, el 23 de agosto de 1939 se firma el Pacto de no agresión germano-soviético. La delegación franco-británica no podía hacer otra cosa que volverse a casa. En el tratado se fijaba, que las dos naciones convenían en permanecer neutrales si uno de ellas entraba en guerra y además, se acordaba, que Alemania se reservaba a Lituania, dejando Estonia, Finlandia y la región rumana de Besarabia a la influencia rusa. La barrera de los estados antibolcheviques levantada por el Tratado de 1919 quedaba de esta manera derribada.

Pero lo importante de resaltar de este pacto son dos puntos fundamentales. El primero, que era transitorio, Hitler lo firmaba para incumplirlo. A Stalin le permitiría ganar tiempo y esperar la futura arremetida alemana desde posiciones militares más sólidas, reunir sus tropas desde los distantes territorios que conformaban la federación, desarrollar su industria militar, equipar y preparar su ejército, y poder trasladar sus fábricas más allá de los Montes Urales.

El otro punto, se refiere a la inclusión dentro del tratado del reparto de zonas de influencia: para la URSS era clave, estratégicamente, recibir un futuro ataque germano desde fronteras occidentales lo más lejanas posibles de Moscú y de su corazón industrial, para la cual era de suma importancia ocupar los países Bálticos y la parte de Polonia no invadida por los nazis, antes de sufrir el ataque enemigo.

Pero lo que la historia si no podrá ocultar es la posición dócil y vacilante de las dos potencias europeas, Inglaterra y Francia, con la política agresiva del nazi-fascismo y que ante los llamados enérgicos y permanentes de la Unión Soviética para conformar una gran alianza que contuviera las ambiciones hitlerianas, fueron ellas todas oídos sordos. Si en la década de los 30, los Chamberlain y Daladier, hubieran mantenido una posición consecuente como la de Stalin por una verdadera paz mundial, se habría evitado para la humanidad esa gran catástrofe como fue la Segunda Guerra Mundial.

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