Woodstock: tres días que cambiaron a la juventud del mundo

Woodstock: tres días que cambiaron a la juventud del mundo

Si bien el festival no recaudó el dinero que se esperaba, trascendió más allá de una generación y marcó un importante hito en la historia

Por: Fernando Alexis Jiménez
agosto 20, 2019
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Woodstock: tres días que cambiaron a la juventud del mundo

Más de una persona se persignó una y otra vez cuando, en mi remoto Vijes, un pueblo puritano y conservador en toda la extensión de la palabra, se enteraron que en Nueva York estaban realizando el festival de Woodstock, en el que abundaron la música rock, las drogas y el sexo. "Esa es una Sodoma y Gomorra con la diferencia de que no hay quien los detenga. Lo que falta es que llueva fuego del cielo", comentaron el padre Albéniz y las comadronas de la época, en el atrio de la iglesia, minutos después de escuchar las noticias en los radios viejos, de tubos, cuya señal era entrecortada y sonaban como una fritanga en pleno hervor.

No se habló de otra cosa por aquellos días. Lo que para muchos norteamericanos con aires de modernidad era motivo de orgullo, para otros era una demostración abierta de libertinaje con la que jóvenes de todo el país, protestaban contra la guerra del Vietnam y el reclutamiento forzoso.

Los días 15, 16 y 17 del mes de agosto de 1969 marcaron un antes y un después en la historia. Aun cuando inicialmente se organizó para su realización en el poblado de Woodstock, la oposición de quienes consideraban que se iban a acarrear maldiciones con tremenda desafuero, obligaron un cambio en la ubicación.

Y como para el foforro nunca faltan los patrocinadores, el granjero Max Yasgur ofreció su campo de alfalfa en Bethel. No le importaron las críticas ni que lo acusaran de promotor de la mundanalidad, a cambio de que le pagaran 75.000 dólares.

Lo que ocurrió allí fue todo menos tres días de paz y música, como se anunció en enormes cartelones. Se constituyó en un carnaval sin límites y, de hecho, el más grande de la historia del siglo XX.

"Esto se salió de las manos y no era lo que esperaba", se quejó el granjero cuando vio que los 50 mil invitados se convirtieron en 500 mil, y arrasaron con todo, porque destruyeron los lugares de almacenamiento de grano para encender fogatas, y se fumaron hasta el forraje del ganado vacuno.

Artistas de renombre pensaron que se trataba de un festival de principiantes, y declinaron asistir. Ese fue el caso de The Byrds, Bob Dylan y The Beatles; pero otros que estaban haciendo carrera, se catapultaron o aumentaron su fama, como Joan Baez, Janis Joplin, Joe Cocker, Santana, Creedence Clearwater Revival, Country Joe McDonald, Jimmy Hendrix y The Who. No habían terminado de tocar por una hora y desde todos los rincones les gritaban "Otra, otra" y como dice un viejo corrido mexicano: "Échale cinco al piano y que siga el vacilón."

No faltaron quienes aseguraron haber visto el humero a kilómetros. Pero verdad o mito, lo cierto es que el tiempo se detuvo en esas 72 horas, se terminaron muchos noviazgos, se establecieron otros nuevos, y más de un marido inconforme que quiso darse una pasadita para comprobar qué estaba pasando, terminó atrapado por el tsunami en el que se convirtieron los bailes, el sonido estridente y la frase que persiste hasta hoy: "Peace and love".

La entrada para el festival costaba 18 dólares, no obstante, ante la incesante llegada de gente, se retiraron las barreras y se dejó pasar a todo el mundo. Entraban unos y salían otros. No hubo ganancias, pero sí pérdidas y millares de familias terminaron con nietos, nueve meses después, con una característica particular: no sabían de quién.

Jóvenes de todo el mundo hicieron eco de la rebeldía, se dejaron crecer el pelo, se opusieron a toda forma de violencia en sus países y creyeron que iniciarían la corriente de cambio que necesitaba el mundo. Pero fue llamarada de lata. Pronto los aires libertarios se ahogarían en los estertores de un festival que jamás se repitió, pero que marcó un hito en la historia.

Entre tanto el padre Albéniz convocó unas rogativas pidiendo la misericordia divina y, para ser ciertos, aun cuando más de un vijeño dijo: “Quién estuviera allí para gritarles degenerados váyase al infierno”, en lo más íntimo de su corazón lo que querían era echarse una canita al aire o, como dicen los mexicanos, darle vuelo a la hilacha.

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