¿Será que ya somos inviables?

¿Será que ya somos inviables?

Pocas veces hemos estado enfrentados a una situación de incertidumbre económica como la presente

Por: jorge ramírez aljure
agosto 12, 2019
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¿Será que ya somos inviables?

Economistas, políticos, periodistas y altos funcionarios, comenzando por alguien tan sabido como el ministro de Hacienda —eso pensamos quienes advertíamos que los bonos del agua no eran ni iniciativa casual ni menos ayuda para los pueblos que resultaron esquilmados—, no dan pie con bola para responder siquiera por qué el desempleo, que ya lleva 4 años incrementándose, continúa ese rumbo.

Probablemente porque desde el limitado campo de la econometría o la pura ciencia del capital los datos que se tienen y las proyecciones que se hacen no cuadran. Como nunca han cuadrado los eternos designios de mandatarios, ministros, centros de investigación y agoreros optimistas que desde que W.W. Rostow se lo craneó en 1960 nos han vaticinado que el país volaba hacia el pleno desarrollo económico, ahorrándose por lo menos 2 etapas de las 5 con que nos cautivó el creativo economista inglés.

Pero las pesimistas apreciaciones presentes nos llevan a pensar que en lugar de ahorrarnos 2 etapas nos hemos quedado empantanados en la segunda, puestas las esperanzas en que, por el disfraz moderno que cargan algunos, hemos superado al menos la etapa primitiva como fruto del disciplinado acatamiento a los principios y procedimientos que nos han impuesto los organismos y calificadoras internacionales, que garantizan que no extraviemos el fabuloso camino que nos han trazado.

De ahí el desconcierto de los iniciados y de quienes les hemos creído pasado tanto tiempo, no obstante que los golpes contra la proa de la teoría rostowniana y el estado cada vez más averiado de quienes la aplicábamos, nos hacían pensar que desde que arrancamos la realidad chocaba contra las peripecias mentales del momento. Pues a los que debíamos alcanzar estaban siempre más lejos y el sentido común insistía en que lo hacían a costillas de los que veníamos atrás.

Anteriormente la devaluación de nuestro peso constituía garantía de que el país que había entrado en dificultades de crecimiento y sufría por el déficit de su balanza de pagos, mejoraría su situación con solo hacerla efectiva por parte de nuestras autoridades monetarias, pues contábamos con una industria que, aunque en ciernes, se daba mañas para incrementar su participación junto con el sector agrícola en las exportaciones, lo que allegaba los dólares necesarios para enmendar el desajuste comercial y producir empleo durante algún tiempo, mientras se navegaba hacia una nueva crisis.

Ahora ni las grandes devaluaciones automáticas del mercado sin talanqueras, como las que sufrimos en estos días, nos garantizan una oportunidad para enderezar así sea por un corto tiempo las cargas, porque la industria nacional, después de 50 años de estar ejerciendo, no está preparada para exportar, ya que, por un efecto no explicado en la tarea de avanzar según las reglas de la economía capitalista, se destruyó lo conseguido, y la agricultura menos, porque por el mismo efecto de echar para adelante según los cánones, terminó remplazada por la producción agrícola del exterior, tanto que hoy importamos la mayoría de lo que nos comemos.

Y las paradojas y dificultades que nos abruman son apenas la cabeza del iceberg, porque debajo de ellas hay otras todavía más preocupantes como que quienes nos han embarcado en todos estos sinsabores, el capitalismo internacional y sus mayores poseedores las multinacionales y países desarrollados, tampoco tienen claro para dónde van.

Largos años de no crecimiento o muy poca rentabilidad sin que los pontífices arriesguen una causa concreta y el problemita de ser el motor del cambio climático, que momento a momento se convierte en una crisis ambiental que a la vuelta de la esquina pinta con ser inmanejable y amenazar la existencia de la raza humana sobre una Tierra reconvertida, son apenas dos elementos que hacen que su existencia se torne comprometedora en materia grave, con el agravante de que la solución tampoco estaría en su suspensión o moderación, al haberse convertido la acumulación de riqueza y poder en el eje de una estructura indetenible de producción y gastos superlativos.

De ahí que nuestros flamantes funcionarios y especialistas no encuentren las razones del desempleo creciente ni del crimen asociado a este y el aumento de la inseguridad general, y mucho menos ofrezcan soluciones creíbles para resolverlos porque aquellas se saldrían de los rígidos catecismos aprendidos. Por lo que recurren a tomar el rábano por las hojas recetando más penas, más cárceles, más policías, más cámaras de vigilancia cuando no más mano dura con el consiguiente incremento de los gastos, la violación de derechos humanos, la corrupción y el agravamiento de los problemas ante el crecimiento vegetativo de la población.

Solución acorde con la de un alcalde conocido que antes que ofrecerles empleo y oportunidad de ingresos a sus conciudadanos pobres se jacta de construirles parques, alamedas, senderos, aceras y centros de felicidad para que distraigan sus hambrunas y las de sus familias.

Y los más cuerdos, si pudiera llamárseles cuerdos, invocan la receta habitual de que hay que seguir derruyendo la casa para tapar el déficit con el cuento de que se le encuentran mejores usos y mejores rentabilidades a los centavos que queden de su venta, así quienes se lucren de aquella sean, sospechosamente, nuestros bienintencionados guías económicos.

Ya salimos, para cubrir menesteres idénticos en el camino señalado, del perro, los árboles, del pozo de agua, los muebles, las camas, la cocina y la totalidad de las tejas con el cuento de que superadas las aulagas más adelante, cuando fuéramos desarrollados, los remplazaríamos con lujo de detalles.

No obstante, contra todos los pronósticos de los que saben, hoy nos toca suspender los servicios públicos y echar las columnas al suelo para vender a menosprecio el hierro nada menos que a quienes nos aconsejan y llevan por el buen camino. Dolorosa decisión, es cierto, porque, echándole cabeza, nos aleja todavía más de una recuperación del desvencijado hogar, aunque los cánones económicos, contra toda la dura realidad, todavía nos auguran un futuro que ya no se llama desarrollo sino crecimiento sostenible que por ahora es mejor no meneallo, como aconseja la paliativa ignorancia.

A estas alturas cualquiera se pregunta, si todo esto no representa un país inviable, ¿qué nueva venta miserable nos haría falta?

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