Se encontró la presidencia en un paquete de papas. Alguna vez escuché esa frase. Es mentira. Es difícil en estos tiempos - ¿o en todos los tiempos? - sugerir que la burla a un político puede hacer daño si hace difícil un análisis más elaborado. La paradoja: es políticamente incorrecto sugerir que la burla es floja porque no tiene fundamento en la realidad. La buena caricatura exagera rasgos existentes, no se los inventa. Lo políticamente correcto, en las redes por los menos, es el meme, la burla, la indignación fácil.
Hay que decirlo: esa idea que Duque no hizo nada y quedó de presidente es errada. Empiezo desde el final. Estuve “al interior” de la campaña presidencial de 2018 y Duque ganó en franca lid, con las reglas del momento, a un grupo de competidores difícil. Cada uno tendrá su preferencia, o los detesta a todos, pero en la democracia colombiana Gustavo Petro, Sergio Fajardo, Germán Vargas Lleras, Humberto de la Calle, eran un grupo de rivales fuertes, algunos con más experiencia que él, otros con más apoyos políticos, otros con más chequera, otros con más protección en los medios de comunicación, en fin.
Yendo para atrás: tampoco era fácil eliminar a Marta Lucía Ramírez. A Alejandro Ordóñez, sí. Es cierto, eso sí, que el aval del Centro Democrático se lo encontró en un paquete de papas. Uribe sabía que no podía dejar que los dos candidatos que habrían ganado cualquier mecanismo medianamente serio, Luis Alfredo Ramos y Oscar Iván Zuluaga, se quedaran con el aval y entonces los eliminó de un plumazo. Esa película ya la había vivido Liliana Rendón en Antioquia y, recientemente, Ángela Garzón en Bogotá. Ramos tiene pendiente decisiones por denuncias sobre relaciones con paramilitares y era flamante protegido de Leonardo Pinilla alias Porcino y Luis Gustavo Moreno, la ficha “anticorrupción” de Vargas Lleras y Cambio Radical en la fiscalía de Néstor Humberto Martínez. Zuluaga, con la inmensa sombra del hacker y de Odebrecht, ya contaba en su historial con ser el único político que puede hacer ver a Juan Manuel Santos como un derroche de carisma. Esos candidatos solo le habrían ganado a Petro. Eliminados Ramos y Zuluaga, se inventaron una recocha para poner a Duque.
Otra mentira: no bastaba con ser el candidato de Uribe para ganarle a Marta Lucía. Y, mucho menos, a los demás que derrotó en primera y en segunda vuelta. Está ampliamente demostrado que el poder de Uribe no es endosable. Ha sufrido muchas derrotas entre otras, en Medellín y en Antioquia, en dónde es especialmente fuerte. Una cosa es Uribe, otra cosa son sus candidatos.
Duque ganó el espacio en el Centro Democrático, la consulta a Marta Lucía Ramírez y la presidencia porque tenía habilidades concretas para ganar en las campañas electorales de estos tiempos. Es hábil presentando diapositivas, encontró un par de palabras para ocupar un espacio en la discusión (“economía naranja”), tiene buen trato con las personas a su alrededor. Hay una faceta importante que conocí de Duque: es estudioso. Sé que le interesa revisar los temas y no le da pena preguntar. Al final de la campaña, noté su habilidad para memorizar muchos datos y encontrar respuestas estructuradas a cada tema. No es fácil. No sabría decir que hay en el fondo de esas respuestas, pero no desprecio esa habilidad y esa disposición. No sabría decirlo, entre otras, porque Duque no ha revelado una visión profunda, más allá de las respuestas bien armadas, de ningún tema.
El subpresidente Duque. Se repite, otra cosa, que el presidente es Uribe no Duque. Hasta donde uno puede ver, hay algo de cierto: es un secreto a voces, sustentado en varias fotografías, que Uribe se echó al hombro la discusión de la Ley de Financiamiento después de que Duque y Carrasquilla se metieron en un gran lodazal. En un ataque frontal al proceso de paz, Duque puso la cara para presentar las objeciones a la JEP. Mi impresión, a lo mejor ingenua, es que ahí había una imposición de Uribe. No creo que Duque pensara que eso podía avanzar y, aún peor, sabía que se sometía a un desgaste. Este perdido de entrada: no dejaba contento al uribismo radical que hubiera querido un ataque más frontal y estructural, y tampoco dejaba contento al resto del país que quiere que se implemente lo acordado y terminemos de pasar la página de las Farc.
Pero no estoy seguro de que sea cierto que, en realidad, la agenda de Duque es la de Uribe. Se necesitan mutuamente y ahí conviven pero, por momentos, parece que Duque quisiera superar la polarización que Uribe necesita. Por ejemplo, convocó a la Casa de Nariño a todas las fuerzas políticas después de la Consulta Anticorrupción. Más claro aún, en su discurso de posesión hizo de la “unidad” un eje importante, cobijado bajo el eslogan “el futuro es de todos”. En medio del gran huracán que hubo en Bogotá ese día, Macías lo puso en su lugar. Que no contara para eso con el Centro Democrático. Son gestos breves sin consistencia los de la independencia de Duque.
¿El poder para qué? El cliché: preguntaba entonces Echandía, ¿el poder para qué? Si los dos puntos anteriores tienen algo de cierto -Duque es un político con habilidades propias y, en algunos temas, es su propio jefe- la pregunta entonces es para dónde quiere Duque dirigir su presidencia. Y, ahí, no hay ninguna forma de responder. Ya la “economía naranja” no es el eje del discurso, la legalidad no es un proyecto de país y, por supuesto, aunque el mismo llama a la “unidad”, a encontrar lo “une a todos los colombianos”, no se ha ocupado de definir qué es eso exactamente. En su discurso del 20 de julio, en un largo recital de titulares – muchos de ellos con buenas intenciones-, tocó el punto más bajo: Duque, el candidato que había sido hábil estructurando respuestas de dos minutos para los debates, se volvió un presidente que recita respuestas estructuradas de dos minutos que, vistas en conjunto, no son una propuesta integral de desarrollo, de la política, de la vida, de nada.
Queda entonces en un mundo complejo: no puede satisfacer a casi nadie. Su misma gente, entiende que no tiene visión, ni siquiera la que ellos querían – destrucción total de la JEP, del acuerdo de paz y constituyente-. Así lo resume Fernando Londoño: “El Presidente Duque no tiene una idea prevalente, un objetivo esencial, un propósito que conmueva y apasione. Habla de todo, según el suceso del día y los vientos que en el momento soplen.”
Solo satisface a Duque a una tecnocracia burocrática que lo rodea. A los tecnoburócratas “la política no les importa. Son ministros, viceministros, altos consejeros, directores, asesores de cualquiera que esté en el poder. El fin es el poder.” El periodista Daniel Pacheco puso el ejemplo de la semana con la ministra Ángela Orozco. En medio de su gran fracaso técnico y ¿ético? en relación con la solución de la Ruta del Sol II, Pacheco recordó un tuit de Orozco de 2013, dirigido a Juan Manuel Santos: “Presidente el secreto de la felicidad es tener mala memoria? Por favor olvídese del Presidente Uribe! Siga adelante con su agenda”. Fue un tuit interesante porque fue Uribe que salió a defender a la ministra cuando voces desde todos los rincones piden su renuncia. Al contrario, la ministra, hace unos años, pedía olvidar a Uribe justo cuando este daba su pelea política más importante, la de impedir la paz con las Farc. La ministra, claro, antes de uribista, era santista, y antes, pastranista. Esa tecnoburocracia no le va a dar a Duque su visión política.
La levedad. La imagen lamentable, Duque, caminando en medio de un acto ridículo, sin interés y sin gente, gritando desde el Puente de Boyacá algo sobre la “unidad”. Se sintió leve, irrelevante. No sorprende, al fin y al cabo, Duque, también, antes de uribista, era santista, era samperista.