Terminada la batalla de Boyacá, Bolívar cogió para Ventaquemada, en donde se reunió con el general Santander que había llegado allí persiguiendo a los españoles dispersos. Allí pasó la noche. Al otro día, haciendo un reconocimiento de prisioneros, encontró entre ellos a uno que, cuando él (Bolívar) era gobernador de la plaza de Puerto Cabello, en 1812, se sublevó, como jefe de guardia que era del castillo de San Felipe, libertó a los prisioneros realistas y entregó el fuerte a Monteverde. Era Francisco Fernández Vinoni. Él nunca lo pudo olvidar, porque por la caída de esa fortaleza Miranda culpó a Bolívar del fracaso de la Primera República.
El vencedor de la batalla lo hizo ahorcar y siguió para Santa Fe.En 1825, Antonio Leocadio Guzmán, que entonces era su secretario en Lima, le contó a Bolívar que Vinoni no había sido traidor, sino que en esa rebelión fue desarmado por los rebeldes, hecho prisionero y encerrado en una celda del fortín. Guzmán terminó diciéndole:
—De modo que el pobre Vinoni murió por un error histórico.
Bolívar no quiso dar su brazo a torcer y se justificó, sin mucha convicción:
—¿Y no merecía la muerte combatiendo en Boyacá contra su patria?
Y no era contra su patria que combatía, pues Fernández Vinoni era canario.
Lo que contó Antonio L. Guzmán —para demostrar que su padre fue el autor de la rebelión de la fortaleza de San Felipe— aparece en una larga relación suya, inserta en “Documentos para la historia de la vida pública del Libertador”, tomo VI, de José Félix Blanco y Ramón Aspurúa, y que no se ha considerado en las biografías de Bolívar, en las cuales “el malo de Vinoni” es el traidor, como en el caso del “malo de Judas” de la historia que sabemos, y que no fue tal.
La fortaleza estaba bajo la comandancia del teniente coronel Ramón Aymerich. El subteniente Francisco Fernández Vinoni era jefe de la guarnición. El español Antonio Guzmán, exmagistrado militar de La Guaira, según su hijo, estaba preso en el castillo de San Felipe, con otras cinco personas también distinguidas del puerto (eran los únicos presos, no más de mil, como dice Mosquera). Guzmán se hizo amigo del carcelero del fuerte y portador de las llaves, el sargento español de apellido Miñano. Con él, alegando su calidad de patriotas españoles, tramaron la revuelta para devolver la fortaleza al rey. “¡Viva Fernando VII!”, fue la consigna para ejecutar la rebelión. Guzmán convenció a sus compañeros de prisión y Miñano a la mitad de los guardias. Aprovecharon la ocasión en que Aymerich había ido al puerto por un asunto de su cargo.
Estaba Fernández Vinoni conversando con unos oficiales frente a la cantina del fuerte, cuando se les acercó el simpático de Miñano y les ofreció un trago de ron. Dirigiéndose a su superior le expresó, señalándole su espada, en tono de broma:
“Esto es mucho lujo, capitán. Esta espada es nueva”. Haciéndose el juguetón, haló de ella y lo desarmó. Dio unos pasos atrás, amenazante, y gritó: “¡Viva Fernando VII!”
“Sonrióse Vinoni y sus compañeros —sigue Antonio L. Guzmán—, y, dando Miñano otros dos pasos atrás repitió su grito de “¡Viva Fernando VII!”, ya con seriedad y con voz airada. No era tiempo ya para que Vinoni y los otros se ocuparan de Miñano, porque su segundo grito era ya repetido por los presos dueños del cuerpo de guardia; más de media guarnición bajo cerrojo, y corriendo todos sobre Vinoni y sus compañeros para desarmarlos o salir de ellos.
“Vinoni fue encerrado con dos oficiales más, y ni ese día, ni en los siguientes hasta la rendición de la plaza, se incorporó a los autores y ejecutores de aquella reacción. Dónde, cómo y porqué quedara en las filas españolas, pues que apareció a las órdenes de Barreiro en Nueva Granada siete años después, entre los prisioneros de Boyacá, ni yo lo sé, ni creo que persona alguna lo ha sabido entre las que se han ocupado de escribir historias”.
Tras seis días de cañoneo del fuerte a la plaza y de esta al fuerte, Simón Bolívar, viendo que la población le era adversa, que no tenía municiones y que casi todos sus hombres, ante la inminente llegada de Monteverde, habían desertado, en un bergantín enrumbó a La Guaria y terminó en Cartagena, en noviembre de 1812, presentándose como “un hijo de la infeliz Caracas”.
El general Ducoudray Holstein, enemistado con el Libertador, en Memorias de Simón Bolívar afirma: “Algunos de los oficiales de Miranda, criticaron a Bolívar porque no había inspeccionado cuidadosamente a la guardia encargada especialmente de los prisioneros y porque él no había movilizado a tiempo a sus numerosas tropas y además no se había esforzado por someter a los prisioneros rebeldes, lo cual le hubiera sido muy fácil, pues según ellos, estaban desarmados”.
El final de Vinoni lo narra originalmente Elías Prieto Villate (cuyos padre y tíos fueron testigos y actuarios en la campaña libertadora) en sus “Apuntamientos”. Uno de sus tíos estuvo presente en el momento en que Simón Bolívar encaró al prisionero. Así lo interrogó: “Vignoni, ¿qué pena merece el jefe de una guarnición a quien se ha confiado la defensa de una plaza fuerte, y en vez de cumplir con su deber se vende al enemigo, entrega a sus amigos para sacrificarlos, quita toda esperanza a los que sobreviven, toma parte con los enemigos para inmolar a los rendidos y esclavizar su patria? Vignoni contestó: Señor, ser ahorcado…”
Y como se dijo arriba, Simón Bolívar hizo ahorcar a Vinoni, y siguió con su conciencia silbando para un lado, rumbo a Santa Fe.