Nunca, ni siquiera cuando era un joven que soñaba con ser campeón del mundo de bicimontañismo, a Egan Bernal le gustaron las cámaras. Le daba pena. Aunque era un enfermo por ganar le parecía que lo peor de combatir era posar. Por eso, cuando ganó el Tour de Francia, no pudo disfrutar del todo ver a sus espaldas el Arco del Triunfo. Quería llorar como lo había hecho dos días antes cuando se convirtió en el tercer colombiano en vestirse de amarillo. Quería llorar sin que nadie lo viera ni lo molestara. Llorar sirve para procesar, para asimilar. Nadie quiere despertar del sueño pero es bueno tocar el suelo con los pies.
Egan viajaba desde España a Colombia sin que en el aeropuerto lo esperara un camión de bomberos. A Egan lo que le gusta es que no lo jodan, que lo dejen tranquilo trabajar para seguir siendo el deportista con mayor proyección del mundo. Por eso se sorprendió cuando la azafata de Avianca empezó a hablarle a todo el mundo, a pedirle que brinden por el campeón. En el video Egan se ve nervioso. Es mejor ganarle a Allaphillipe subiendo en el Tourmalet que enfrentar a una caterva de fans en un avión.