Mientras hago la fila para intentar conseguir una cita para un colega de Pensilvania, un municipio al oriente de Caldas, una profe, casi en tono de súplica, pide atención para cardiología. La fría y lacónica respuesta de una mujer con tono seco, inhumano, casi mecánico es: “No hay, vuelva el otro mes”, y continúa con el siguiente turno dando por acabada la conversación. La atención no duró más de 30 segundos.
Casi al mismo tiempo pasa por mi lado Tatiana, una muy querida amiga de la universidad, a quien hace mucho tiempo no veía. Me narra que le sacaron un tumor de la cabeza, que la herida no cerró, que la tienen con una malla, expuesta a todo tipo de infecciones y que no le autorizan el nuevo procedimiento para aliviar su condición. Los dos casos y el tedio de la espera dan pie a que quienes están allí se atrevan a contar sus propias historias, sus propias tragedias.
Es una narrativa triste, dramática, deprimente, que va desde imposibilidad de acceder a radioterapia, pasando por no conseguir citas de gastroenterología, psiquiatría, nefrología, endocrinología, dermatología. Es un duro lunes y es una escena que se repite todos los días de la semana, en donde cientos de docentes, activos y pensionados deben someterse con impotencia a ver vulnerado su derecho fundamental a la salud y por ende a la vida. Una verdadera tortura.
Es martes 23 de julio, como corresponde, atendemos la convocatoria del sindicato para participar en la movilización por el pésimo servicio de salud. Su origen se pierde en el tiempo, pero empeoró desde que se le renovó el contrato a Cosmitet. Son las 9:05 a.m. y la Carrera 23b con Calle 67 en Manizales está repleta. Cientos de docentes se aprestan a arengar.
Como este punto hay otros más a lo largo y ancho del departamento con docentes de instituciones educativas públicas y sus familias, afiliados o beneficiarios, afectados o identificados con la causa, de todas las edades que se suman a la lucha dispuestos a marchar e incluso a irse a un paro indefinido. Los colegas conversan entre ellos, se cuentan sus tristezas y alegrías.
En medio de la marcha, se escucha un fuerte grito: ¡Abajo los pésimos servicios de salud de Cosmitet al magisterio de Caldas y del Eje Cafetero! Era Wilson, un veterano y activo dirigente del magisterio, quien a viva voz, con su mediana estatura y gris cabellera, armado con una mochila arhuaca al hombro y con todos sus años de experiencia, pone la batuta y da inicio formal al evento. Su entusiasmo contagia, se enaltecen los ánimos y se le suman más maestros. Con el pasar de los minutos, el fervor por la movilización crece, llega el sonido y con éste el micrófono. Es la oportunidad para que cada cual, a su manera, exprese la indignación propia y colectiva. Retumban las intervenciones, todas ellas dirigidas a denunciar el pésimo servicio de salud, todas ellas justas, cargadas de nostalgia y de rabia.
Termina un día extenuante y nos aprestamos para el siguiente. La cita es en el sector del Cable a las 9:00 a.m. y hasta allí llegan cientos de docentes. Los demás marchan hacia Pereira o La Dorada, todos bajo el mismo propósito, la misma bandera, el mismo clamor de que sea respetado su derecho a una salud digna.
Como en el día anterior, todo son ganas de lucha civilista, todo es empuje. Iniciamos la marcha, caminamos por la carrera 23 y bajamos por la calle 67 rumbo a la sede de Cosmitet. Son las 10:00 a.m., el sol es picante y se intercala con el amago de lluvia. Ni lo uno ni lo otro quita entusiasmo a la caminata, ni lo uno ni lo otro disminuye el número de participantes.
Sobre las 10:30 llegamos al punto de encuentro. No hay cansancio, sino muchos deseos de seguir la movilización. Se abre el micrófono y de nuevo cada quien expresa su malestar. ¡Abajo los pésimos servicios de salud de Cosmitet para el magisterio de Caldas y del Eje Cafetero! ¡abajo! ¡abajo! ¡abajo!, un grito unánime que llena el aire. Los unos están atentos, los otros conversan. El sol está en el punto más alto y así finaliza el día. Culmina el paro de 48 horas, pero mañana de nuevo estaremos en las aulas, llenos de expectativas porque la zozobra no para.
Finalizada la actividad, nos reunimos en una cafetería y comentamos lo que pasó. Estoy con Claudia, Edilsa y Giovanni, una mezcla de veteranía y juventud. En medio de un tinto, Edilsa nos comenta que el responsable de todo, además de Cosmitet, es el gobierno nacional, que tiene las mayorías en el Consejo Directivo del Fondo Nacional de Prestaciones Sociales del Magisterio, entidad encargada de poner en cintura a los prestadores de salud y que no solamente no hace nada, sino que les alcahuetea todo.
Al día siguiente nos llega la noticia de que se conformó una comisión de los tres sindicatos del Eje Cafetero, Cosmitet, la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo y la Personería. El objetivo, buscar soluciones a los problemas como la ausencia de oportunidad de citas para especialistas, la tardanza en la entrega de medicamentos y la falta de camas para hospitalización. Pero también se informa que una colega docente ha fallecido, como tantos otros, sin acceso a una efectiva y oportuna atención en salud. Se me estremece el cuerpo y me pregunto: ¿estamos ante una entidad prestadora de salud o ante una empresa dedicada a administrar el tránsito a la muerte?
En todo caso, solo nos queda una alternativa: seguir en la lucha.