"Mi madre vino a verme para que la acompañara a vender la casa" —Gabo, en Vivir para contarla.
Después de 35 años de vivir en Medellín, hacia donde un día debió trasladarse para educar a sus siete hijos en las mejores universidades públicas del país, Emilce Arteaga Flórez regresó al Bajo Sinú. Llegó, como siempre la he visto, con su andar ligero, a El Campano, una vereda de Lorica, esa que, como a manera de cliché solemos decir: "un día la vio nacer". Un pueblo bueno para vivir, a orilla del río Sinú, donde se conoce todo el mundo y en el que jamás ha habido una muerte violenta.
Llegó abriéndose paso entre los campanos y las trinitarias y se plantó frente a la casa que le dejaron los abuelos, donde me crie hasta los diez años. Entonces supo que había valido la pena irse, pero mucho más regresar para siempre. A sus 85 años y con ocho partos casi ininterrumpidos algo ha cambiado en ella, pero aún conserva la belleza de sus ojos que ahora se le ven más cargados de asombro. Guarda un luto modesto de su hermano Marco, fallecido el año pasado. Pero, en contraste, llegó con la alegría y el orgullo de haber cumplido su misión, y cargando en su maleta todo lo bueno de la cultura paisa.
La de Emilce fue una batalla gloriosa y que dio sus resultados, pues sus hijos, le supieron responder y ahora se dispone disfrutar de su gloria al lado de ellos, quienes se ha graduado de ingeniero químico, ingeniero geólogo, abogada, enfermera, licenciado, chef y periodista.
Hoy Emilce deja a Medellín con un amor ferviente de gratitud hacia los paisas que la admiraron y la acogieron como una de sus habitantes, siempre admirados por la verraquera de una mujer costeña que, como lo hubiera hecho uno de ellos, fue capaz de dejar atrás su tierra natal solo por el deseo materno de que sus hijos se superaran. Y de verdad que lo logró. Al Bajo Sinú regresa a disfrutar de su gloria.
En Medellín Emilce deja, por lo pronto, los restos de mi padre Santander Guzmán Fabra, comerciante de Montería. Un padre ejemplar pero al que siempre evoco como alguien solitario y siempre falto de amor. Un comerciante de los que en Montería se levantaban a las cuatro de la mañana con los primeros gallos para hacer el mercado y surtir el restaurante antes de que sus hijos se fueran para la escuela y llegara la clientela.
Así que ahora Emilce ha vuelto, regresa feliz y sin ningún motivo para arrepentirse de ese vuelco que hace 35 años le dio la vida. Al contrario, está feliz de haber superado y, por qué no, sobrevivido a los años más difíciles de la violencia en Medellín, a la ola de atentados que estuvo a punto de acabar con esa gran cultura paisa. Más meritorio aún en el caso de Emilce que había llegado con la bruma de la mujer de provincia.
Bienvenida Emilce, regresas a disfrutar de tu gloria y de tus siete hijos, nietos y bisnietos, a quienes no nos alcanzará la vida para agradecerte el habernos traído al mundo y, al lado de Santander, habernos hecho nuevos seres humanos.
Sé que no eres la única madre que ha hecho todo esto por sus hijos, pero estoy seguro que ellas también te aplauden porque se verán representadas en ti, y tú en ellas.
Hoy más que nunca compruebo que Úrsula Iguarán no fue un invento de Gabriel García Márquez sino la personalización objetiva de lo que son capaces las mujeres y madres costeñas como Emilce. Total gratitud, vieja Emilce Abrazos.