Ya he escrito algunas notas sobre el tema del Petronio y nuestras fiestas patronales en el Pacífico y el Chocó fundamentalmente, en donde se pueden apreciar las dimensiones que otorgo a nuestras danzas, músicas y festivales del Chocó biogeográfico. Esta vez deseo dar continuidad a lo que constituye para mí una contradicción y quizá un contradiscurso, si no lo repensamos, de cara a nuestras luchas y realidades sociales, culturales, territoriales, ambientales y políticas. Debemos interrogarnos en qué medida la danza y música pazcífica está acudiendo o está desarrollándose con fundamento político libertario, toma de consciencia, y sirve para reproducir un ideario autonómico, o si respondemos al lugar del violinista, imagen reiterada en el cine afro, que, ante el dolor de las ventas, separaciones familiares, violaciones y la esclavización, musicalizaban el desarraigo, naturalizando un status quo no por voluntad propia sino seguida la orden del deshumanizado esclavócrata. Vale preguntarnos, ¿entonces seguiremos solo musicalizando y danzando nuestras desgracias y llenando los bolsillos de una clase valluna que nos desprecia?
Tenía 17 años cuando escribí Anhelo campesino, una canción a ritmo de currulao que retrataba la vida del campo colombiano impuesta por el desarraigo y la vulneración sistemática del Estado y la opresión militarista por parte de los grupos al margen de la ley llamados de extrema derecha o extrema izquierda. Distinciones inocuas quizá, al menos en lo reciente de nuestra historia las apuestas de los armados siguen confluyendo en la permanencia de la élite heredera esclavista y colonial en el poder. Sus acciones terminan eligiendo presidentes. La canción, que concursaría en el Petronio Álvarez, retomaba las voces aprendidas en los cursos de historia, lo que ofrecían los medios de comunicación y la reflexión sobre la vida propia de un chocoano que no se lee como urbano, que sí rural, aunque haya crecido en Condoto, en lo que para muchos y muchas es el casco urbano. Por supuesto, no era ni la primera ni la última canción que sonaba en el Petronio Álvarez alusiva al tema del conflicto, el extractivismo, el anhelo de vivir sabroso, la identidad y otras cruentas cotidianidades y filosofías de las comunidades de pensamiento oral libertario.
En este sentido, por un lado reconocemos en nuestra música y nuestra danza capacidades históricas, no connaturales, sí históricas, sociales, culturales y contextuales, pero actualmente desarrollada en el marco de una contradicción al ser objeto del mercado y la industria de la cultura. Muy rentable para las élites que desprecian a la población afrocolombiana, en este caso. Aunque son más de 20 años de denuncias a través de las músicas y danzas de nuestro Pazcífico, el interés de estos poderes sigue siendo colonial y extractivista. La toma de conciencia por parte de los petroneros mayoritariamente permanece en la misma lógica, puesto que no se consolidan esas posibles redes de solidaridad ante la cruenta realidad o tendremos que profundizar más en la objetivación de esta. De otro lado, llama la atención las razones por las que un Festival de esta magnitud no logre posicionar nuestras músicas, sino en momentos festivos. Son pocos los casos exitosos: Chocquibtown y Herencia de Timbiquí, quienes no necesariamente se mantienen e impulsan la autoctonía y responden a lógicas de la misma industria. Por supuesto, estoy muy de acuerdo con un comentario que hacía uno de sus integrantes, Slow Mike: mantenerse exitosamente en esta industria es de alta complejidad. Es el reto de las y los artistas de gran talla en el mercado. En este sentido, el Petronio pocamente construye capacidades, en el sentido de Nussbaum. ¡Cuánto talento! El que se despliega en este festival. ¿Cuántos grupos musicales sobreviven la fiebre del Petronio y las fiestas patronales? ¿Cuáles son las políticas del Ministerio de Cultura y las entidades de Cali y la región dedicadas la dignificación de estas músicas y danzas o a la consolidación de proyectos que permitan a músicos y danzantes en dignidad de este talento? En conversaciones con el Maestro Epifanio Marmolejo, a quien conocí esta semana por casualidad, analizabamos sobre estos menesteres. Me sorprendió la respuesta a la pregunta de cuántas veces se ha presentado el Grupo Saboreo en Quibdó. Sin dejar de mencionar que el acceso al Petronio hoy tiende más a una clase media colombiana y afroprivilegiada por los altos costos de los productos dispuestos para el consumo. No es un secreto que la mayor parte de las familias del Pacífico no pueden disfrutar de este espacio y de sus delicias como tendría que ser.
De otro lado, volviendo a la invitación central del texto, desde los años 90 el Chocó biogeográfico experimenta con mayor radicalidad las inclemencias del conflicto armado; antes bastaba con el racismo sistemático, el extractivismo y la violencia de los gobiernos colombianos. Ambas dimensiones del destierro ampliamente denunciadas desde las musicalidades y danzas afropazcíficas, cayendo, para mí, en la naturalización de las violencias. Seguir la línea del violinista en el momento actual no es lo propio para pueblos que están siendo masacrados, asesinados, desterrados, despojados, deshumanizados, etc. Permanecer bajo esta lógica de la industria de la cultura, perpetúa un silencio unísono de alto volumen que se congracia con los armados y las élites que se llenan los bolsillos con esta contralógica del despojo y el mantener las heridas coloniales. Al mismo tiempo, ellos y ellas, el nosotros, reconocerán en estas comunidades desgarradas, el ellos o ellas o ustedes, los otros, su capacidad para experimentar el dolor y enfrentarlo con el canto y la danza. Pensamiento poco diferenciado de los relacionamientos entre esclavistas, mercaderes y esclavizados/as, ante la mirada del violinista.
De este modo, para concluir, estimo muy conveniente que el gremio de artistas del Pazcífico o Chocó Biogeográfico participante del Petronio Álvarez debe sentar un precedente contra los asesinatos y el destierro en nuestras comunidades. Esta versión del Petronio puede ser la inauguración de un movimiento artístico nacional por el vivir sabroso, una big band contra el desombligamiento. Estamos indudablemente frente a un ecogenoetnocidio el cual no podemos permitir que lo oculten ni que le den continuidad. No podemos seguir pensando que “los líderes sociales” son un abstracto y están distantes de lo que somos, como nos han enseñado los medios de comunicación y los políticos. No podemos esperar el número siguiente de cada día o nuestro turno pues, el sistema es dinámico y se mueve en espiral atacando la condición, no de líder social sino la condición de condenado de la tierra que instituyó la invasión-colonización-esclavización-explotación. En nada implica alguna acción que atente contra la cultura, antes por el contrario, acciones que sigan dotando de sentido crítico nuestras saberes artísticos y alimenticios que modelan en el Petronio. Acordar un coro de sensibilidad entre artistas y petroneros. Estamos en un momento clave y determinante para enviar un mensaje al país y al mundo, sobre todo ratificar que nuestras vidas nos importan y que nos solidarizamos con las hermanas y hermanos que defienden las vidas, los ríos, las selvas, los territorios, acceso a la tierra, los derechos humanos, las culturas, etc, el vivir sabroso. El mejor arpegio, coro, acorde, nota, afinación o mambo que podemos hacer quizá deba ser el de la preservación de la vida, el clamor por el vivir sabroso. Las y los petroneros pueden sumar a sus coloridos trajes y looks, pañuelos o camisetas bajo este mismo coro-clamor. ¿Y si todos nos vestimos de no más asesinatos contra los líderes y lideresas, contra el destierro en el Pacífico y en Colombia? En momentos actuales resulta a veces difícil distinguir entre la resistencia resiliente y la instauración en la psiquis, aceptación, del así son las cosas aquí. La desesperanza, una huella determinante del triunfo capitalista neoliberal.