Es inevitable que en aquellos espacios donde se debate sobre el cuidado del medio ambiente, la naturaleza y las consecuencias del cambio climático no se encuentren argumentos y movimientos que abogan por la disminución e incluso abstención de reproducción en el ser humano, ofreciendo como puntos básicos la gran cantidad de desechos contaminantes que un ser humano promedio produce a lo largo de su vida, además de la huella de Co2 que una persona exhala diariamente que puede rondar entre el kilo y medio aproximadamente.
Pero el dilema de la contaminación humana no termina ahí, pues la producción de alimento para el ser humano tiene grandes implicaciones en la atmósfera, con la producción de gas metano de las ganaderías y los demás gases de efecto invernadero producidos por las industrias, se han elevado a niveles impensables los daños atmosféricos y de la calidad de aire en el mundo, generando un aumento acelerado de las temperaturas terrestres lo que conlleva serios daños para el ecosistema y variaciones catastróficas en el equilibrio estacional.
Pero, ¿es la solución pertinente y más adecuada dejar de reproducirnos para salvar el planeta? Mucha polémica se ha levantado sobre esta posibilidad, con el aumento desmedido del crecimiento poblacional en los países de economías débiles o en desarrollo, dejar de reproducirnos pareciese ser una vía razonable para, además de disminuir la contaminación, contribuir a la reducción de la pobreza, pero muchos otros analistas y expertos se han levantado contra el argumento de la no reproducción y con fuertes declaraciones, que para muchos no son más que teorías de conspiraciones alocadas, se han enfrentado incluso a políticas de gobierno.
Estos contradictores afirman que la teoría de dejar de reproducirnos para salvar el planeta no es más que una imagen publicitaria para convencer a la población para que no se reproduzcan, logrando aquello que han buscado por años: acabar con las esferas más bajas de la sociedad, dejándole espacio y recursos de sobra a los altos estratos altos del mundo, acabando con las olas migratorias, las revoluciones, las protestas por los derechos laborales y apoderándose lentamente de todas las tierras que estos vayan abandonando al acabar sus descendencias.
Se basan así mismo para fortalecer su argumento en acciones llevadas a cabo por algunos gobiernos como la esterilización forzada de mujeres indígenas, la sumisión en pobreza absoluta de los países africanos e incluso la aparición de ciertas enfermedades como el VIH/SIDA, el cual para ellos fue un instrumento de exterminio introducido en países africanos sin conocimiento en prevención sexual, y así disminuir drásticamente la población.
En ese orden de ideas, estos individuos se preguntan: ¿a quién le beneficia que los pobres dejen de reproducirse? Al planeta podrían responder los eco activistas, pero ¿qué sentido tiene que alguien no tenga un hijo para evitar emitir esa contaminación, cuando las grandes firmas petroleras, mineras y de industria inauguran instalaciones que emiten diariamente la contaminación de 100 millones de niños? Incluso han llegado a afirmar que el apoyo de la homosexualidad y la diversidad sexual por las grandes empresas mundiales no es más que un impulso más en la disminución de la reproducción humana.
Así, entre los que defienden el no reproducirse para salvar el planeta y los que afirman que es un plan para deshacerse de los estratos medios y bajos del mundo se mueve la contienda argumentativa de este tema que acciona durante la marcha. Mientras tanto, la ONU lanza alertas sobre la fecha de caducidad del planeta y el número de esterilizaciones voluntarias crece de manera acelerad. Parece ser que el lector es quien tiene la última palabra, pues en este mundo donde abunda la información aparentemente estamos totalmente desinformados.