Lo que la guerra calla
Opinión

Lo que la guerra calla

Las mujeres evitaron su llanto, lo escondieron, y terminaron por olvidar. En Colombia, millones de ellas aún contienen su llanto

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julio 14, 2019
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“La guerra huele a hombre”, confesó Klaudia, la francotiradora. No se equivocaba. Aunque el ejército soviético contó con más de un millón de mujeres en sus filas, es extraño -y escaso- conocer testimonios femeninos de lo que sería el mayor fracaso de la humanidad en el siglo XX: la Segunda Guerra Mundial. En efecto, la historia oficial de las guerras humanas está repleta y circunscrita a un relato que incluye las hazañas, trofeos y conquistas de sus líderes hombres; así como la disputa del gran trofeo viril por antonomasia: la figurilla del vencedor. Sin embargo, pareciera quedar pendiente la versión de millones de voces de mujeres que sintieron de forma distinta las guerras y que han sido silenciadas por el discurso de los himnos, de las patrias y de las valentías masculinas.

Es por esto que los conmovedores testimonios incluidos en “La guerra no tiene rostro de mujer”, escrito -y deliberado por décadas- por Svetlana Alexiévich, premio nobel de Literatura en 2015, configuran un texto necesario de consulta y aproximación al fenómeno milenario de la guerra. (Ella se concibe a sí misma como una historiadora del alma). Con entrevistas a más de 500 mujeres, Alexiévich logra trazar la diferencia abismal entre los efectos de la guerra para un hombre (ampliamente conocidos y reiterados) y las formas y fondos en que ese fenómeno transforma y desmantela a las mujeres. Los cientos de entrevistadas que aceptaron el reto de revisar el relato soviético sobre la segunda guerra, incluyen a diferentes personajes femeninos que confiesan -en su mayoría- la ceguera a la que las llevó la falsaria religión del patriotismo. La engañosa voluntad que crea la patraña histórica de preferir las ideas del hombre a su vida.

Enfermeras, pilotos, cocineras, partisanas, instructoras sanitarias, entre otras muchas más profesionales afines a la guerra, narran el ocaso de sus vidas que trajeron los años de la muerte, y de cómo comprendieron la violencia como la renuncia a su propia humanidad. La mayoría callaron por décadas y prefirieron dejar a sus maridos, hermanos e hijos contar las aventuras y heroísmo de un puñado de hombres fantásticos y rutilantes. (Nuestro consuelo varonil, al fin y al cabo). Pero para las mujeres fue distinto. Sus recuerdos, ni siquiera aliviados por la generosidad del tiempo, están atravesados por la pérdida inimaginable de su condición de mujer que acarrearon las siniestras imágenes que tuvieron que presenciar y en muchos casos protagonizar. “Matar es más difícil que morirse”, confirmó con pesadumbre la escritora.

 

 

 

“La guerra no tiene rostro de mujer”,
escrito por Svetlana Alexiévich, nobel de literatura 2015
es un texto necesario de aproximación al fenómeno milenario de la guerra

 

 

El sufrimiento que muchas de estas mujeres padecieron no solo fue provocado por la guerra en sí sino por algunos efectos y circunstancias emocionales que hacían que para ellas todo fuera más difícil. En muchos casos, aparte de sentir la natural vejez de sus almas que trae presenciar la muerte de miles de prójimos, tuvieron que usar ropa interior masculina y uniformes de hombres, que les privaba del placer de vestir sus cuerpos con prendas que les correspondieran y las identificaran como eran. (Algunas usaban aretes a escondidas para dormir, para recobrar por un instante su derecho a cierta vanidad). Además, el tener que compartir su cotidianidad con hombres, en muchos casos acostumbrados a la violencia como única alternativa posible de interacción con los otros, las convirtió en víctimas de violaciones, abusos y menosprecios, que quisieron ser justificados por los tiempos que se atravesaban. Los corazones se les llenaron de cicatrices, afirmaba Aleksandra, la teniente. Desde siempre -y el texto de la escritora bielorrusa lo confirma- el cuerpo de la mujer ha sido el botín preferido de los hombres en la guerra. Amigo o enemigo, siempre y cuando fuera un cuerpo femenino.

No obstante, lo más doloroso de leer fue la relación anómala de cientos de mujeres con el llanto, al cual evitaron, escondieron y terminaron por olvidar. Llorar significaba la interrupción de la tenebrosa puesta en escena que es la guerra. “En la guerra la ternura está prohibida” afirmaba Apolina, la jefe de una sección antiminas y con esas breves palabras reflejaba el aturdimiento que atraviesa la humanidad en los días de la violencia. Muchas mujeres en la Rusia de los comunistas y de la caída del muro de Berlín, contuvieron el llanto y solo con la llegada terapéutica de las preguntas de Alexiévich, por fin dejaron que brotara por sus vidas. Las lágrimas también traen consigo la verdad.

“La guerra no tiene rostro de mujer”, por supuesto, no se trata de un libro simplemente fascinante, durante muchos pasajes la presión en el pecho que traen sus palabras, es insoportable. Sin embargo, su capacidad para develar la realidad de la guerra desde la óptica de las mujeres, es inmejorable y vigente, sobre todo en un país que insiste en considerar que algo bueno o provechoso trae consigo la penosa estupidez de la guerra. Colombia, ese lugar fatídico donde millones de mujeres aún contienen su llanto.

@CamiloFidel

 

 

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