Tengo para contarles que fuimos tres abogados que lo salvamos del carcelazo en el régimen del Estatuto de Seguridad del presidente Turbay Ayala y el ministro de Guerra Luis Carlos Camacho Leiva y a nosotros aludió al llegar a Ciudad de México libre y sano.
La cosa fue que un coronel le contó al magistrado Heriberto Serna Botero, este al abogado Clímaco Giraldo Gómez y este a mí, los tres conservadores imagínense ustedes. No obstante que siempre he sido de derecha, militante de la Ley y el Orden, repudiaba los excesos cometidos en nombre del tal Estatuto. Por algo se hicieron famosas las caballerizas de Usaquén.
De inmediato convoqué al periodista y amigo Iader Giraldo y a García contador de la Editorial la Oveja Negra del renombrado para mal José Vicente Kataraín, para entonces editora de gran parte de la obra de quien todavía no era Nobel, a la cafetería de la Librería Nacional de la carrera séptima con calle 17 de Bogotá y le dimos el encargo de poner sobre aviso a García Márquez sobre los pasos de animal grande que iban tras de él.
García Márquez le contó al contador García que en ese momento caía en cuenta de la presencia de personal de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado adelantando trabajos de nunca acabar, destacamento bajo disfraz que en realidad lo que hacía era mantenerlo vigilado. Como pudo, García Márquez puso pies en polvorosa y tomó un avión a México donde en la práctica se avecindó, a las proximidades de su amigo Fidel Castro, individuo este que tantos daños irreparables le ha ocasionado a Colombia.
En agradecimiento García Márquez me hizo saber a través del contador García que me haría llegar todas sus obras con dedicatorias y autógrafos. Y hasta el sol de hoy, de mañana y de siempre porque ya Gabo está hecho cenizas.