¿Qué Bogotá queremos?

¿Qué Bogotá queremos?

"Llegó la hora de decirle adiós a las mafias, a la ciudad pensada para la exclusión y represión. Es momento de demostrar que la capital es plural, cultural e incluyente"

Por: Carlos Alberto Hernández Serna
julio 12, 2019
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
¿Qué Bogotá queremos?
Foto: Leonel Cordero Chávez

En tiempos donde se impulsan “cantos de sirenas” en campañas políticas dirigidas a la promoción y continuación de la privatización de los servicios públicos en la Ciudad de Bogotá, la profundización de la violencia estructural y la represión, se hace necesaria la construcción de una fuerza social que detenga el clientelismo, la corrupción y la miseria, debemos plantearnos entonces: ¿qué es la ciudad?, ¿qué ciudad tenemos?, ¿tenemos derecho a nuestra propia ciudad? y ¿qué ciudad queremos?

Cuestionarnos sobre este tema es poco común pero de vital importancia a la hora de hablar sobre derechos y bienestar, y más en el momento actual de Bogotá, con una pésima gestión del alcalde Enrique Peñalosa, que reprodujo más desigualdad, represión e indiferencia administrativa para los sectores más vulnerados. Todo esto invita a reflexionar en que es momento de pensarnos la ciudad como un derecho, ¿pero pensarnos la ciudad de esa forma es posible?

En el año 1968, un sociólogo francés llamado Henri Lefebvre estudió el modo de producción social y económico existente y puso como centro de análisis un territorio en tensión: la ciudad moderna. Para nuestro autor, dicho espacio responde a un proceso de industrialización, por ende, tiende a concentrar los medios de producción y de mano de obra en un espacio limitado para la ejecución y acumulación de capitales; en ese sentido, la ciudad en el contexto capitalista se puede evidenciar una tensión entre la realidad urbana y la realidad industrial, haciendo una clara distinción entre hábitat y habitar, es decir, el lugar donde se aloja y el lugar donde se vive. En el marco de esa tensión de este interesante espacio, podemos encontrar urbanización desurbanizada, producto de ese desarrollo de industrialización-urbanización, es decir, una contradicción en tanto existe un crecimiento cuantitativo del espacio sin un crecimiento cualitativo adecuado para los seres humanos.

Dicha caracterización de la ciudad nos hará entender todo el proceso de expansión necesaria de la ciudad moderna para su función de producción y acumulación, pero también va a visibilizar los atropellos en el marco de la expansión que sufre la clase trabajadora, la cual es víctima de la segregación en la ciudad. Entonces dicha ciudad discriminadora pertenece en últimas a unas lógicas de acumulación de capital cultural, económico, simbólico y espacial, es decir, el uso mercantil de la ciudad. En esa realidad concreta y de la mano de Lefebvre surge una perspectiva política de dignificación de la vida urbana, el derecho a la ciudad.

¿Qué es la ciudad?

Continuando con la obra de Lefebvre, David Harvey, un gran geógrafo británico, en el año 2013 publica su libro: Ciudades rebeldes, del derecho a la ciudad a la revolución urbana. Allí Harvey nos aporta en la comprensión de este derecho, nuestro autor, citando las palabras del sociólogo Robert Park, parte de la siguiente premisa para definir la ciudad:

“El intento más exitoso del ser humano de rehacer el mundo en el que vive de acuerdo con el deseo más íntimo de su corazón. Pero si la ciudad es el mundo que el ser humano ha creado, es también el mundo en el que a partir de ahora está condenado a vivir. Así pues, indirectamente y sin un sentido nítido de la naturaleza de su tarea, al hacer la ciudad, el ser humano se ha rehecho a sí mismo”.

En ese sentido, Harvey nos plantea que la cuestión de qué tipo de ciudad se quiere no puede estar separada de qué tipo de lazos sociales, relaciones con la naturaleza, estilos de vida, de tecnologías y valores estéticos se desean; el derecho a la ciudad es más que la libertad individual de acceso a los recursos urbanos; es la capacidad de cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad; este derecho también requiere fundamentalmente de un poder colectivo para transformar los procesos de urbanización, por lo que es un derecho colectivo y no individual; a manera de reflexión, el autor nos invita a la libertad de hacer y rehacer la ciudad, transformándose a su vez la ciudadanía, ya que es uno de los derechos más preciosos, pero también uno de los más descuidados, entonces en toda esa crisis económica, social y política en la ciudad excluyente, debe surgir un movimiento que se oponga a ese modelo, para la búsqueda de su ciudad y la creación de mujeres y hombres urbanos nuevos, como proceso social y revolución urbana.

¿Qué ciudad tenemos?

Si estamos de acuerdo con la lucha por este derecho en la ciudad de Bogotá, tendremos entonces que hacer un esfuerzo por caracterizar nuestra ciudad, lo que se nos vulnera, la funcionalidad que Bogotá tiene no solo para sus pobladores, si no para el país y el mundo en general; si hacemos dicho ejercicio entenderemos a una ciudad capital que pertenece a uno de los países periferias de la macroeconomía mundial, donde la labor principal de la región es la extracción de materias primas y la producción de mano de obra barata; además, pertenece a un país que lleva más de 50 años en un conflicto social y armado, lo que siempre ha generado una migración acelerada debido a poblaciones víctimas del desplazamiento forzado, un indicador importante (pero no el único) para entender en cierta medida la informalidad laboral, que genera en últimas grandes ejércitos de reserva “desocupados” dispuestos a trabajar por salarios indignos y asentarse en las periferias de la ciudad.

En dicho contexto se ha desenvuelto el proceso de expansión en la ciudad, bajo un proceso de urbanización en perspectiva de centro y periferias, además, teniendo en cuenta la característica de ser una ciudad capital, en su centro no solamente está acumulado el capital económico, cultural y simbólico, sino, además, es allí donde se toman todas las decisiones del país. En general, podríamos decir que en Colombia no se mueve un puerto, no se implementa una ley, no se reestructura la economía de una región específica, no se realiza una acción del orden nacional sin que pase por enterado ese centro de poder político que se ubica en Bogotá, y donde principalmente opera uno de los sectores económicos más importantes del país, el capital financiero.

¿Tenemos derecho a nuestra propia ciudad actualmente?

Una alcaldía que se autodenomina “impopulares pero eficientes”, como la del alcalde Enrique Peñalosa, da un mensaje de fondo: no le importa la opinión de las y los bogotanos. Cuando la ciudadanía exige una movilidad digna, exigen la protección a los árboles en sus parques, en últimas no están exigiendo el derecho a la “movilidad” ni el derecho al “ambiente en sus parques”, están exigiendo en últimas el derecho a la Bogotá que desean, es decir, el derecho a la ciudad.

Si la ciudadanía no comparte la gestión de esta alcaldía, lo que la lleva a la impopularidad, pero aun así se autodenominan “eficientes”, lleva a que en la gestión pública se apruebe y justifique proyectos tales como la compra de la flota contaminante más grande de américa latina con la terquedad además de iniciar el proyecto TransMilenio por la Séptima, ignorando la opinión de la población aledaña a esta importante vía, las preocupaciones de algunos concejales y académicos con respecto a las afectaciones que tendría la obra.

A lo anterior hay que sumarle la creación de un metro elevado sin estudios, con impactos urbanísticos completamente negativos y con menor capacidad de transporte, creando en últimas un proyecto nefasto que no ubica la perspectiva de una red de metro, sino un tren alimentador de buses de Transmilenio; esta forma de ver la movilidad nos lleva a preguntarnos: ¿Cuál es la obsesión con favorecer ese sistema de transporte? Esta alcaldía ignora que la ciudadanía rechaza el TransMilenio puesto que es un sistema con el cual hay una inconformidad justificada, es denigrante el servicio tanto para los usuarios como para las personas que trabajan ahí, donde las condiciones laborales cada vez son más precarias, es un sistema de transporte caro, incómodo y obsoleto y para el colmo de males, el 95% de los ingresos lo reciben mafias que se lucran con la vulneración de un servicio masivo que debería ser público puesto que hace parte de la composición misma de la ciudad.

Que pensar también de la tala indiscriminada de árboles y la amenaza a la estructura ecológica más importante de la ciudad con la intención de construir el “sendero de las mariposas” además de tener que intervenir un espacio el cual la comunidad de Fucha ha recuperado en estos últimos 10 años, todo esto no es algo nuevo, la clase política que representa el alcalde siempre ha sido enemiga del ambiente impulsando los ecocidios; Desde los años 70  se presentaron luchas de oposición en una serie de barrios de la zona oriental de la ciudad contra el intento de construir todo un circuito vial que les iba a expropiar terrenos, denominada la avenida “los cerros”, esa resistencia de los pobladores generó que el gobierno de López Michelsen no lograra impulsar, como se tenía pensado el proyecto en las zonas donde afectaría a sus pobladores, ese fenómeno de resistencia y apropiación del espacio por parte de los pobladores fueron muy importantes; y ahora en el POT que quiere presentar el alcalde Peñalosa se tiene la intención de construir 600 hectáreas de urbanización sobre los cerros orientales, en últimas, lo que está en juego es el tipo de relación con la naturaleza que queremos para nuestra ciudad.

En mi opinión, esta alcaldía es impopular no solo porque no escuchan, sino porque su forma de ver el gobierno en la ciudad no está pensada para los sectores populares, pero son eficientes porque la ciudad que esta administración ha logrado, está diseñada para el clientelismo, el enriquecimiento por medio de los contratos, para ver realmente la gobernabilidad como oportunidad para favorecer a los consorcios inmobiliarios y de transporte que le financiaron la campaña política a Peñalosa, este personaje que gobierna para vender buses obsoletos y favorecer a Volvo;  tiene una ciudad pensada para los dueños de grandes capitales, pero jamás pensada para las grandes mayorías de esta ciudad, en ese sentido, ese derecho a la ciudad que tenemos todas y todos los bogotanos, lo estamos perdiendo, y se lo está quedando esa clase politiquera.

¿Qué ciudad queremos?

Recuperar a Bogotá para las mayorías en clave de derecho a la ciudad no solamente es tener una alcaldía que garantice el acceso a los recursos urbanos, es también dar la posibilidad de que la ciudadanía sea partícipe directa de la construcción de la ciudad que desea, de que pueda transformar su espacio social y se pueda transformar a sí misma, materializando esa ciudad  en vida digna, justicia social, respeto de las estructuras ecológicas, una ciudad pensada en últimas para la paz y la convivencia; si buscamos una democracia participativa en la ciudad de Bogotá para las mayorías, necesitaríamos una alcaldía no solamente que “represente” si no que venga realmente de los sectores populares, con identidad de clase, que la ciudadanía sepa que no es un político o política la que les representa, sino que es una alcaldía en movimiento y construcción constante  con las y los bogotanos, así y solo así podremos disfrutar del espacio urbano y de una vida digna al alcance de nuestros sueños, una Bogotá viva.

Las y los bogotanos tenemos que pensarnos otra forma de ver los espacios en nuestra ciudad, reflexionar cómo vemos la calle, por ejemplo, ese espacio que cada vez va perdiendo vida, asociado nada más a la circulación, al consumo o la inseguridad; aprender de algunos sectores populares, de las mal llamadas “periferias” de nuestra ciudad donde la calle es un espacio de muchísimo valor y vida, la gente genera cosas que tienen una potencia brutal para generar lazos comunitarios, desafiar las lógicas que se les ha impuesto y en cierta medida, resignificando su territorio para la resistencia y a la ofensiva de la transformación de esa indigna realidad, debemos aprender de los procesos ambientalistas, de género, educación y fútbol popular que están ubicados en zonas como Usme, Ciudad Bolívar, San Cristóbal, Suba, etc.

Me emociona la correlación de fuerzas existentes en Bogotá para la ofensiva. Por ejemplo, actualmente se consolida la coalición por Bogotá, donde se encuentran ciertos personajes pensándose la ciudad desde las y los de abajo, agrupando además convergencias ciudadanas compuestas por colectivos sociales de todo tipo y en el marco de esa convergencia comenzar a disputar un poder popular en la alcaldía y Concejo de Bogotá, que sea esa fuerza social la que se pueda seguir fortaleciendo para y por el derecho a la ciudad.

Llegó la hora de decirle adiós a las mafias, a la ciudad pensada para la exclusión y represión. Es momento de demostrar que la capital es plural, cultural, incluyente, solidaria y democrática. ¿Te animas a luchar por tu derecho?

Bibliografía

Harvey, D. (2013). Ciudades rebeldes: del derecho a la ciudad a la revolución urbana. Ediciones Akal.

Lefebvre, H. (1973). Derecho a la ciudad. España: Ediciones península.

 

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