España regresa a jugar en las grandes ligas europeas con Josep Borrell que ha sido designado mandamás de la Política Exterior europea. Uno de los cinco cargos más apetecidos tanto por su peso político como por la exposición que tiene en los medios. Es un político catalán de 72 años. No posee títulos nobiliarios. En su pueblito Puebla de Segur, Lleida, sus padres tenían una panadería artesanal. Su infancia fue muy difícil, pero feliz por los desvelos y el coraje de su madre. Eran los años 50, tan difíciles en toda España —con cartillas de racionamiento—, que había quedado postrada por la espantosa y sangrienta guerra civil. Años donde Franco todo lo copaba e incluso salía bajo palio con los altos jerarcas de la iglesia católica, se sentía un enviado de Dios y heredero de los Reyes Católicos y se autoproclamó ‘Caudillo de España por la Gracia de Dios’, epígrafe que estaba impreso en la peseta española. Reinó cuarenta años sin que nadie le protestara, al contrario lo aclamaban. En España únicamente se hablaba el castellano, los demás idiomas estaban prohibidos y nadie mentaba la palabra ‘independentismo’. Simplemente lo fusilaban o moría a garrote vil. El último ejecutado con esta máquina tan macabra fue Salvador Puig en 1974, un año antes de morir Franco. Muerto Franco, todos los políticos saltaron a la escena proclamando que habían sido opositores al Régimen.
Por entre todos estos vericuetos se abrió camino José Borrell. Inmenso en su trayectoria vital, la del hombre que se formó en convicciones firmes, sintiéndose comprometido con la vida, para sí y los demás. Sabiendo —como dice Fernando Savater— que el individualismo no tiene por qué ser opuesto a una visión social de las cosas. Ha sabido educarse, ansioso por saber, pisó un kibutz en Palestina y se hizo ingeniero aeronáutico y economista. Acepta los desafíos con audacia. En su pueblo natal participaba cada año en el descenso por el río Noguera Pallaresa, que se hace en una balsa de troncos, con un palo como timón. España es rica en sus tradiciones folclóricas.
La tarea que le espera en Europa está llena de desafíos. Es un acérrimo defensor del proceso de integración europea. La verdad es que no hay moros en la costa que puedan poner en peligro este proceso. Lo del Reino Unido estaba cantado desde hace muchos años, por la peculiaridad del carácter británico. Por tal motivo no se justifica tanto aspaviento alrededor del Brexit. Ya Charles De Gaulle se opuso en los sesentas al ingreso inglés, cuando solicitó ser admitido. Nadie lo escuchó. Escocia y Cataluña plantean una separación, pero defienden su presencia en la UE y aceptan el euro. Populistas como Salvini y Le Pen ya no hablan de hacer rancho aparte sino de modificar el modus operandi de algunas políticas. Los países de Europa de Este están encantados en Europa, sus problemas provienen de sus políticas internas. Borrell investido de la autoridad que le da el ser alto representante de la Política Exterior, sabrá manejar la gobernanza de la zona y, sobre todo, tiene claro que su misión “no es ocuparme de los problemas internos de los estados miembros” (3 de junio, Radio SER)
Rechaza los separatismos. Borrell es uno de los referentes del constitucionalismo en Cataluña, que lo defiende en la plaza pública. No admite el relato independentista catalán. Culpa de su auge al gobierno de Mariano Rajoy con su política de “cuerpo a tierra, todos callados, aquí no se contesta nada, silencio, no replicar, ya pasará”. Era el modo de ser de Rajoy, a lo mejor indolente, inhibido. El problema cobró vuelo y la reputación de España quedó comprometida. Hay una imagen que ha revoloteado por los entresijos de cancillerías y parlamentos de una Corona presentada “como un Estado represivo, franquista, lleno de presos políticos, sin libertades cívicas, sin separación de poderes, y del otro lado, silencio” dice Josep en El País, 1 marzo de 2019. Una batalla de la opinión pública que los independentistas han ganado. En este sentido, el paroxismo se elevó cuando 41 senadores francés —incluidos algunos macronistas— firmaron un manifiesto (25 marzo 2019) contra “la represión” de los legítimos representantes de la Generalitat de Cataluña, encarcelados o exiliados por sus opiniones. Francia no tolera la secesión de Córcega. Los 41 diputados no hablan de ‘secesión’ sino de ‘opinión política’. Aparte de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos es contrario al procés.
Los independentistas catalanes temen que Borrell los estigmatice desde la importante posición que ocupará desde el 1 de noviembre próximo. Él lo aclara, “No voy a combatir el independentismo. Mi función será muy diferente a eso. A mí no me gusta ser demonio de nada”. Más bien es la hora de la diplomacia. Europa tiene que aclarar su posición en el mundo. Si apaga o enciende la vela. Borrell y la UE necesitan ser creativos, con objetivos muy definidos, trabajar con inteligencia para lograr las metas. China pone el listón muy alto, con su ímpetu expansionista, con su presencia omnívora en los cinco continentes —tanta que tiene acorralado a Donald Trump—, Europa tiene que apelar a su orgullo, de lo contrario en 50 años será una potencia secundaria. Vivir de la nostalgia es estéril. La idea de la Unión Europea es bella, pero sin tantos egoísmos y abiertos a la cooperación. Lo primero solucionar sus problemas de falta de crecimiento, que es un lío bien gordo. Al mismo tiempo, tejer lazos firmes en otros continentes. En África y América Latina está todo por hacer. En estos dos continentes China está muy activa, actúa con solvencia e inteligencia. Mientras que la presencia de Estados Unidos es conflictiva. La diplomacia americana ha sido ciega en este punto. Borrell como jefe de política Exterior no tiene por qué arreglar los problemas de Venezuela o Nicaragua. Ni el narcotráfico de Colombia. Ni el peronismo que corroe a Argentina. Ni inmiscuirse con las desigualdades de Nigeria o el desastre del Congo. Mejor dar paso al ingenio del ‘yo doy, tú das’, ‘yo vivo, tú vives’, que la humanidad prime sobre la avaricia que es la que impide el progreso y cava las injusticias.
El mundo pide a gritos un cambio de rumbo, José. Hay que pasar de las palabras a los hechos. Borrell sabe de dónde viene y no lo ha olvidado. El olvido es una auténtica calamidad. De niño conoció el sacrificio. Yo no creo que sea una mera frase lo de la patria es la infancia, ese período donde el ser humano absorbe lo que será su futura existencia. Allí se aprende a vivir sin establecer rangos. La diferencia es inexistente. Las categorías éticas de bien y mal no son un prejuicio. Nunca se olvidan los primeros pasos, los afectos puros, los desvelos del hogar, las primeras letras. En su pueblo, Puebla de Segur, a los pies del inmenso y poderoso macizo de los Pirineos, tenía por costumbre, al salir de la escuela y llegar a casa, tomar unas rebanadas de pan y salir corriendo, como un cabrito feliz, hacia el viejo molino —pletórico de leyendas— para untarlas en el aceite oloroso de los olivos de Pallars y así sentirse el dueño del mundo, que la vida es un gozo, el don más hermoso que hemos recibido. El olor más intenso de la infancia de José era el olor del pan recién hecho que su padre amasaba con las primeras luces del amanecer en el horno de la calle Pau Claris. Olía la felicidad, veía el sacrificio de la labor, la constancia del esfuerzo. De donde extrajo su filosofía de vida, la de aprender a compartir y crecerse ante la fatiga. Hoy, en la cumbre de su carrera, tiene la oportunidad de poner en práctica ese mundo interior que ha construido con el mismo esmero que su padre le enseñó.
Mil dificultades, problemas y barreras tendrá que sortear en el mundo de las cancillerías. Cuando la UE ha lanzado su nombre, algunos se han puesto en guardia. Israel se mostró cautelosa con su designación. El periódico Israel Hayom (4 julio) dice que el ministro español es un individuo irascible y de lengua afilada. La opinión pública de Tel Aviv lo quiere presentar como un hombre “feroz con Israel y cariñoso con Irán”. No gustaron para nada las palabras de Borrell en septiembre (2018) al decir que “sobre la mesa” del gobierno español estaba el reconocimiento del Estado palestino y que buscaría el apoyo de otros países de la UE. Les desagrada sobremanera que sea favorable a mantener el acuerdo nuclear con Irán firmado en 2015 con el apoyo explícito y la firma de Barack Obama.
La agencia EFE tituló (julio 3) su noticia del nombramiento de Borrell, “¿un jefe de la diplomacia europea poco diplomático?”. El perfil de Borrell es más político que diplomático. Hace unos meses, en una entrevista con un canal público expresó: “Hoy han cambiado mucho las cosas. Está la presencia de Trump. Hay Brexit. Nuestro viejo enemigo, Rusia, vuelve a decir aquí estoy yo, y vuelve a ser una amenaza”. En Moscú calificaron “inamistosa” la afirmación. Las acciones del presidente Vladimir Putin tanto en Ucrania —2014— como los bombardeos en Siria —2015— han provocado repudio y sanciones económicas. Ahora le toca a Borrell pensar en cómo reconstruir y hacer avanzar la relación de la UE con el Kremlin. Otro día dijo que Estados Unidos tenía mayor integración política, por tener un solo idioma y poca historia detrás, “nacieron a la independencia prácticamente sin historia, lo único que habían hecho era matar a cuatro indios, pero aparte de eso, fue muy fácil”, dijo en una charla en la Universidad Complutense de Madrid.
Josep es francote al utilizar sus palabras, algo que la diplomacia abomina. Ser diplomático es enmascarar los litigios, lo cual no es una práctica loable y quizás ese estilo es el que hace se construyan tantas suspicacias, que terminan encalladas en la nadería. Sin embargo, a largo plazo es mejor la diplomacia que la agresión, y siempre se agradecerán la firmeza hilvanada con sutileza, que habrá aprendido como ministro de Exteriores de España, adonde fue llevado por Pedro Sánchez que se ha revelado como estratega con ojo de águila y olfato de lince. “No existe ninguna posibilidad constitucional de celebrar un referéndum de secesión en España”, dijo el jueves (4 julio) dirigiéndose a Quim Torra, presidente catalán que insiste en celebrar otro referéndum. Pero Borrell sabe muy bien que él no tiene que ocuparse de la crisis en Cataluña, que corresponde estrictamente al gobierno español. La misma Unión Europea nunca ha intervenido en el problema que considera asunto interno del país. Borrell de todas maneras en su libro Los idus de marzo, marca bien las sílabas, y habla de reconocer la plurinacionalidad que es una figura política que encaja en la constitución. “Esa plurinacionalidad implica reconocer que Catalunya es una nación que tiene cabida dentro de otra nación que es la española, manteniendo que la soberanía reside en el conjunto de pueblo español”. De la misma índole es la cuestión de Kosovo otro de los litigios pendientes de los socios europeos que pide la independencia de Serbia, que estos no reconocen y donde las diferencias entre el pueblos albanés y serbio se eternizan. Serbia considera a Kosovo la cuna de su nación. Es un postulado de mucho peso. La población albana es mayoritaria, postulado igualmente de mucho peso.
Al mirar el mundo, no parece probable que estemos a las puertas de un nuevo amanecer. Josep Borrell es un hombre de montaña. La montaña da otra visión de la vida, recia, austera. Hoy las sociedades piden otra sensibilidad. Políticamente la Unión Europea inicia un nuevo período, si elige abrirse al mundo tendrán que cambiar muchas cosas, descargarse de pesos innecesarios, este paso es el más conveniente. Existe esa conciencia. Borrell con su carácter recio, austero, podría aportar su visión, sus maneras. Se podría argumentar, uno solo qué puede hacer contra el mundo. No, el mundo necesita el contrapeso de la Unión Europea. Que Borrell esté ahí es un triunfo de la diplomacia española, que debe saberse administrar. Que José tenga éxito podría ser el amanecer que la sociedad española está esperando hace 10 años. Como le dijo el famoso torero “El Cordobés” a su hermana Ángela, antes de conocer el triunfo, en los años cincuenta del siglo pasado, en Palma del Río, junto al Guadalquivir, estaban agobiados por las dificultades, la estrechez y cercados por la pobreza: “O te compro una casa, o te visto de luto”. El torero salió a hombros, pletórico. ¡Europa, Pepe Borrell, España, a por todas!