Somos el país de los nadie. Nuestra existencia se basa en el simple acto de olvidar lo que por lógica no deberíamos. La corrupción se olvida, las promesas de campaña se olvidan, las víctimas de la guerra se olvidan, el campo se olvida, los pobres se olvidan, los enfermos se olvidan, nuestros líderes asesinados se olvidan, espero no olvidar algo más.
Somos el país de las grandes pantomimas, nos alimentamos de la mentira, del odio y del miedo. No somos tan libres como pensamos y tan inteligentes como decimos ser. Nuestro foco de atención es direccionado por ideas y sucesos poco trascendentes, no podemos ver más allá de lo que se nos permite.
Dejamos a un lado lo propio. También dejamos de pensar para obedecer, ya no hablamos, ahora callamos, vivimos como simples números esperando a realizar el ejercicio perfecto. No nos engañemos, Colombia es un país donde solo importa el yo. El simple hecho de olvidar a los más de 700 líderes sociales asesinados, que en palabras propias es casi un exterminio, nos etiqueta como una sociedad insensible y poco crítica.
Cada vez que olvidamos el nombre y el rostro de esos hombres y mujeres, con hijos, padres, esposos, amigos; es como si los volviéramos a asesinar, lo permitimos, lo aceptamos y cruelmente lo dejamos a un lado. ¿Cómo ser un mejor país cuando los intereses propios son más importantes que los colectivos? ¿Cómo ser un mejor país cuando nuestra atención se difumina en aires de concursos deportivos, de belleza y diversos más? ¿Cómo ser un mejor país cuando no reconocemos al otro (otredad)? ¿Cómo ser un mejor país cuando no sabemos qué es ser mejor y qué es país?
La desgracia parece seguirnos, vivimos bajo las normas de los poderosos, de los eternos, de las elites. Lloramos por perder un partido y no por perder el derecho a la vida. No sabemos qué es luchar por lo propio, el campo, sus gentes, las ciudades, sus habitantes, los hospitales, sus enfermos, los colegios, sus estudiantes, los hogares, sus familias. No sabemos quiénes somos y qué queremos como nación, no es un tema de identidad, es simplemente aprender a valorar y defender lo nuestro.
Estas cortas palabras pueden que sean olvidadas, pues ya parece casi natural la capacidad de no recordar. Espero algún día que la utopía de nación libre, soberana y en paz pueda llegar a puertos seguros. No más muerte, no más pobreza, no más injusticia, no más corrupción, dejemos a un lado la quejadera y apropiémonos de nuestros conflictos y luchemos pacíficamente a gritos y movilizaciones por un cambio de dirección y por no volver a olvidar a los nadie.