El considerar la utilidad de un producto químico, en particular el glifosato, como la herramienta ideal, y al mismo tiempo creyéndola un eficiente herbicida, sin consecuencias y nada o poco peligroso, para el medio ambiente, la salud humana y animal en general; usándolo como el único y suficiente argumento para continuar con su potencial uso de manera habitual en la erradicación del más grave problema existencial, institucional y nacional del país, o sea contra los cultivos de drogas ilícitas, como son la coca, la amapola y la mariguana, y con ello falsamente creer actuar de forma precisa, eficiente y correcta, para al final con él encarar y arreciar el combate contra los carteles ilegales de narcotraficantes, y demás grupos delincuenciales, es una irracionalidad del mismo talante como lo ha sido el que se siga ignorando el reforzamiento de la educación, ya sea pública o privada, como el mejor y más potente motor para el desarrollo de toda nuestra sociedad, sabiendo, por ejemplos ajenos, qué es la mejor herramienta para superar la estaticidad y el atraso de su progreso, actuando en ambos casos como si fueran asuntos menores sin consecuencias mayores a los problemas que se tratan de enfrentar y de atacar. Es un asunto similar de estúpido y sin sentido, al de un enfermo terminal, de cáncer o de cualquier otra enfermedad mortal, que enfrenta ese fatal problema con aspirinas o con los rezos de un chamán.
Y eso es lo que precisamente está haciendo el actual gobierno colombiano, sabiéndose ser el representante de un Estado nación que, hasta el día de hoy, al igual que los gobiernos anteriores, se ha caracterizado más por acatar recomendaciones ajenas, para enfrentar sus mayúsculos inconvenientes, y así seguir ignorando las consideraciones y problemáticas particulares de sus habitantes, actuando más como un simple seguidor de órdenes, o lacayo de otros gobiernos, sin principios ni conceptos propios, que entonces pongan en primer plano su existencia, como Estado, y la de sus sufridos habitantes sobre esas órdenes o recomendaciones ajenas, siendo qué, por la experiencia propia, la que llevamos viviendo y padeciendo por tantos años, tenemos los sólidos argumentos para implantar y exigir otros métodos de acción contra una guerra, la de las drogas ilegales, inocua en resultados e inicua en la manera que nos la vienen imponiendo.
Ya es tiempo de cambiar de métodos y de recomendaciones, sin miedos y sin pasiones que limiten nuestro accionar contra un problema del que si no salimos definitivamente, no encontraremos, ni tendremos, soluciones.