Le apuntaron al espíritu del mural. La niña, morena y espigada que aparece llena de colores en el inmenso mural de la UP, fue ultrajada tapando con pintura blanca su rostro alegre y su corazón que los artistas, en un detalle renacentista, pusieron abierto con su rojo de vida.
Los cincuenta fascinerosos, armados y con sus uniformes neonazis, tuvieron todo el tiempo del mundo para extender su odio en una franja blanca de veinte metros, con un cuidado extremo para sobre ella, cubriendo parte del mural, poner las consignas de su movimiento sin porvenir.
Vivas al totalitarismo fascista, abajos a la UP y a las Farc matizadas con una svastica que el mundo no olvida como símbolo de la intolerancia.
Los murales de memoria, proyecto ganador de una convocatoria de Idartes, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y la Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, a finales del 2012 con la propuesta “Cabildos abiertos para murales de memoria”, que implicaba la acción participativa de las víctimas, sobrevivientes de los genocidios de la UP y el movimiento sindical, así como de los desplazados, se convirtió en un hito de la reparación simbólica.
La obra, con las ideas que recogió el grupo galardonado, comenzó a cristalizarse en enero de 2013 comenzando por lo más elemental pero absolutamente indispensable: el permiso de los inquilinos de los edificios cuyas culatas se habían convertidos en muladares.
Y a través de dos eventos se iban inaugurando los murales. Primero, el de los sindicalistas, un gigantesco fresco que rememora a más de 2500 víctimas de los crímenes contra los sindicalistas. Una tarde de un sábado de febrero, con música en vivo y la presencia de trabajadores y dirigentes obreros, apareció la obra.
Después un domingo de marzo, bajo una torrencial lluvia que solo dio tregua para la apertura del mural de la UP, vimos a decenas de sobrevivientes animando a los artistas que daban las últimas pinceladas al mural montados en una inmensa grúa mientras varios conjuntos musicales hacían presencia en la tarima.
Dos semanas después, en la esquina oriental de lo que se empezó a llamarse la Plaza de los Murales de Memoria, apareció el fresco quizá más bello en medio del drama que contaba: lleno de colores, los transeúntes veían la palabra memoria entrelazada con las figuras amables del campo, con sus seres animados, personas y animales, matas y flores, en busca forzada de otros horizontes.
El 6 de agosto, en el cumpleaños de Bogotá, y en el marco de la apertura de varios murales ganadores de otra convocatoria de Idartes, un público generoso, la mayoría joven, participaba del gran evento de inauguración de la Plaza de los Murales de Memoria con la presencia de varias bandas.
Todo esto debía desaparecer de la vista de decenas de miles y miles de personas que a diario pasan por el lugar. Simplemente el relato de la memoria, tan bien expuesto en una de las principales avenidas de la ciudad olvidadiza, no debería tener cabida.
Una banda de adaptados a las peores memorias de la vida, brocha gorda de rencor, decidieron ultrajar a las víctimas. Pero pronto, ellas, en una acción reparadora volverán con los artistas comprometidos, a dar vida a lo que es imposible de usurpar, la historia viva de la nación.
Y el espíritu de la niña de la comparsa de la UP, volverá a ocupar el sitio donde siempre estará: el corazón de todos los colombianos.
