El fenómeno del microtráfico es una de las causales de conflictividad más importantes de nuestra sociedad. Concentrado en áreas urbanas, sobre todo en la periferia, afecta significativamente las condiciones de vida de las comunidades. Pero el microtráfico hace parte de un fenómeno social más complejo y mucho mejor conocido, el narcotráfico.
El Presidente Santos, desde los primeros días de su mandato, se ha pronunciado en varias ocasiones sobre la imperiosa necesidad de los países productores de drogas por encontrar soluciones estructurales. Se trataría de empezar a cambiar el paradigma prohibicionista y comenzar una progresiva regularización del negocio de las drogas, haciendo socialmente más rentables sus ganancias y ayudando a prevenir sus daños colaterales. El jueves 13 de marzo, ante la Comisión de Narcóticos de la ONU, el gobierno colombiano apoyó la propuesta de buscar alternativas diferentes a la penalización y el encarcelamiento.
La demolición de noventa y dos propiedades que funcionaban como expendio de drogas en Bogotá muestra que tal cambio de paradigma no ha ocurrido, ni ocurrirá en el futuro próximo. La guerra contra las drogas sigue. Como en los tiempos de Escobar y Gacha, pero ahora con maleantes de perfil bajo, el Estado sigue invirtiendo millones de pesos del patrimonio en capturar o dar de baja a los cada vez menos poderosos y cada vez más numerosos capos. Hay algo que está clarísimo para todo aquél que habite estas tierras, y es que la tal guerra ha sido un fracaso absoluto. Es una guerra imposible de ganar, y Santos lo sabe.
Ahora, ¿cómo se explica que, siendo consciente de la gravedad del problema, y de la aún mayor gravedad de la “solución” aplicada, el gobierno no cambie el rumbo? No es solo que EEUU no nos deje, que no nos deja. No es solo que la solución deba ser global y no solo local, aunque la premisa es cierta. La explicación es tristemente más sencilla de lo que parece. El gobierno se contradice porque, lejos de ser de izquierda, el único capital político que lo diferencia de la extrema derecha es su discurso moderado. Guardar la coherencia entre el discurso y el accionar le habría costado a Santos la relativa independencia que ha logrado ganarle al uribismo, sus electores en 2010. Santos gobierna como Uribe, pero lo que menos le conviene es parecerse a Uribe.
El Presidente es más inteligente de lo que aparenta. Se distanció de Uribe para cortarle los hilos con que éste lo quería manejar desde sus oscuros aposentos en El Ubérrimo. Pero sabía que el distanciamiento le costaría votos. Para su reelección, tendría que mostrar que es diferente y mejor que los tres candidatos de Uribe. Entonces intentó inventarse el santismo. Pero, si realmente existiera (que no existe), el santismo no sería otra cosa que el milenario arte político gatopardiano de gobernar como siempre aparentando que se gobierna diferente. Cambiarlo todo para que todo siga igual. Muchos cambios discursivos, poca gestión y resultados. Ni hablar de las casas gratis (no) entregadas, ni de las hectáreas (no) restituidas, ni de la (supuesta) mejoría económica del país, ni de los (lentísimos) avances del proceso de paz, porque no es la idea desacreditar así al Presidente- Candidato.
Los bulldozers siguen avanzando. Entre tanto, el consumidor de drogas hace una llamada para que un jíbaro motorizado le traiga la mercancía hasta la puerta de su casa.
Camilo Andrés Acosta Güete
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