Cualquier ciudadano, medianamente informado sobre la reciente historia de nuestro país, aceptará (con dolor, alegría, tristeza, rabia, gozo, histeria, etc.) que el Estado colombiano perdió la guerra contra las drogas. Es decir, que los años recientes de nuestra historia nos demuestran que las drogas alucinógenas, psicodélicas, químicas, en cualquiera de sus presentaciones, se adhirieron a la cotidianidad de miles y miles de personas.
¿Algún gobierno ha tenido el coraje histórico de reconocer esto frente a su pueblo? O, ¿yo me iré al infierno por decir lo indecible? Ninguna de las dos.
Desde que esto empezó, administración tras administración aseguran a la ciudadanía que la lucha contra el flagelo de las drogas va por buen camino. ¡Buen camino! ¡Semejante eufemismo para denominar un modelo de vida que ya adoptaron miles de colombianos!
Yo, como un ciudadano consciente de la historia de mi país, responsable socialmente con mis actos —es decir, que no le hago daño a mi vecino, que respeto las normas de convivencia establecidas, que trabajo por consolidar un proyecto de vida, que analizo los contenidos que consumo— reconozco que el Estado colombiano va en contra de una partida de ajedrez, de antemano, perdida.
Cualquier fundamentalista de extremos ideológicos, o de centro (que es donde se encubren ciertos fascistas de nuestro país), que lea lo que escribo en este artículo pensará que soy la representación de una comunidad de vagos, marihuaneros o, incluso, ladrones que están en detrimento de “las buenas costumbres” del país del sagrado corazón de Jesús.
Sin embargo, y para decepción de estos seres manipuladores y dañinos del gran proyecto de nación multicultural, sostenible natural y ecológicamente, que podría ser Colombia, soy uno de los tantos jóvenes que representa el cambio de paradigma por el que está atravesando el rumbo de nuestra patria.
Soy uno de los tantos jóvenes que estudia y va en contra de discursos de odio contra minorías. Soy uno de los que rechaza la invisibilidad de los otros. Soy uno de los que se resiste frente a exceso de poder de la fuerza pública. El problema más grande que enfrentamos, desde mi opinión, es que estos Gobiernos construyen la imagen de las otredades como si fueran nuestros enemigos. ¡Siempre caemos en estereotipos! ¡Benditos estereotipos que son tan efectivos para controlar a la población!
Dicho esto, no significa que reduzca el impacto que ha tenido el narcotráfico y el conflicto en la vida de millones y millones de personas inocentes. Menos, restarles importancia. Lo que quiero resaltar es la posibilidad que tenemos frente a nosotros de cambiar nuestra propia cultura. Por ahí dicen que los jóvenes son el futuro de toda nación, creo que esta afirmación es verdadera.
Todos nosotros podemos dialogar, entender, proponer nuevas maneras de convivir en un país azotado por una guerra, ya perdida, contra las drogas. Podemos, aprovechando el momento histórico de paz por el que atraviesa Colombia, reconocer que el otro también es un ciudadano con deseos, derechos y deberes, que nuestras perspectivas pueden variar y que ver el mundo a blanco y negro (como se veía, por ejemplo, en la terrible Guerra Fría) resulta belicoso. El mundo está lleno de colores, ¡aprovechémoslo!, ¡disfrutémoslo! Por favor, no reproduzcamos más imágenes sobre enemigos, porque solo estamos entorpeciendo el buen desarrollo social de nuestro país.
