'Celebraciones', de Leonardo Gil Gómez, un festejo a la perseverancia, a la terquedad de las acciones

'Celebraciones', de Leonardo Gil Gómez, un festejo a la perseverancia, a la terquedad de las acciones

La novela es una reivindicación del ser humano y una invitación a volcar la mirada hacia las resistencias y las revoluciones mínimas

Por: John Jairo León Muñoz
junio 11, 2019
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'Celebraciones', de Leonardo Gil Gómez, un festejo a la perseverancia, a la terquedad de las acciones
Foto: Himpar Editores / Department of Spanish & Portuguese - Northwestern University

Sí, bonita, honesta, limpia. ¡Ese narrador! ¡Qué tono el de Andrés! ¡Qué manera de irse conociendo así mismo! Mara"b"illosa esa multiplicidad de historias dentro del relato y esos cuestionamientos éticos en las instituciones: el periodismo, la iglesia, la fiscalía, la familia. Qué triste que no pueda descansar Andrés en ese más allá donde se ubica la muerte. Entonces uno reitera, uno vuelve a ser consciente del origen del alma en pena, ese que nos hace olvidar el sistema —y que uno finalmente no sabe ni puede dibujar, ni aclarar qué o quién es el sistema o el alma o el alma en pena—, en todo caso nos lo hace olvidar.

Por eso es necesario que la novela, al final, al comienzo, en todo momento de la lectura nos haga recordar la muerte, el origen de las muertes, el vaivén por donde se mueve el alma (que es lo que más o menos conocemos puede ser la muerte) y la necesidad de encontrar un lugar para que se transforme o para que descanse. Es necesario volver a evidenciar y a reiterar que hay una memoria colombiana, que es mucho lo que se ha perdido y de lo que ya no todos nombran ni preguntan y lo que se olvida: desapariciones, soledad, fusilamientos, mutilaciones, fosas, represión, política, tramito manía, persecuciones ideológicas. Y que Celebraciones va tejiendo minuciosamente esa memoria en el lector: no olvidarse de lo que somos, de dónde venimos, de lo que nos ha costado la tierra, la formación de las ideas y el deber de soñar y de insistir en la defensa de uno y sus derechos.

Además, seguir defendiendo el derecho a cuestionarnos sobre la soledad, sobre las luchas que cada individuo enfrenta, las ideas políticas en las que cada uno cree, sobre las creencias divinas, sobre el origen del alma y sus inquietudes y, que eso de preguntarse vainas no sea una sentencia de muerte. ¿Por qué no descansa el alma? La ausencia de tranquilidad del alma en la novela, en ese viaje, al cielo o al infierno o a esos múltiples destinos que puede dar la muerte vuelven a activar en el lector la memoria colectiva sobre el paramilitarismo, de la terrible historia colombiana, de la que no quisiera que se hablara en un sector de la sociedad ni se denominara. La desaparición forzada desestabiliza más la vida de quienes quedan. Y, a su vez, no deja al otro lado, en este caso a Andrés seguir experimentando la posmuerte y sus otros destinos de reencarnaciones posibles en animales y plantas, en fenómenos naturales como un géiser o el sol de los venados.

Seguramente a donde se dirija el alma de Andrés tendrá una mejor llegada si sabe en dónde quedó su cuerpo en esta vida. ¿Y la familia? No tiene la ubicación de dónde reposan los huesos. Ese, no saberlo, destruye la existencia. Otra clase de muerte, una nueva muerte. En la novela se siente esa impotencia de la incomunicación de la muerte con la vida y uno como lector quisiera que se encontraran para dialogar, es la misma que experimentan los vivos en Colombia, sin que se les dé respuesta, al querer saber sobre sus muertos a través de la Fiscalía, Medicina Legal, entes noticiosos. El alma que vaga y que se llena del desasosiego de la muerte y, seguramente es porque ella misma —el alma asesinada— no sabe dónde reposa su cuerpo, ni su familia lo sabe, entonces eso la pone inquieta, la agrieta, la hiere, la pone en diálogo constante con las acciones de los vivos para que hagan algo por esa incertidumbre.

No saber el destino, no ubicar los territorios oscuros donde reposa la muerte, quizás es de las miserias de morir. También, que la familia de uno no sepa dónde está el cementerio para ir a llorar por uno, a acordarse de uno, a reprocharle a uno, a armar plan un domingo para poner flores y limpiar la lápida, hasta reírse de uno. Andrés está lleno de muerte, Alicia (su madre) y Guillermo (su hermano) están llenos de muerte, somos una sociedad en pena, un Pedro Páramo. A todos nos ha tocado la muerte —un vecino, un amigo, un familiar— y recae un silencio que ya no se reprocha por la desaparición de la juventud a bala, pareciera una normalidad en la cotidianidad que nos impide gritar, reprochar, denunciar la masacre sobre los campos; nos impide alzar la voz y marchar por los desaparecidos como falsos positivos. Todos estamos muertos un poquito.

Celebraciones lleva a recordar a la Amortajada de Bombal y a Aura de Fuentes, esas imágenes poéticas en los relatos, esa intimidad con el narrador. Me gusta esa sensación que queda en uno, ese sabor de esas lecturas, pues hay un límite en ese tono entre lo narrativo y lo poético y esa mezcla allí que se teje para contar una historia. Queda un sabor al final de la lectura de Celebraciones, el mismo que queda cuando uno come algo y al terminarlo se dice a uno mismo: estuvo muy rico, ¿no habrá más? Esos pequeños placeres, esos grandes sabores, pequeños triunfos que aparecen: los hallazgos de la búsqueda del hermano, la mamá viva, el hospedaje que ofrece un desconocido —alguien no tan muerto y que confía en los desconocidos—. Hay presencia de la vida —el deseo, la pulsión, el morbo— que le hace recordar a Guillermo y al lector que en cambio él está vivo y a pesar de todo, de las trabas que pone el sistema hay un tiempo para tocarse el cuerpo vivo y seducirse uno mismo con la imaginación, ser consciente del deseo por vida. Una celebración, la vida es una celebración. El triunfo de pequeñas y grandes victorias llenan el alma de esperanza para seguir alcanzando pequeñas victorias sobre ese sistema que se vuelve tan indescifrable.

Celebraciones es el festejo a la perseverancia, a la terquedad de las acciones. Es la reivindicación del ser humano, de volver a mirar esa humanidad borrada, desquebrajada, para sentir un halo de aliento y soñar que aparecen muchos Guillermos y nos muestran lo bonito de la defensa de la dignidad y nos vuelcan la mirada hacia las resistencias y las revoluciones mínimas, esas fiestas que son las celebraciones de uno y que uno festeja a rabiar.

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