Cuando Ramiro Suarez ganó las elecciones en Cúcuta con una votación record, 127. 783 votos, en octubre del 2003, los paramilitares mandaban en la frontera y en el Catatumbo. No sólo controlaban el negocio del narcotráfico en sectores enclaves como La Gabarra –a donde entraron en mayo de 1999 matando a más de 100 personas- sino que dejaban una estela de extorsión, desaparición y muerte. En el sector de Juan Frío, a quince minutos de la ciudad Jorge Iván Laverde, alias El Iguano, comandante del Frente Fronteras del Bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia, había puesto un horno crematorio en donde más de trescientas personas habían quedado hechas cenizas: incluso, una buena cantidad de ellas habían sido echadas a ese infierno vivas.
Era imposible para un alcalde mandar a sus anchas sin llegar a un acuerdo con ellos. Por eso en junio del 2003 Suarez se reunió con los temibles Iguano y Carlos Enrique Mora, alias el Gato, jefe de las autodefensas de Puerto Santander – en cuya finca sus enemigos eran despedazados por caimanes y babillas- ambos dependientes de Salvatore Mancuso comandante del Bloque Norte, y pactó un cogobierno con ellos.
En esa época era común que en barrios como Tucunaré o Niña Ceci, en el sector de Atalaya, aparecieran muchachos muertos por fumar marihuana en las calles, por llevar el pelo largo, por estudiar en la universidad pública, por opinar, por solo ser jovenes. El anillo vial que circunda la ciudad amanecía con cuerpos despedazados. A medida que cundía el terror en las noches, en las encuestas Ramiro Suarez ascendía como espuma: llegó a tener más del 60% de popularidad, nada mal para un hombre que había salido del barro.
Nacido en Enciso Santander, Ramiro, segundo de once hijos de Alejandrino Suarez y Sabina Corzo, alcanzó a hacer hasta quinto primaria. Cansado de limpiar porquerizas, a los once años viajo a Bogotá a probar suerte. Allí hizo de todo, recoger basura en una zorra, reparar carros en el barrio Egipto, vender periódicos en las calles. Pero a comienzos de los 70 Cúcuta era el lugar preciso para los aventureros.
La bonanza petrolera del primer gobierno de Carlos Andrés Perez hizo que el Bolívar, la moneda más fuerte de la región, invadiera las calles de Cúcuta. Con 15 años a Ramiro no le costó conseguir un trabajo como obrero de construcción. Gracias a un amigo pudo conseguir un taxi y un lote donde construyó su primera casa en la ciudad, fue en el popular sector de la ciudadela de La Libertad. Ahí, con veinte años, empezó a tener voz y voto en la junta de acción comunal donde fue presidente. Incursionó en la política en 1982 haciéndole campaña al entonces aspirante al Consejo de la ciudad Mario Lamk Valencia. Fue tan eficiente que nunca más saldría de ella. Su estilo directo, su capacidad de trabajo para conseguir votos en los sectores más oprimidos de la ciudad, lo hicieron cercano al congresista Jorge García Herreros. En los años 90 ya era contratista de la alcaldía del Municipio de Los Patios. En ese municipio tenía una ferretería que surtía directamente a la administración local. En octubre del 2003 ya era alcalde de Cúcuta.
Su estilo de gobernar lo convirtió en un ídolo dentro de las barriadas locales. En los tres años que mandó se podía ver una fila interminable de gente a las dos de la madrugada frente a la Alcaldía de Cúcuta que se extendía por cinco cuadras. Llegaban madres desesperadas, desempleados, minusválidos y ancianos, toda gente humilde a esperar la madrugada para, uno a uno, pasar al despacho de Ramiro Suárez Corzo quien, descalzo y con los pies encima de la mesa, escuchaba cada súplica. Audiencias de máximo cinco minutos y nadie se iba sin silla de ruedas, subsidios alimentarios, contratos o dinero en efectivo. Lo querían. Les hablaba con desparpajo y respondía con trabajo con las dádivas que nunca faltaron como alcalde.
Entre los años y 2007 Cúcuta estaba predestinada a ser un corredor vital para América Latina. La bonanza petrolera que vivía Venezuela disparó el comercio en la ciudad mostrando índices que no se veían desde 1983. Ante la avalancha de compradores que venían del otro lado de la frontera se hicieron dos hiper centros comerciales. Las regalías multiplicaron el presupuesto municipal y Suárez Corzo lo derrochó a manos llenas: planeó seis mega obras de las cuales solo se materializaron los puentes elevados de San Mateo y el que conectaba al puente de Ureña. Inconclusos quedaron el puente de La Gazapa y la anhelada pavimentación de las vías de la ciudad.
El alcalde se ganó los méritos de la bonanza. Un trabajador compulsivo que cuando no estaba escuchando a la gente en su despacho se desplazaba a los barrios olvidados: El desierto, Doña Nidia o el Contento, donde reunía a los más pobres y les organizaba juntas de acción comunal a aquellos que nunca habían visto a un gobernante de carne y hueso.
Conectado con la gente, una de sus primeras actuaciones fue intervenir al Cúcuta Deportivo, llevándolo en dos años de la segunda división a la cúspide. El campeonato del 2004 resultaba un sueño imposible para los cucuteños. El alcalde se soslayaba en vítores mientras recorría la pista antes de cada partido y después de haber estimulado a los jugadores con premios hasta de 20 millones por cada triunfo. Su popularidad en mayo del 2007, justo cuando el Cúcuta disputaba la semifinal de la Copa Libertadores contra Boca Juniors, alcanzó el 82 %.
Los centros comerciales, los puentes y la semifinal de la Libertadores blindaron al alcalde de cualquier crítica. No valían los señalamientos que lo responsabilizaban del asesinato del exalcalde de Tibú, Tirso Vélez, y de haber ordenado liquidar a Alfredo Enrique Flórez, el abogado empeñado en evitar la venta de unos terrenos por parte del entonces alcalde, en el 2003 Manuel Guillermo Mora, mentor de Suárez Corzo. Ante la negativa de Flórez de enterrar sus denuncias, Suárez contactó a un comando paramilitar del Bloque Catatumbo que con seis tiros le quitaron la vida a sus 36 años.
Los logros tangibles taparon en Cúcuta los rumores que terminaron confirmados de su relación con el Bloque Catatumbo. Un vínculo estrecho y cómplice en el horror que en el 2009, los propios El Iguano y Salvatore Mancuso no dudaron en revelar en los juicios de Justicia y paz, como consta en los expedientes. Documentaron ampliamente el peso de su alianza para la toma a sangre y fuego de las áreas rurales de Santander del Norte que los mismos paramilitares, por instrucciones de Suárez Corzo, quisieron borrar asesinando al veedor ciudadano de Cúcuta, Pedro Durán.
Invulnerable, nada lo tocaba, hasta que le llegó la hora el 12 de agosto del 2011. Estaba listo para adherir a la campaña a la alcaldía de Cúcuta de Andrés Cristo - su hermano Juan Fernando Cristo era senador por el Partido Liberal, cuando el CTI de la Fiscalía lo detuvo. Todavía se recuerda el tropel inútil que armaron sus seguidores. Terminó pocas semanas después en la cárcel La Picota desde donde no ha pedido un día para conservar su poder en la region, poniendo y quitando gobernantes locales como lo hizo con César Rojas a quien llevó, a punta de razones, mensajes de celular, skype y video conferencias a la Alcaldía en 2015. Desde allí ha seguido siguió mandando y hasta se dio el lujo en el 2015 de poner alcalde. En las pasadas navidades envió esta tarjeta de agradecimiento indicando desde ya el nombre de quien debía gobernar Cucura en 2019, Martha María Reyes, quien fue se exsecretaria general mientras fue alcalde:
No ha cesado de mandar en sus ocho años que lleva en La Picota, incluso en el ámbito nacional: su hija menor, Eimy Suárez Gonzalez, fue contratada por la Secretaría Administrativa de la Cámara de Representantes; Omaira Gonzalez, su ex esposa, trabaja en la UTL del Representante a la Cámara por Cambio Radical Jairo Cristo, al tiempo que controla la Alcaldía de Cúcuta con al menos una decena de Secretarios de su cuerda política y de negocios.
Si bien su llegada al Tribunal de la JEP le puede significar una importante rebaja de sus 27 años de cárcel por homicidio, la verdad que ha escondido Ramiro Suarez puede ser fundamental para los cucuteños. No solo para conocer los crueles detalles de los asesinatos de Enrique Flórez Ramírez, Pedro Durán Franco y Carlos Duarte, ex secretario de Vías e Infraestructura durante su administración y señalar a los cómplices -incluidas las élites políticas y económicas de Cúcuta- en su empresa criminal de corrupción, extorciones y el robo de tierras a campesinos nortesantandereanos, sino que puede significar el principio del fin de un poder que ha sepultado cualquier posibilidad de cambio en la ciudad.